Las exequias que han tenido lugar en Atenas, tras el fallecimiento del depuesto rey Constantino de Grecia, fallecido hermano de la vejada reina Emérita Sofía, nos han ayudado a recapacitar acerca de la realista situación de la realeza real ¿Enrevesado verdad? Pues nada comparado con la realidad.
A una señal hecha por un responsable de protocolo de la Casa Real, el periodístico busto parlante tiraba reiteradamente del brazo de “El preparado”, igual que en Mallorca alejaba a la heredera de su abuela. En esta ocasión el objetivo de la locutora consistía en evitar la foto del titular de la corona con el infiel Emérito. Una de las instantáneas que se consiguen plasma la abandonada soledad de Juan Carlos I. No importa, la historia perseguirá a la familia.
Curiosamente el día 17 de enero del año 1793 era considerado culpable de múltiples delitos contra la ciudadanía francesa y condenado a muerte el ciudadano Luis Capeto más conocido como Luis XVI.
Dicen los cronistas de derechas, tanto los antiguos como los de nuevo cuño, que fue condenado por un único voto de diferencia. Además de ser un dato poco preciso, tampoco importa mucho. Una vez puesto en marcha el proceso revolucionario, el destino de Luis XVI dejaba lugar a pocas dudas.
Una explosión de hambriento hartazgo popular decidió que ya estaba bien, se acabó que un gordo inútil celebrara fiestas moñas en el ampuloso Versalles y que su casquivana austriaca se hartara de marisco en Le Petit Trianon.
Es sobradamente conocido como acabó la cosa, las cabezas de los esposos ejemplares, sometidos a una afilada presión popular fueron separadas de sus regios cuerpos.
Francia alcanzó la ansiada igualdad, fraternidad y libertad para todos los ciudadanos - que no para las ciudadanas - incluidos los pertenecientes a la familia de Luis Capeto.
La guillotina llegó para equiparar a los reos de muerte, se acabó eso de diferenciar a los nobles cortándoles la cabeza con el hacha, del populacho que - cuando era condenado a muerte - se le ahorcaba.
Hicieron tabla rasa unificando los métodos de ajusticiar, ¡Todos en la guillotina!
La familia de Luis XVI lo probó en sus propios cuellos.
Es comprensible la reacción de las realezas europeas al tener noticias del descabezamiento de la dinastía francesa ¿Qué iba a ser lo siguiente? ¡No se podía consentir! Pero tuvieron que hacerlo. Así que por conservar la cabeza, trataron de adaptar su manera de reinar a los nuevos tiempos.
Aunque no todos, los Borbón españoles, conocedores de la idiosincrasia peculiar hispánica decidieron buscar un general tras otro para que les solucionara los problemas.
Desde Espartero pasando por Narváez, Pavía o Serrano, un nutrido elenco de generales decidió que España no era republicana por la gloria de dios. Contumaces en el empeño han conseguido que retornen los herederos de la corrupta huida Isabel II.
Vuelven pero no cambian ni mejoran, así el pornógrafo Alfonso XIII, cuando se percató que su cabeza pendía del mismo hilo que la de Luis XVI, encomendó a un general - Miguel Primo de Rivera - cortar las alas reformadoras de los díscolos.
La jugada le sirvió durante un tiempo, al percibir que su obstinación en amargar la existencia de los españoles, podía conducirle a seguir los pasos de su antepasado francés, huyó como su abuela Isabel II. Él puso rumbo a Roma y aunque quiso hacerlo, nunca volvió.
El relevo del general Primo de Rivera lo cogió Franco, un golpista que sometió a España usando un monolítico catolicismo no exento de barbarie. Los cuarenta años de dictadura los remató el genocida imponiendo a un Borbón como Jefe del Estado.
Sin haber sido consultados los españoles mediante un referéndum con garantías democráticas, la familia del depuesto Alfonso XIII regresó al trono.
El día 17 de enero es una buena fecha para recordar. Si hay que perder la cabeza que todos estemos en igualdad de condiciones.
Sería deseable que antes del último adiós Juan Carlos I de España, el ciudadano Borbón, rinda cuentas de sus dudosos asuntos. Principalmente de los prescritos por una más que sospechosa y conveniente caducidad de fecha.
Así cerraremos el círculo con el final de la inviolabilidad estipulada y de la impunidad sobrevenida.
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