miércoles, 21 de agosto de 2019

Son la esperanza


La clase política, financiera, eclesiástica, es decir la mandona en general, se encuentra en estado de alerta, han identificado a un enemigo y corren presurosas a organizar la defensa de sus baluartes.
Hemos asistido a declaraciones altisonantes de personajes públicos de más o menos relevancia mostrándose extraordinariamente beligerantes con aspectos reivindicativos de colectivos a los que llevan décadas, si no siglos, menospreciándolos de manera absoluta.
Mientras en la calle se continúan reivindicando y reclamando el reconocimiento de derechos que tendrían que estar sobradamente protegidos, en su asiento del Congreso de Diputadas localizamos especímenes de la actual clase política bostezando lánguidamente. No saben muy bien el motivo por el que se encuentran ocupando un escaño.
Con harto dolor de nuestras aspiraciones democráticas  descubrimos que no han sido los partidos, sino  los movimientos sociales, quienes han forzado a avanzar en el reconocimiento de los derechos de las  maltratadas.  Fundamentalmente activos son  el colectivo LGTBI y las mujeres.
Estos colectivos se están topando con grupos de reaccionarios integristas que quieren seguir negándoles el pan y la sal.
A base de esfuerzos, sufrimientos y perseverancia en la lucha por el reconocimiento legal de sus derechos,  ambos grupos (mujeres y LGTBI) han conseguido alcanzar algunos logros. No debemos olvidar que antes hubieron de soportar y aún soportan  insultos, vejaciones y violencia de todo tipo.
Alcanzadas algunas de las metas, las mismas ratas que impedían avanzar en  las mejoras,  pretenden colocarse en las primeras filas acompañando a los artífices de lo conseguido.  
Son tantos los ejemplos de próceres reaccionarios colocándose medallas por conquistas ajenas, que sonroja asistir a sus balbuceantes discursos para  justificarse del aprovechamiento  que hacen de lo luchado por otros.
Eso sí, siempre permanecen prestos a desmarcarse por si cambia la dirección del viento no vaya a ser que les pille desprevenidos. Nadar y guardar la ropa se llama la figura.
Arte este que dominan a la perfección los componentes de la curia eclesiástica.
A pesar de las directrices públicas que emanan de boca del Papa Francisco, desde los arzobispados se siguen apoyando  panfletos y proclamas que otorgan a la mujer el papel de comparsa-adorno. Continúan apoyando la  circulación de autobuses de “Hazte Oír” con lemas exaltando la homofobia. Apuntalan asociaciones que rebosan sectarismo religioso alentando la existencia de colectivos integristas del tipo de abogados cristianos.
Forman estos abogados un grupo cuya finalidad parece ser la de rebuscar en los recovecos de una legislación heredera del franquismo para continuar imponiendo dogmas de comportamiento.
Allí donde no cabe más que lamentar la existencia de supersticiones, estos mamarrachos  intentan utilizar la penosa legislación que padecemos en materia de libertad de conciencia para martirizar judicialmente a los discrepantes con sus teorías. Nunca les faltan jueces afines a la causa que les hacen el juego legal. 
Otro condimento utilizado en el despropósito son las homilías obispales. Los prelados se empeñan en demostrar  que permanecen anclados en una arcaica idea del hombre que afortunadamente ha sido superada por los acontecimientos.
Las entidades cercanas al más duro integrismo cristiano redoblan el adoctrinamiento contrario al progreso y articulan campañas insultantes para colectivos obligados a sufrir la estulticia de los intransigentes.
Donde deberían ver seres humanos continúan viendo grupos distanciados por los genitales. Así acostumbrados a denostar a la ciencia,  en esta ocasión la ignoran y mantienen la tradición. Persisten en la supremacía de las gónadas y en la servidumbre de la mujer. Naturalmente - para esos iluminados – fuera de la clasificación hombre / mujer, nada existe.
En sus ataques usan a modo de diana al feminismo que, despectivamente tildan de radical, y a lo que denominan adoctrinamiento de género.
Adoradores del becerro de oro, no es casualidad que centren sus acometidas  en las exigencias de igualdad sostenidas por feministas y asociaciones defensoras de la diversidad.
Una vez desprestigiados los sindicatos y neutralizadas las principales organizaciones sindicales por su conformidad y seguidismo con políticas cercanas al neoliberalismo; resultan ser los movimientos feministas y LGTBI las únicas voces discrepantes con la corriente liberal dominante. Ese es el motivo por el cual son acosadas y denigradas sus legítimas aspiraciones.
Ambas corrientes se han convertido en el enemigo a destruir por los amos del sistema.
Eso las convierte en  la esperanza que queda para detener la fiebre involucionista que nos acosa.  
En ellas reside la oportunidad de acabar con  los estertores de un sistema patriarcal “machirulo” que boquea  falto de aire pero se resiste a desaparecer.