domingo, 27 de marzo de 2016

Ofendidos por el dolor

La historia conocida de la humanidad está llena de sucesos tan lamentables que resulta complicado atribuir al género humano un ápice de compasión. Desde los albores de nuestra miserable presencia en el planeta la vileza de proceder ha marcado nuestras relaciones con la naturaleza, incluidos el resto de los congéneres.
El hombre, como gran depredador, mata para subsistir. Eso en sí no sería más reprobable que las múltiples muertes que provoca la propia vida. 
El vector diferenciador con el resto de los depredadores radica en el hecho de que mientras para los demás la necesidad marca el comportamiento violento - no puede un león abstenerse de cazar ya que su existencia depende de ello,  para continuar con su vida necesita cobrarse otra - para  el cazador humano no.
El hombre usa la violencia para poseer. Es el ansia de posesión lo que mueve la actuación de este gran devastador de su entorno. Ambición por el ansia de acaparar, no tiene ninguna importancia que al lado alguien necesite parte de lo que nosotros guardamos y escasamente utilizamos. Aun cuando se dilapide y estropee preferimos el amontonamiento que tener que proceder al reparto equitativo.
Los más fuertes han ido modificando sus estrategias para mantener su status quo, comenzaron obligando a los débiles a trabajar para ellos y lo hicieron a base de palos. Cuando encontraron resistencia a sus aspiraciones inventaron las masas armadas a su servicio, se inventaron los ejércitos, no para la defensa del peligro exterior, en primer lugar protegían a los dueños del territorio de la presión de los parias que aspiraban a entrar en la despensa.
Naturalmente también defendían la propiedad de sus amos de la codicia de los amos colindantes, sin embargo esto último era secundario. Si había paridad de fuerzas el respeto a los límites estaba fuertemente asumido y cuando el desequilibrio era notable el débil ofrecía vasallaje al fuerte con tal de conservar su predio. Tan solo tenía que ahogar un poco más a sus propios subyugados.
La muerte, el sufrimiento, la esclavitud, la tortura en cualquiera de sus formas fueron, son y serán la fórmula habitual con una salvedad, en el momento en el que la muerte se convirtió en una liberación quedó desarticulada la mayor de las amenazas, dejó de tener poder de control sobre las voluntades y se necesitó dotar a la vida de una trascendencia superior que estuviera fuera de los márgenes marcados por la muerte. Las religiones cumplieron a la perfección ese papel. Si eras díscolo te esperaba una eternidad de sufrimientos.
Eso sí que era definitivo, la ignorancia del ser humano, sus temores a lo incomprendido y su aspiración de trascender más allá de su propia existencia otorgó a los poderosos un arma de largo alcance. La sumisión estaba asegurada: en la vida terrenal los palos, en el mundo imaginado los fuegos eternos.
Y así vamos escribiendo la historia a base de violencia aderezada con ignorante superstición obtenemos la sumisión precisa para continuar una mísera existencia con la que glorificar a reyes, papas, nobles y obispos.
Tras un genocidio masivo de inmediato nos obsequiamos con otro para que continúe girando la rueda. Sin guerras las fábricas de armas entrarían en pérdidas insalvables,  sin vidas de miseria no tendrían sentido las ONG eclesiásticas, sin fronteras para las personas los sátrapas serían disueltos como azucarillos porque sus fechorías serían vacuas y no  pondrían en peligro la estabilidad de sus vecinos.
En estos tiempos los amos siguen acumulando posesiones en tanto el resto luchan por los despojos. El mundo afortunado (Europa) aleja el mal olor que llega a sus fronteras a lomos de los cientos de miles de desgraciados  huidos de sus hogares.
A esos territorios hemos llevado la desoladora civilización moderna para sometimiento de los habitantes al poder del dinero. Los patrones son insaciables y acercan sus codiciosas manos allí donde pueden sacar tajada sin otro objetivo que tener y tener sin importar para nada a costa de qué ni de quién.
Inoculan el miedo al diferente para conservar la  sumisión a través del pánico. Se producen actos de guerra terrorista en las calles del llamado mundo civilizado, las reacciones de repulsa ante estos casos son directamente proporcionales a la indiferencia que se muestra ante las desgracias en los lejanos países que sustentan a los asesinos. No se quiere acoger a desgraciados que huyen aunque se  sea cómplice indirecto de los que provocan su huida.
Se mantienen y financian regímenes de hijos de puta porque comen, cenan y bailan con nuestros propios hijos de puta. Convertimos en amigos a reyezuelos de Arabia Saudí porque con una mano mantienen el bastión de las multinacionales y con la otra  financian y entrenan a los que a su vez nos golpean. Mantienen su condición de necesario aliado utilizando como táctica  auspiciar los actos que nos atormentan y paralizan.

Mientras tanto todos nosotros cerramos los ojos y nos tapamos la nariz para no ver ni oler a los muertos que se amontonan en nuestra puerta y seguimos manteniendo a nuestros amos.

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