Estamos
últimamente asistiendo a un interesantísimo debate acerca del uso del velo (hiyab)
en las aulas. Los argumentos a favor de prohibirlo o permitirlo son tan
fundamentados como estériles. Se desarrollan en un círculo cerrado que no conduce
a ninguna parte.
La defensa
de la libertad individual puede ser esgrimida por ambas corrientes.
Una de
las partes aboga porque la portadora utilice la prenda en aras de su legítimo
derecho a vestir las ropas que voluntariamente acepte.
La opción
contraria razona que su uso es impuesto por una creencia que alimenta, a través
de símbolos como el que nos ocupa, una condición vejatoria para el desarrollo
de la mujer.
¿Se
debe permitir, desde la legislación, que la mujer acepte su rol de sumisión en
aras de su creencia?
¿Es legítimo
que la mujer sea discriminada y por lo tanto obligada a vestir de determinada
manera, en función de su condición femenina?
¿Es tolerable
aceptar que la condición femenina es portadora de inimaginables tentaciones y
por tanto debe ocultarse a los ojos del resto de los mortales?
Podíamos
continuar indefinidamente planteando preguntas de este estilo y la respuesta
que nos surge espontáneamente se topa con la voluntad de la mujer que utiliza
el velo. Las creencias de la usuaria están por encima de cualquier
consideración de orden lógico, alegan los defensores del uso.
Desde
una concepción laica de la sociedad chirría la exhibición pública de creencias que
colocan a la mujer en un estrato de inferioridad, obligándola a ocultar su
condición femenina para evitar provocar tentaciones en el alma atormentada de
los machos que la rodean.
Mientras
el hombre puede hacer ostentación de su condición humana luciendo su melena, vistiendo
bermudas o bañándose en la playa con un pequeño trozo de tela que apenas tapa
sus vergüenzas, la mujer se ve condenada a esconderse tras cortinajes que
disimulen su naturaleza. Algunos atributos tan inocentes como el pelo de la cabeza.
El problema
no es el velo, ni cualquier otro símbolo que se utilice, el fondo de la
cuestión es lo que la simbología encierra.
Si mañana
apareciera una religión que tuviera como ser supremo a la maltratada madre
naturaleza y sus fieles se concedieran como símbolo distintivo llevar una col
en la cabeza, los mismos que claman por el respeto a sus creencias serian los
primeros en apuntarse al coro de burlas hacia los portadores de coles.
Esto
ya lo hemos vivido. Los fanáticos de cualquier religión lo primero que hacen es
despreciar a los seguidores de las demás. Por supuesto todos se juntan para
vilipendian a los que han superado la superstición y tienen la suerte de no
tener ningún dios.
Es curioso
que los máximos detractores de los símbolos sean los miembros de la competencia. Lo que
ven intolerable en otros comportamientos lo justifican sobradamente en el
comportamiento propio.
Esos
personajes que durante siglos han concedido a la mujer un papel secundario en
el devenir social – y lamentablemente lo siguen haciendo – son los abanderados
de la prohibición de mostrar simbología diferente a la suya. Al contrario
sucede exactamente lo mismo.
Por eso
tenemos que darnos cuenta que la disquisición no es la de llevar un velo, un crucifijo o una
col. El asunto trasciende al mero hecho de ataviarse como a cada cual le venga
en gana, el quid de la cuestión radica en la invención primigenia, una vez
admitido un dios para solventar nuestra carencia de conocimiento lo demás es
marketing de venta. Los comerciales (los clérigos) necesitan colocar el
producto en el escaparate y al igual que las marcas de bebida se distinguen por
su imagen las religiones necesitan hacer proselitismo exhibiendo su poder ¿Qué
mejor publicidad que los fieles en la calle?
Así unos
llaman a la “guerra santa” y los otros a las “cruzadas”; unos están en la fase de
ocultar a la mujer y los otros en la de negarles la propiedad de su cuerpo
atacando las leyes que permiten la interrupción del aborto. Todo se reduce a la misma mierda: Ignorancia y
Superstición.
Eso sí,
en compensación por el maltrato a la mujer, en los actos solemnes los
capitostes de las sectas se ponen faldas.