Siguiendo
el guión van apareciendo los responsables políticos para valorar los asesinatos
que han tenido lugar en París. Cortados por un patrón común declaran con firme
convicción en defensa de los valores colectivos e individuales que han otorgado
un nivel de desarrollo y prosperidad a las sociedades modernas occidentales
amenazadas.
Los
corresponsales aportan datos de la masacre, cifras sin alma, simples números,
el relato de acontecimientos se encuadra en los parámetros típicos de este tipo
de información. A partir de las estadísticas comienzan los balances, las
opiniones de expertos, los análisis.
Todo
previsible, ninguno de los comunicadores
se aparta ni un ápice del papel que tiene asignado. Compromiso, firmeza,
respuesta contundente, una tras otra van desgranando la letanía de obviedades
que la población espera de ellos ¡Defenderemos nuestra forma de vida contra la
intransigencia!
Personas
a las que suponemos un pensamiento crítico y un alto nivel de opinión se
retuercen en sus butacas mientras intentan imaginar respuestas airosas que
suplan su desconcierto ¿Es la guerra?
La
contestación es tan evidente que produce sonrojo tenerla que escribir, ¡Si, es
la guerra!
Pero
no ha comenzado el día 13 de Noviembre de 2015, tampoco ha sido declarada
ahora. Lleva años de desarrollo, años de preparación, años larvada esperando el
momento oportuno para explotar. Tenemos indicios más que suficientes para poder
detectar que la violencia podría desatarse en cualquier momento.
Las
potencias mundiales han tratado la zona en conflicto como el patio trasero de
su finca, han repartido territorios sin tener en cuenta etnias, religiones,
creencias o afinidades. Han levantado fronteras creando países a su libre antojo,
a su capricho, atendiendo únicamente mejorar el rendimiento económico para satisfacer sus intereses. Así fueron poniendo y quitando
dictadorzuelos, emires, reyecitos.
Manejaron la política local como un juego de stratego, montaron guerras,
bombardearon ciudades, destrozaron países ya de por sí difíciles de manejar.
Las respuestas son de sobra conocidas. A un
infausto 11 de septiembre en USA le siguió un doloroso 11 de Marzo en Madrid, a
continuación un 7 de julio en Londres, 7
de enero en Paris (Charlie Hedbo), Airbus ruso el 2 de Noviembre,…¡Si, es una
guerra! Con sus muertos, sus operaciones, sus estrategias de propaganda, sus
desmentidos, sus prisioneros, pero sobre todo tiene sus víctimas y por supuesto
también tiene ganadores.
Los
vencedores alegarán motivos justos para comenzar la contienda, aunque esta sea
iniciada por un agresor con oscuros e indecentes propósitos (por ejemplo la última guerra de Irak tal como
ya ha reconocido Tony Blair).
Cuando
la perversidad de esos intereses ocultos sea conocida ya será demasiado tarde,
el mal estará hecho y recomponer las piezas rotas será una tarea titánica que
dejaremos para generaciones venideras. Nosotros tendremos que taparnos las
narices para no sentir el olor a putrefacto con el que hemos perfumado al
planeta.
A la
par que lloramos la tragedia cercana disculpamos los errores de cálculo de
nuestros aliados cuando provocan – voluntaria o involuntariamente – los
denominados daños colaterales en forma de bombas arrojadas sobre escuelas y
hospitales. Nos parecen inadmisibles las pérdidas causadas por unos fanáticos
religiosos; mientras olvidamos con rapidez tanto dolor gratuito proporcionado por los
ejércitos de los “desarrollados”. Mientras tanto nuestros ceremoniosos Gobernantes,
Presidentes, Primeros Ministros, Reyes y
demás alcurnia se sientan a mesas bien surtidas para cenar con los responsables
de suministrar cobertura financiera a
los grupos propagadores del terror.
En
los brindis, al levantar la copa el Rey de Arabia Saudí o el Emir de Qatar, o cualquier Regente
“Demócrata” de la zona, pronunciará
bellas palabras de amor y amistad después de abastecer a DHAES (ISIS o Estado
Islámico) los recursos financieros necesarios para comprar armas, entrenamiento
y voluntades.
Los
Gerifaltes de los países golpeados por la barbarie contestaran con intenciones
igual de hermosas mientras bombardean campos de refugiados con una mano y con
la otra venden armas a los rebeldes, entrenan a las milicias para derribar el
poder que les estorba y venden su voluntad a los mercaderes de vidas que son
quienes pagan sus nominas.
Nada
nuevo por otra parte, el negocio de la guerra es productivo siempre y cuando
haya una guerra en curso o en ciernes. La justificación es fácil de encontrar,
una agresión previa, se inocula el miedo en la población y a partir de ahí el
clamor popular exigirá un escarmiento y reparación del daño.
A un
segundo plano informativo pasarán el petróleo, el gas, los territorios, las
alianzas estratégicas para repartirse la riqueza de la zona en conflicto y el
afán codicioso de las sociedades occidentales quedará escondido tras un montón de escombros, unas cuantas vidas de
sus inocentes conciudadanos y centenares
de miles de habitantes de los territorios que supuestamente albergan a los
terroristas.
Para
la historia quedará la necesidad de la guerra en defensa del estilo de vida
democrático y en libertad que los amos del mundo nos han permitido a los
afortunados que hemos caído en esta parte del globo terráqueo.
Los
ganadores serán los de siempre, los que no se manchan, los que brindan, los
que, suceda lo que suceda, diseñaran otro conflicto en cualquier parte del
mundo que les apetezca expoliar para continuar sepultando esperanzas en fosas
de desvergüenza. Las victimas también serán las de siempre, los que solo sirven
para rellenar estadísticas. Mientras tanto arde París.
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