Si esto fuera un cuento al uso comenzaría con la consabida formula de… Erase una vez… Pero resulta que no es un cuento, es la triste realidad que, día tras día, refleja nuestras miserias en el espejo proclamando: sí, así sois y de esta forma os comportáis.
Los medios de comunicación siempre encuentra el acontecimiento adecuado para fabricar jugosas exclusivas.
Poco importa si las noticias son ciertas o falsas. El caso es llenar espacios televisivos, tertulias de vociferantes y columnas de paniaguados. ¡Ah! Y hacer daño a los adversarios políticos.
Para los periodistas de hoy, ser notarios de los acontecimientos tiene escasa importancia. Vamos, casi la misma que los dictámenes que emite la UE. Un antiguo socialista, llamado Josep Borrell, es consciente de que su opinión importa lo mismo que un pimiento morrón empapado en salsa de arándanos.
El caso es que…Erase una vez un país que durante siglos se mantuvo en la incertidumbre de decidir en una extraña dicotomía religiosa. Las posturas estaban muy distantes. Se dudaba entre renegar de dios o construir una catedral para glorificar su cuestionada existencia.
A los poderosos, despreciar a un ser inventado por ellos mismos, para someter a las clases humildes les parecía chabacano, soez incluso delictivo (así lo contempla el código penal).
A los pobres, la construcción de la catedral les asustaba bastante, sabían que era muy cara y que el coste recaería sobre sus maltrechas costillas. Gracia, lo que se dice gracia, les hacía poca.
Partiendo de esos postulados no llegaban a ningún acuerdo. Así que para resolver el dilema decidieron utilizar el método al que pomposamente llamaban democracia:
“Todos nosotros vamos a decir lo que nos parece mejor, cada uno expresará libremente su opinión acerca de lo que tenemos que hacer con dios nuestro señor – explicaba el deán de la basílica - : o dispensarle un tratamiento humillante como si no existiera o inclinarse por la justa alabanza catedralicia. Sin recelos admitiremos el resultado.
Es muy atrevido decir que la consulta era neutral y aséptica. Es “bastante” probable que la proclama de la convocatoria tratara de influir sobre los votantes.
La iniciativa de ignorar a dios ganó por goleada. El resultado desazonó tanto a los obispos que ejercieron su omnímodo poder para que los ricos impugnaran las votaciones.
Ha habido pucherazo y fraude decían; aunque eran ellos – a través de sus empresas de demoscopia - quienes contabilizaban los votos.
Presionados hasta la extenuación los pobres cedieron a las exigencias de sus amos. Está bien, vamos a repetir la consulta ¿Cómo queréis que se haga ahora?
Para la nueva votación los ricos compraron cadenas de televisión, emisoras de radio, cabeceras de periódicos y miles de serviles voluntades que trabajaran en las influyentes redes sociales. Con legiones de voluntarios llevaron a votar a pobres ancianos dependientes de sus cuidados.
Aún así, una vez acabó el escrutinio, los resultados dieron ganadora a la iniciativa de considerar a dios un ser susceptible de ser diana de las chanzas y mofas por crueles que les parecieran a los meapilas.
¡Imposible! Gritaban los próceres de la comunidad. ¿Cómo se va a poder despreciar a dios impunemente? ¿Dónde vamos a llegar? ¡Cualquier persona en su sano juicio prefiere construir una catedral para mayor gloria del rey de reyes!
Otra vez se volvió a oír el montaraz berrido de Javier Arenas ¡Pucherazo! ¡Pucherazo! Queridos lectores, esto no se lo tengáis en cuenta. Bastante castigo debe de padecer viendo a Moreno Bonilla de Presidente de la Junta de Andalucía. Similar al escozor que sentirán Esperanza Aguirre y Eloy Suarez con Almeida y Azcón. Los primeros eran los llamados y sin embargo los segundos fueron los elegidos.
Pero no nos desviemos, en una asamblea colectiva se debatía la licitud de los resultados o la conveniencia de repetir la consulta.
De súbito una voz anónima surgió desde la bancada de los ricos: “Vamos a dejarnos de tonterías, quién quiera comer mañana que levante la mano.”
Con las manos alzadas se hizo el recuento y se aplicó el resultado a los fines perseguidos:
Por aplastante mayoría hambrienta se construirá la catedral y no mostrar el debido respeto a dios, se considerará un delito de injurias. Se castigará ofender los sentimientos religiosos de los que piensan como piensan. Dicho lo cual, tienen razón aquellos que piensan que es bueno construir la catedral para adorar a dios. Cuando ellos lo tengan a bien repartirán algo del pan que les sobra, si quieren, claro está.
Tenemos una disposición transitoria que explicita el pago del coste de la construcción catedralicia, que – naturalmente - será asumida por todos los habitantes de la ciudad sin distinción de raza, sexo, condición social o religión.
Con semejante proclama no estaba conforme nadie salvo los curas, las monjas, unos cuantos nobles de cuna o de hacienda y algún desmembrado cerebral.
Ni fueron felices ni comieron perdices, pero afortunadamente el cuento todavía no ha acabado y parece ser que dios está pidiendo asilo político en otras latitudes. O eso queremos pensar.