sábado, 27 de febrero de 2016

Indignación

El pasado 22 de febrero fue asesinada una mujer en Zaragoza, una nueva víctima, una más, de la violencia de género. Ya van… muchas, demasiadas, una sola ya es inadmisible, cualquier cifra que supere el cero absoluto es un horror.
Da la impresión que en esta ocasión se han unido varios factores para que el criminal acabara con éxito su macabro cometido, sin embargo algunos sobresalen por encima de todos: La falta de protección de una mujer amenazada y la nula vigilancia a la que el agresor estaba sometido. Llevando a cabo  cualquiera de estos parámetros se hubiera dificultado la actuación del asesino.
Naturalmente la puesta en marcha de esas medidas de seguridad supone un coste, el cual, por otra parte, es infinitamente menor que las sobredimensionadas medidas de protección que se adoptan cuando cualquier cargo público percibe que puede ser abucheado, silbado o increpado. Sus nobles oídos  tienen que ser salvaguardados de los improperios.
Cuesta trabajo creer que el grado de ruindad de las Instituciones sea de tal calibre. Pero los hechos dejan poca alternativa a otro pensamiento.
A día de hoy es relativamente fácil marcar con medios electrónicos áreas de exclusión para estar al tanto del acercamiento de un potencial agresor a su víctima. No son necesarios grandes despliegues para conocer la posición de una persona a través de su teléfono móvil. Sería una sencilla forma de saber que la violación de las medidas de alejamiento puede desembocar en un asesinato.
No prevenir el posible fatal desenlace muestra tal carencia de diligencia que provoca nauseas ¿Para qué necesitamos leyes sí no somos capaces de hacerlas cumplir?
¿Cuál es la finalidad de la ley de violencia de género? La contestación a esta sencilla pregunta tendría que ser inmediata: Otorgar protección a las posibles víctimas.
Somos plenamente conscientes que para que haya protocolos eficaces es imprescindible dotar de partida presupuestaria a los departamentos encargados de llevarlas a cabo, no hacerlo supone un brindis al sol, una representación para la galería.
Son demasiadas veces las que tenemos que repetir ¡Ni una más! Nos estamos quedando sin voz de tanto gritar.
Mientras se produzca una sola muerte, las autoridades tendrán que asumir su estruendoso fracaso ¡basta ya de escenificaciones vacías! No hace falta ser muy listo para darse cuenta que para que una norma sea eficaz se necesita obligatoriamente una dotación presupuestaria. Los lamentos posteriores no sirven para nada, salvo que en lugar de dirigentes políticos tengamos en los puestos de responsabilidad payasos de opereta con la exclusiva finalidad de entretenernos en las tardes de domingo.
Menos ruedas de prensa presentando condolencias y más trabajo e imaginación para aportar soluciones. Y si no se les ocurre ninguna que se vayan, que se retiren, que descansen y nos dejen descansar.
Las disculpas posteriores sirven de poco, las muertas seguirán muertas y los que deberían responder de su seguridad no se pueden esconder tras discursos vacíos para eludir su responsabilidad.
Con la muerte de Soraya Gutiérrez se han descubierto todas las carencias de una Administración trasnochada, inoperante  y caduca. El Delegado del Gobierno en Aragón fue incapaz de prevenir nada. Nada de nada.
¿Es responsable de su muerte? Pues no, categóricamente no. En cambio el no articular medidas preventivas de seguridad efectivas ha desembocado en que no siga viva. Cada cual que establezca su propio pensamiento.
En la comparecencia en el Pleno del Ayuntamiento de Zaragoza la concejala del PP Reyes Campillo trató de convencer con lloriqueos de la bondad personal del señor Gustavo Alcalde a los partidos y asociaciones que presentaban la reprobación. No entienden nada. No se trata de dilucidar si es bueno o malo, eso lo dejamos para su ámbito personal, se trataba de poner en valor su actuación como dirigente político y en ese examen obtuvo un clamoroso suspenso.
La reprobación solicitando su cese resultó aprobada, gesto por otra parte inútil. Ni va a dimitir ni le van a cesar. Para cualquiera de las dos opciones es imprescindible tener más talla moral de la que exhiben.

Probablemente no sea maldad y lo que les condiciona es la torpeza. Pues bien; es preferible un malo a un tonto: Un tonto no descansa nunca.

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