jueves, 25 de agosto de 2016

Carta al hijo de un desempleado

Dejar de ir a clases extra escolares porque hay otras formas mejores de aprender inglés a ti no te persuade mucho, porque con el inglés pase, pero ¿las excursiones y los deportes? Vamos que no te convencen.  Igual que no te convence vivir en casa de los abuelos desde el día que llegaron a tu antigua casa  el hombre con corbata acompañado de varios policías. Después de enseñar un papel sacaron a tu padre a rastras de la vivienda mientras tu madre gritaba que le soltaran. El premio que  se llevó fueron dos guantazos de un  tipo con uniforme - del tamaño de un armario ropero - que la hicieron tambalear.
Ya no volviste a tu habitación ni recuperaste ninguno de tus juguetes, todo se quedó allí. Lo único que te llevaste fue la imagen de tu padre derrotado. El día del desahucio dejó de ser el más fuerte, el invencible papá se convirtió en un pelele de trapo en manos de aquellos trabajadores uniformados.
Nunca le perdonaste que por su culpa perdieras  tus valiosas pertenencias, tu super nintendo, la wii, la tablet y el móvil, sobre todo cuando comenzaste a oír que todas las desgracias le pasaban por vago, que por eso estaba en el paro, él y la inútil de tu madre que solo sirve para fregar y hacer camas.
Ya nadie recuerda cuando era encargada de la tienda de moda del centro de la ciudad que no se sabe muy bien por qué cerró. Unos dicen que por culpa de las tiendas de chinos que se abrieron alrededor, otros que fue porque el dueño se jubiló y los hijos decidieron vender el negocio a una multinacional, vete tú a saber el motivo, el caso es que tu madre se quedó sin trabajo y tú sin tus zapatillas de marca.
Has oído mil veces que tus padres eran unos derrochadores, que “no sé qué de por encima de sus posibilidades”, lo que nadie te ha dicho es que hicieron lo mismo que todo el mundo, se fiaron del sistema, creyeron en las leyes y en los gobernantes, el ladrillo era una inversión segura y la hipoteca se la podían permitir.
La trampa en la que se metían apareció más tarde. Casi a la vez cerró la tienda en la que trabajaba tu madre y la fábrica de calzado en la que trabajaba tu padre decidió deslocalizarse y se largó a China para tener  beneficios más abundantes. Muchas empresas hicieron lo mismo, buscar una productividad alta a costa del trabajo y las condiciones laborales de gente como tu padre. El resultado fue que cuando empezaron a llegar productos españoles - made in China - nadie podía comprarlos porque habían perdido el trabajo y no tenían ingresos. Todos  se inclinaron por las imitaciones chinas -hechas en China o en Vietnam que siempre hay alguien más desgraciado - peores sí, pero válidas para cubrir la necesidad de llevar vestido o calzado.
Esas son las deportivas que ahora llevas tú, ya no son Adidas, son Apidas, como todo lo demás que usas, sucedáneos de los originales, como tu pan migado en el desayuno, una imitación burda de los cereales.
Te enfada tener unos padres tan sumamente mansos, tan torpes, no alcanzas a entender el motivo por el cual no tienen trabajo mientras otros trabajan horas extras. Nadie lo entiende. Acabas rindiéndote y dices: ¡claro son unos vagos inútiles!
Pero no, no te equivoques, no son torpes, ni inútiles, ni vagos, aunque sí son dóciles, mansos, y manejables, pero eso es el resultado de siglos de amaestramiento, de cruel vasallaje, de vivir de rodillas ante las imponentes figuras de los amos.
 De esa cruz al igual que de la otra es muy complicado librarse, por si acaso, si en alguna ocasión se inició un proceso de liberación con presteza aparecieron los perros de la guerra  que, santificados desde los púlpitos por clérigos infames,  abortaron las aspiraciones de libertad.
Todavía hoy se buscan en las cunetas a los asesinados por tener ansias de vivir una vida digna, al tiempo que los nietos de los asesinos siguen disfrutando de los productos del expolio y de las ganancias de sus crímenes.  Lamentablemente El tribunal Internacional de Derechos Humanos calla.
Tienes que saber, joven amigo, que la comunidad internacional asiste atónita a los casos de desvergüenza nacional que nos asolan y lo único que nos ofrece es que seamos más dóciles y comprensivos con los dueños del capital aportando nuestro sacrificio para sanear sus cuentas.
Esa es la receta, dóciles y sumisos con la finalidad de engordar las arcas de los banqueros canallas que nos exigen apretarnos el cinturón y renunciar a los pocos derechos alcanzados tras años de lucha.
Niño ¿Te das cuenta de la situación? Tus padres están atrapados en una rueda de jaula de hámster, no pueden salir, no les dejan. De los padres de los cuarenta niños de tu clase del colegio, 10 están en las listas del paro igual que los tuyos, 14 tienen a sus padres trabajando con salarios en el umbral de la pobreza, los padres de otros 14 callan y asienten arrastrándose a los pies de los amos para conseguir unas migajas o, como mucho, protestan con la boca pequeña no vayan a partírsela.
Por último, los 2 que quedan son los que se ríen, humillan y desprecian a todos los demás a pesar de estar  viviendo de ellos.
No, tus padres no son todas esas cosas malas que les llaman, sólo son esclavos atrapados, producto auténtico y genuino de este simulacro de país, acuérdate que ya en una lejana ocasión los aborígenes  de la patria hispánica pidieron su ración de tiranía al grito de ¡Vivan las cadenas! Por cierto las cadenas las manejaba un Borbón.

Seguro que resuena en tu cabeza lo que dijo  el actual ocupante prorrogado de la Moncloa: “muy españoles y mucho españoles”. Le puedes replicar: lo que usted quiera señor Rajoy,  pero casi preferiría no ser tan “españolazo” y que mis padres pudieran recuperar algún derecho, vamos lo que se llama tener una tenue mezcla  de noruego.

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