No señor, no tiene suerte el
titular de Fomento. Iñigo de la Serna tenía todas las papeletas para haber sido
el ministro estrella del Gabinete de Rajoy. A su apostura de galán
cinematográfico añadía una tenue estela de discreción que le alejaba de los
focos de la polémica. Algún atisbo de crítica a su gestión en la alcaldía de
Santander empañaba su inmaculado currículo, pero ¿quién no tiene algún
pecadillo?
Transitaba el bueno de Iñigo por
las placidas aguas de la legislatura cuando una disposición europea le colocó en una
complicada disyuntiva: O negociar con los trabajadores una salida airosa o imponer por la fuerza las directrices
europeas encaminadas a favorecer la privatización empresarial de un sector con pingües
beneficios.
Como no podía ser de otra manera
se inclina por imponer, lo de consensuar soluciones está en guerra con la
cadena genética del titular de Fomento.
Pero mire usted por donde le
salen respondones los trabajadores de la estiba y admitieron el órdago del
conflicto sin pestañear ni retroceder. Cada día que pasaba las pérdidas se multiplicaban,
las multas europeas crecían y las navieras buscaban otros destinos en los que
desembarcar sus mercancías.
Los medios de comunicación
presionaban como suelen hacerlo: los sindicatos fueron presentados como perversas
organizaciones planteadas para dañar a los menesterosos empresarios. Los patrones
son las almas puras que comparten sus riquezas con la sociedad proporcionando
trabajo a los desagradecidos trabajadores. Siempre me ha llamado la atención la
frase “los empresarios DAN trabajo”, puestos a dar sería deseable que dieran
salarios y se quedaran con el trabajo, pero ese es tema para otro artículo de
opinión.
A través de la prensa afín - la
totalidad de la denominada “seria”- se magnifican las pérdidas que ocasiona el
conflicto y su responsabilidad es atribuida
exclusivamente a los huelguistas ¿Quién si no va a ser el culpable?
Naturalmente los delincuentes son esos desaprensivos que, mirando mejorar sus condiciones laborales, se alejan del bien superior que supone alcanzar
mayores beneficios empresariales
¡Qué desfachatez! ¡Donde vamos a
parar! ¡Obreritos exigiendo mejoras!
El ministro con pinta de actor balbucea
soluciones, pierde “glamour” y también la batalla contra un colectivo que
aglutina al 100% de los trabajadores tras el estandarte de sus objetivos
sindicales.
Los estibadores no reblaron y
consiguieron imponer sus reivindicaciones. Cuando se cerró el problema ningún
medio recogió que el colectivo de la estiba había impuesto sus condiciones
merced a una férrea unión en sus reclamaciones.
Concluido el asunto parecía que
Iñigo podría retomar nuevo impulso pero hete aquí que le sale otro feo grano en
el trasero, la huelga de los vigilantes de seguridad del Aeropuerto del Prat.
Demuestra – como casi la
totalidad de políticos sentados en la poltrona – que no ha aprendido nada de
experiencias anteriores. De la Serna vuelve a intentar las imposiciones, en
esta ocasión con ayudas exteriores, o sea, con doping en forma de servicios
mínimos y vulneraciones flagrantes del derecho de huelga recogido en la
Constitución.
Para asegurar el funcionamiento
del Prat el Delegado del Gobierno ha establecido el 90 % de la plantilla como servicios
mínimos, es decir tan sólo se le reconoce el derecho de huelga al 10 % de los
trabajadores. Cuando de nuevo sea dictada sentencia contraria a los abusivos servicios mínimos marcados habrá acabado
el conflicto. Una vez más el Gobierno se habrá reído de la Constitución y
aplicado los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional, en realidad son
las leyes que a una inmensa mayoría de la dirección del PP le gustaría tener en vigor.
Por si el 90 % no fuera
suficiente impone la militarización del servicio y obliga a los miembros de la
Guardia Civil a desempeñar las tareas laborales de los trabajadores declarados
en huelga legal. Una nueva patada en el trasero de la cacareada concordia constitucional.
Iñigo de la Serna en esta ocasión
respira más tranquilo, por ahora tiene
el problema focalizado en un único sector de Aena y en un sólo aeropuerto.
Tembleques le entran de pensar
que se reprodujera la pesadilla de los estibadores y todas las plantillas de
seguridad privada de los aeropuertos españoles se unieran en una reivindicación
común y al igual que la estiba se mantuvieran firmes en sus demandas de
condiciones laborales de trabajadores de un país avanzado y del siglo XXI.
El bueno de Iñigo necesitaría
muchas capas de maquillaje para seguir con su apuesto papel de ministro inútil.
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