lunes, 16 de febrero de 2015

Homenaje a la infamia

De aquellos barros vienen estos lodos. La modélica transición no parece que fuera tan modélica. Juan Carlos I “El Campechano” desplazó de la Jefatura del Gobierno a Carlos Arias, para encomendar la misión de pilotar el obligado cambio político a un desconocido Adolfo Suarez.
Las actuaciones posteriores de ambos actores de la tragedia nacional se ajustaron milimétricamente al papel que les habían encomendado. Ambos provenían del más rancio franquismo. Uno, El Monarca, debía su corona al dedo benefactor del sátrapa. El otro, el Duque, llegaba avalado por su experiencia como factótum de la ideología opresora habiendo desempeñado el papel de Torquemada en la Secretaría General del Movimiento. El cargo de Adolfo Suarez implicaba defender, mantener y fomentar los principios por los que el régimen pretendía regirse para alcanzar un ápice de legitimidad.
La propaganda oficial de los medios de comunicación ha concedido a estos dos “prohombres” la condición de valientes demócratas. Valiente ironía. Ninguno de los dos, si hubiera tenido la mínima posibilidad, habría derogado los Principios del Glorioso Movimiento Nacional y buscado una apertura Constitucional. Todo estaba atado y bien atado dijo el Opresor.
“El Campechano” atisbó en el horizonte, probablemente forzado por sus sponsors, la solución a los peligros que acechaban a la inminente restauración monárquica. Rodeado de países con sistemas democráticos de gobierno y aspirando a la longevidad de la dinastía era arriesgado no dar pasos en la dirección marcada por los amos. Sí, Él también tiene amos. Los mismos que han hecho de su persona una de las fortunas del planeta.
En cuanto a Suarez, cumplió con exactitud los mandatos que le transmitieron. Una Constitución flácida, farragosa, difícil de modificar si lo que queremos es no modificarla, fácil de prostituir si queremos saltarla y en la que parezca que caben todos, aunque la mayoría quede fuera. La ignorancia, el miedo y el chantaje, cuando no el soborno, harán el resto.
Con estos antecedentes lo normal, lo absolutamente normal, es que tengan lugar sucesos como el público y oficial homenaje a los voluntarios de la División Azul.
Si los familiares desean homenajear y recordar a sus muertos, están en su perfecto derecho. Incluso en reunirse para realizarlo de forma y manera comunitaria. Por supuesto que entre los actos caben los religiosos, los íntimos, los públicos, los sinceros o los impostados. Lo que no tiene cabida es la participación de representantes institucionales en actos de reconocimiento a un simulacro de unidad del ejército español compuesta por una amalgama de fascistas, desesperados, proscritos por el franquismo, buscadores de fortuna, o simplemente personas que en 1941 sólo podían esperar una muerte lenta en España, hambre para su familia y en el mejor de los casos cárcel o fusilamiento.
La ley de la Memoria Histórica del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, nació con todas las taras de un nonato deforme.  La reacción de la derechona españolista fue  desproporcionada e injusta.
Desde el final de la Contienda Civil el usurpador rebelde al poder legítimo constituido repartió prebendas y  honores entre sus seguidores. Los muertos descansan en cementerios, los mutilados obtuvieron ayudas y reconocimiento y los descendientes de los vencedores contemplaron la vida desde atalayas en las que se vivían tiempos de extraordinaria placidez.
Como decía, el gobierno de Zapatero hizo un melifluo intento de cerrar una de las muchas heridas que dejó abierta la “Modélica Transición”. ¿Cómo lo hizo? Pues conociendo al personaje nos lo podemos imaginar: Igual que  hizo todo; a medias.
Reconoció la necesidad pero no la dotó de medios. Dejó a expensas de los descendientes de los represaliados la tarea de búsqueda y exhumación de los restos de sus seres perdidos. Mientras tanto la bancada del PP gritaba y gritaba hablando de guerracivilismo y de la apertura de viejas heridas.
Ya sabíamos cual era su postura, quedó confirmada cuando alcanzaron el gobierno. Si con el PSOE en el poder las cosas no habían avanzado, con los herederos de Fraga y los familiares de Utrera Molina las cosas han empeorado. Ni los tribunales internacionales, proclives a un explicito reconocimiento de condena del franquismo, han conseguido tocar la fibra sensible de los patriotas de pulsera rojigualda y cuentas en Suiza. En cambio vemos como el cónsul español en SanPetersburgo (Leningrado) homenajea a los soldados del ejército alemán caídos en  la batalla de Krasny Bor y al tiempo reconoce los méritos de unos españoles que cayeron en el frente ruso defendiendo al III Reich después de jurar lealtad y obediencia a Adolf Hitler. Muy instructivo, cada cual se plasma como mejor cree, el cónsul ha quedado nítidamente retratado.
Como decía al principio “De aquellos barros vienen estos lodos”, si la Transición hubiese sido menos modélica y más justa, se habrían reparado las maldades cometidas por el rebelde y con ello no existiría una Fundación Francisco Franco, ni se cantarían las gestas de un genocida, ni tendríamos que soportar que públicamente se ensalcen comportamientos de personas con un extenso currículo de crímenes contra la humanidad.

¿Existe algún responsable, miembro, afiliado, votante o simplemente simpatizante del PP que se imagine una Fundación Adolf Hitler en Alemania y a Ángela Merkel  participando y promoviendo homenajes a un alemán de pro como Adolf? Pues eso.

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