Resulta
enternecedor escuchar al Magistrado Lesmes (Presidente del Consejo General del
Poder Judicial y del Tribunal Supremo) aconsejar - a la concernida por la
sentencia que ha dictado la Audiencia Nacional - interponer un recurso ante
instancias superiores.
Vale,
quedamos muy agradecidos al señor Lesmes
por hacer gala de su versión didáctica, pero al mismo tiempo vemos que lo que
dice carece de utilidad, que es superfluo. Suponemos que los letrados de la
condenada – la tuitera Casandra – ya habían contemplado esa opción, es más, estarán
preparando el posterior recurso ante el
Tribunal Constitucional debido a que, en el Tribunal Supremo, probablemente será
dictada la confirmación de la sentencia
condenatoria.
Los
abogados de Casandra argumentarán con contundencia el menoscabo perpetrado
contra los derechos fundamentales de su representada y lamentablemente tendrán
que adoptar el camino del posterior recurso ante el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos. Allí será donde tendrán que
acabar.
El
susodicho Tribunal de Europa les dará la razón.
Y un tirón de orejas, uno más, a los altos tribunales españoles por
falta de diligencia, dejadez e interpretación arbitraria de las normas. O sea,
lo que ya ha sucedido en varias ocasiones. No será la primera vez y desgraciadamente
tampoco será la última.
Según
la estadística, la Justicia Europea condenará al Estado español a resarcir el
daño producido y los mortales de a pie pagaremos los desmanes jurídicos. Vamos
lo habitual en España ¡País! Que diría Forges.
Los
medios de comunicación han abierto un debate sobre la libertad de expresión y
los límites del humor pero… ¿Y si no es esa la cuestión? ¿Y si lo que Casandra
pretendía era denunciar la sobrevenida impunidad que sigue disfrutando un
Régimen genocida?
Pues
entonces lo tiene crudo la muchacha en los tribunales patrios.
La
modélica transición desplegó un tupido velo sobre los ojos de la justicia para
hacer más dulce su tránsito a la democracia. Se olvidaron de forma consciente
los crímenes de lesa humanidad, las desapariciones forzadas, los asesinatos en
masa, la represión organizada, la virulencia de un estado de terror. Se
promulgó una ley de amnistía para tapar las tropelías y aquí paz y después
gloría.
Bajo
ese manto protector se cubrieron los colaboradores de la barbarie, adecentaron
sus almas con una capa de pintura y se
convirtieron en demócratas de toda la vida.
¡Ah!
Y olvidaron incluir en el Código penal algún artículo que persiguiera la
apología del golpismo y la ofensa a los represaliados ¿Consecuencias de los olvidos? Pues las subvenciones a la Fundación
Francisco Franco, la impunidad de los criminales y la posterior falta de
sensibilidad política con las víctimas del régimen que auspició un general reo
del delito de rebelión. ¡Pecata minuta para los favorecidos cachorros herederos
del Régimen!
Tanto
es así que los juzgados españoles no decretan dictamines de exhumación de los
cadáveres de los desaparecidos en las cunetas y cuando los pronuncian – caso de
los bilbilitanos hermanos Lapeña - los
obligados por la orden se hacen los sordos, desacatan y nadie les obliga a su
cumplimiento.
Se desobedece
insistentemente la llamada Ley de la memoria histórica, se insulta a los familiares
de las víctimas del franquismo atribuyéndoles intereses monetarios. A través
del portavoz del partido en el Gobierno se hace mofa con “los muertos para
arriba, muertos para abajo”. Un inciso, después de la sentencia dictada contra
Casandra, deberá tener cuidado de hablar así de los muertos en tránsito
vertical para arriba no vayan a ser sus palabras consideradas como apología de
cualquier cosa ¡ah, no! Que Rafael tiene inmunidad subyacente.
Se insta
desde las formaciones políticas a reverenciar las leyes cuando estás se infringen
permanentemente por parte de quienes tienen que velar por su cumplimiento. Apelan
al respeto a la justicia pero, eso sí, siempre que los magistrados dicten
sentencias que sean agradecidas con sus intereses.
Probablemente
el Código Penal necesite una profunda revisión al igual que muchas leyes
impropias de un Estado de Derecho. Lo que es seguro es la urgente necesidad de
abrir un proceso constituyente que corrija los desmanes de las arbitrariedades
provocadas por las prisas que les entraron a algunos próceres del franquismo
por transformarse en demócratas de toda la vida.
No
es el humor ni la sátira lo que se persigue, si así fuera no hubiera circulado
un chiste que nació con una (supuesta o real) visita de Franco a Sevilla. Le
acompañaba en el viaje el ministro Martin Artajo; la multitud agolpada en las
calles gritaba: ¡Franco, Franco, Franco, Artajo, Artajo, Artajo! Desde el
gentío una voz clara grito ¡Qué coño Ar-tajo,
Ar-Guadalquivir que está más cerca! En plena dictadura la gracia no fue
considerada como enaltecimiento de “magnicidio por ahogamiento”. En esos
tiempos oscuros los chistosos “solo” fueron condenados a prisión por disidencia
política. Tristemente como hoy en día.
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