martes, 3 de diciembre de 2019

La tierra es plana


Tuvo que ser una mujer la que pusiera en su sitio a un cafre estructural.
Nadia Otmani,  víctima doble de la violencia machista, intentó sin éxito alguno que un descerebrado con aroma a naftalina reconsiderara su postura. Naturalmente no lo consiguió, lo único que logró fue la atención y comprensión de una gran mayoría social. No es poco.
Cuando la humanidad no era más que un grupo de animalitos reunidos para sobrevivir, la tierra era una gran desconocida. Por supuesto, no faltaron los que se dieron cuenta de que el desconocimiento del entorno en que vivían les proporcionaba una excelente oportunidad para someter a los humanos a los caprichos de algunos avispados.
Hoy muchos idiotas dirían que eran los más preparados. Se estaban dando los primeros pasos para que hubiera reyes y nobles, también era el germen para que nacieran opresores y oprimidos. Capitalismo en estado puro.
Hubo muchos antepasados nuestros que soportaban mal una vida de sometimiento. Antes que aguantar los caprichos de otro, por muy rey o faraón que fuera, preferían la muerte. Para cerrar esa puerta apareció un nuevo actor en escena: los enlaces con el más allá, es decir los sacerdotes.
La ausencia de respuestas ante lo desconocido hizo que la religión sobrepasara a la filosofía antes de que la ciencia pusiera algo de orden. Al no encontrar explicación para fenómenos cotidianos, resultó más fácil atribuir a fuerzas sobrenaturales la procedencia de los hechos desconocidos que explicar los acontecimientos.
A los negadores les resultaba más sencillo oponerse a los avances que acomodar sus dogmas a los nuevos hallazgos. Así mantenían sus privilegios apoyados por las armas y la fuerza de los poderosos. La resistencia que han encontrado los avances científicos es por todos conocida, en la actualidad siguen poniendo trabas a diversas áreas de investigación en nombre de una moral única. Paradójicamente las pruebas con productos no contrastados que realizan las farmacéuticas no merecen tipo alguno de reprobación. El dinero de la industria del medicamento es muy goloso.
La investigación y el desarrollo científico fueron los motivos por los que quemaron, torturaron, lapidaron, ahorcaron y sacrificaron a cientos de miles de seres humanos. Unos anónimos y otros relevantes pero todos ellos víctimas de la insaciable codicia de los prelados y de sus protectores.
Lamentablemente nada ha cambiado. Desde la fétida ignorancia de perversos alucinados se siguen negando hechos reales o sucesos científicos de sobra probados. Los caciques de la humanidad temen que sea cuestionada su forma de vida por las corrientes defensoras de la vida. Ya sea la vida de la tierra o la de las mujeres.
Los cavernícolas de hoy siguen defendiendo sus guaridas al igual que lo hicieron en el principio de los tiempos. Todo sigue igual, los mismos reyes, similares caciques, brujos, chamanes y sacerdotes. Dioses de verdad (el dinero y el poder) y de mentira (los instalados en el más allá) siguen condicionando la vida de las personas, sobre todo de las femeninas que continúan siendo escandalosamente maltratadas por su condición de mujeres.
En la sociedad actual encontramos a los mismos personajes y con idénticos comportamientos. Niegan la violencia del hombre sobre la mujer aun cuando las mujeres - por el hecho de ser mujer- sean las que sufren la violencia de forma inaceptable.
Para defender el “maltrato” judicial que dicen que padecen los varones, se agarran a un ridículo 0.18% de denuncias falsas.
En estos días se está llevando a cabo la conferencia sobre el cambio climático y los reaccionarios atribuyen a influencias de una izquierda radical la puesta en escena del problema que afecta a la propia subsistencia de la humanidad.
La caterva de bestias sigue negando la violencia machista y la emergencia climática. Les importa un bledo la vida, solo están interesados en su propio interés. Son negadores de cualquier asunto que les impida enriquecerse rápidamente y de la forma más obscena aunque sea a costa de la vida de las mujeres y del futuro.
Sudan copiosamente cuando una mujer en silla de ruedas les pide que la miren a los ojos. No pueden hacerlo, su cobarde comportamiento les delata.
Valientes de pandereta y banderita, machotes impostados que se han acercado al abrevadero del Estado escondiendo con grandilocuentes palabras una escalofriante y malvada ignorancia aderezada de peligroso e irracional fanatismo.

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