La utilización de la violencia es
patrimonio de los Estados, así se razona el uso de la fuerza por parte de los
cuerpos de seguridad. De esta forma los excesos quedan escudados tras una
cortina que arguye como finalidad el mantenimiento del orden institucional.
Esta teoría es aplicada por los gobiernos
cuando se trata de explicar una actuación desproporcionada. Si la Guardia Civil
utiliza material antidisturbios para impedir que unos inmigrantes alcancen la playa y la operación
da como resultado 15 muertos, no faltará una jueza que califique la actuación
de los guardias de proporcionada, aunque tenga que hacer juegos malabares para
conseguir encuadrarla en el marco
defensivo de la “integridad territorial
hispánica acechada por peligrosos invasores”.
Si el cuerpo policial que provoca
una masacre interviniendo en la disolución de una manifestación pertenece a un
país del entorno amigo, el resultado estará justificado por la peligrosa deriva
que tenían los subversivos manifestantes radicales.
Por el contrario cuando el gobierno
del país en cuestión parece inadecuado o adverso - Venezuela - el uso que desde
el poder se haga de la fuerza será puesto en entredicho. De esta manera tan sencilla
serán otorgados los privilegios de la violencia a los opositores. Es decir
tendrán consideración legal para
violentar.
Aquí nos encontramos con aquello de… “Todo es según el color del
cristal con que se mira”.
Si un país - España por ejemplo - colabora en la destrucción
de otro – Irak – las secuelas (más de 150.000 muertos directos y cerca de 3.500.000
de desplazados) se justificarán achacándolas
al resultado de una guerra justa, a los daños colaterales y a las pérdidas
accidentales.
Se han intentado muchas
definiciones de guerra y la verdad sea dicha no son necesarias tantas.
“La guerra es la imposición de la
voluntad de un competidor sobre la del adversario por medio de la fuerza”.
Sin cortapisas, sin tasas, sin
reparar en efectos. A más resistencia mayor presión y con ella mayor dosis de
violencia. No existen las normas ni las leyes de la guerra, es falso. El
ganador, o sea el fuerte, juzgará al perdedor según su criterio y el derrotado
recibirá el castigo por sus crímenes. Los crímenes del vencedor serán
atribuidos a la necesidad de usar métodos
adecuados al éxito.
La Segunda Guerra Mundial acabó
con la mayor demostración de barbarie nunca cometida por un Estado. La
consecuencia fue que Estados Unidos (el
ejecutor de la crueldad) se erigió en defensor de los derechos de la humanidad tras
la masacre. Cabe preguntarse ¿De qué humanidad? Naturalmente de aquella que era
afín a los intereses del amo del mundo. Los países discrepantes fueron
expulsados del paraíso y estrujados hasta la extenuación o arrastrados hasta la
rendición incondicional.
Siempre todo justificado por “El
restablecimiento del Orden Mundial” que no es gratis y requiere de cuantiosos
sacrificios.
El concepto de guerra se vincula
al uso de la violencia extrema para alcanzar objetivos que los litigantes
esgrimen como justos. El desenlace suele
coincidir con los deseos del más fuerte que, generalmente es quién alcanza a
ganar la contienda. Justicia y fuerza acaban mezcladas en una extraña amalgama
diseñada por el vencedor.
Al
finalizar el conflicto aparecen las víctimas en forma de millones de
desplazados, parias y damnificados.
A veces, estos proscritos se rebelan contra su destino empujando a otros miserables
a una condena similar a la suya. En ese momento se inicia una especie de reparto de la desdicha, que al
tener visos de descontrolarse resulta de todo punto inaceptable para el
fortalecido ganador.
El poderoso adoptará un papel de
arbitrio repartiendo caridad y migajas. Exigirá resignación a los desdichados. Para
que la situación - por injusta que parezca - se acepte será presentada como la única viable y por
consiguiente forzosamente aplicada. Como guinda del pastel la propaganda
dirigida irá acompañada de información sesgada y así se cocinarán fobias
diversas a fuego lento a través de los medios de información controlados.
Aparecerán racismos dormidos y
brotarán clasismos escondidos. Se odiará al diferente por serlo sin reparar en
que la diferencia no es real, es solo de
matiz y frecuentemente nos la presentan impostada.
Al disconforme se le llamará
anti-sistema, al descontento le denominarán revolucionario; al incrédulo como peligroso
y al rebelde le catalogarán de terrorista.
Cuando el verdadero terror haga aparición se habrán quedado sin palabras
para nombrarlo y todos aquellos que no sean mansos borregos serán presentados como
peligrosos terroristas.
Con esta pasmosa facilidad serán
introducidos en el mismo saco titiriteros, cuenta-chistes, noctámbulos
pleiteadores, silbadores de himnos, abucheadores borbónicos,
ateos y alguna mujer que defienda sus derechos. Antes todo era ETA
¿Ahora?
Pues ahora todo es defensa de la
cultura judeo-cristiana, pero por encima de todas las cosas se protegen las
cuentas de resultados de las multinacionales de armamento que suministran a
ISIS-DAES-ALCAEDA-YIHADISMOS VARIADOS, mientras se patrocina a las Agencias y Compañías de seguridad que
abarrotan el mundo de medidas para su inútil protección.
Para salir del paso, se “bolardean”
medidas de demostrada escasa utilidad al tiempo que conscientemente se ignoran las raíces del
problema ¡Es la guerra idiotas, es la guerra!
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