Sin
que sirva de precedente esta mañana he caído en la tentación de perder el
tiempo leyendo un artículo del panfletario Heraldo de Aragón. Lo firma Luis. J.
García Bandrés y lo titula “La Seo no se toca”. Estamos de acuerdo en el
encabezamiento, totalmente de acuerdo, discrepamos en las intenciones del
escritor.
Reconozco
que se me escapan las motivaciones que alumbran al autor, las atisbo por su
declaración de asistente a misas en la
Catedral, pero sigo sin comprender sus verdaderas intenciones.
Hace
el señor García Bandrés una especie de recorrido histórico para fundamentar sus
argumentos, ¡poca chicha para tan altos objetivos!
Se
equivoca, nadie discute ni debate el uso religioso del templo, no es esa la
materia, el uso religioso en absoluto se cuestiona. La polémica únicamente se
centra en la propiedad, en lo que eso conlleva, en las consecuencias de
inscribir a título de propiedad un bien inmobiliario.
¿Qué
implica ser dueño de un bien inmobiliario? Pues además de los derechos
inherentes a la posesión de un bien, tiene sobre todo la posibilidad de
realizar operaciones económicas avaladas por la fuerza incontestable del bien.
Así de simple y así de humano, nada de altura de miras para fines sagrados.
Dinero, en eso consiste la diatriba, nada más ni nada menos, dinero al cajón.
Hay
una cosa que el mismo escribiente reconoce: La inversión pública (Diputación
General de Aragón, Ayuntamiento y Estado
Central) en la reconstrucción, acondicionamiento y mantenimiento del templo
supera el 50% del coste, alegan que el otro porcentaje (casi 50%) sale de las
arcas del Arzobispado zaragozano. La bolsa de donde el amigo Elías Yanes o
cualquiera de sus sucesores extraen los fondos para el pago la alimentamos
entre todos. Es decir, vuelve a pagarse con dinero de todos los contribuyentes.
Solo
hace falta recordar de donde provienen la mayor parte de los ingresos que
maneja la cúpula eclesiástica: de los presupuestos del Estado.
¡Basta ya de mentiras! Cuando la Iglesia
Católica Española abona una factura lo hace con fondos que ha recibido de la
totalidad de los españoles, creyentes y no creyentes, cristianos, musulmanes,
evangelistas y ateos. Todos, absolutamente todos aportamos al cepillo
eclesiástico de los Rouco, Cañizares, Reig Pla, Camino y tantos otros príncipes
de la Iglesia que callan ante el abuso y mantienen sus vidas de lujo y dispendio
a costa de personas que en creen sus homilías.
Y también, se proveen de fondos de otras muchas gentes que, en uso de su
libertad de conciencia, no se tragan sus rollitos espirituales.
Todos
sabemos cómo se han construido y mantenido los lugares de culto, con el sudor y
la sangre del pueblo. Acudir a una “historia” de epopeya que ha sido escrita desde los púlpitos o por los cronistas
pagados es, además de una falacia, una postura completamente hipócrita y falsa.
De sobra conocemos como se cantan las loas de los vencedores. El mismo
Alejandro Magno llevaba entre los componentes de su séquito a un juglar para que cantara sus gestas y
ocultara sus debilidades.
Tampoco
la costumbre otorga un sello de calidad indeleble. Que la tradición haya caminado en una dirección
no quiere decir que no se deban producir cambios. Pongamos unos ejemplos: tirar
cabras desde un campanario era una antigua tradición que afortunadamente fue
abolida. Zurrar a las mujeres es una ancestral tradición que tratamos de
erradicar. También era tradición tirar
discapacitados físicos por un escarpado o ahorcar homosexuales. Tradiciones que
espero que el señor García Bandrés repudie y no pretenda su recuperación ¡No
todas las tradiciones son respetables!
Ahora
bien, tras todas estas reflexiones me quedo con el titular “La Seo no se toca”.
Estamos de acuerdo señor periodista, NO se toca la Catedral, ni la Magdalena,
ni San Juan de los Panetes, ni nada que sea manifiestamente PÚBLICO y se pretenda
privatizar a nombre de un Estado extranjero.
Algún
día conoceremos sus motivaciones y las de los que ardorosamente defienden la
usurpación que ha llevado a cabo la Iglesia Católica española de estos bienes.
Seguramente
serán poco lícitas y llenas de intereses ladinos. Algún día lo sabremos, hasta
entonces dejemos las cosas como estaban antes del expolio y defendamos que los bienes comunales “NO SE
TOCAN”
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