Si hay algo a lo que conduce el
momento que estamos viviendo es a una profunda depresión no exenta de
escepticismo hacia todo lo que nos rodea. El amasijo de mortales que componemos
la maquinaria productiva e improductiva de la población nacional hispánica somos
diferentes, pero no por ser sagaces, ingeniosos, solidarios, simpáticos o
inteligentes, somos diferentes por nuestra ancestral inclinación a vivir
sometidos.
Somos tan dóciles como los
orgullosos caballos españoles debidamente domados. Austrias y Borbones
encontraron en la cabaña equina ibérica la realización de sus anhelos: un
animal con apariencia de impetuoso y sin embago obediente a la mínima señal del
jinete. Todos los pintores de las estirpes resaltaban la gallarda figura de un
príncipe sometiendo la voluntad de la indómita bestia.
Nada más lejos de la realidad, el
caballo pura raza español encarna la totalidad de las virtudes que los amos de
la plantación esperan encontrar en sus esclavos: sumisión, abnegación,
fortaleza y servidumbre.
Desde el principio de los tiempos,
la tradicional clase dirigente española ha entendido muy bien cómo sacar
provecho de las características de los vasallos. Empresarios, capital e iglesia
coinciden en sus mensajes con los partidos de la oposición cuando tildan de
apocalípticas las medidas que va adoptando el Gobierno.
Los propietarios de la derecha han
colocado en el Congreso de los Diputados a unos monigotes para que socaven la credibilidad del actual ejecutivo cueste
lo que cueste.
No les importan las víctimas, los
machotes hispánicos siempre han considerado a los muertos como daños
colaterales. Para esos jinetes de la indecencia, los fallecidos son cifras en el
informe estadístico rellenado por una becaria mal pagada. Siempre que los
muertos no sean cercanos ¡Por supuesto! Si son parentela, en lugar de bajas pasan
a ser mártires.
Cuando el orbe se debate en el
análisis de un nuevo orden mundial, aquí perdemos el tiempo con las ocurrencias
de un cura de pueblo recitando la homilía a cuatro feligreses beatos carentes
de empatía social.
Mientras los organismos
económicos de las naciones avanzadas entienden la necesidad de aportar recursos
para paliar la devastación, en esta España tuya y nuestra “los meritorios”
paniaguados denigran la renta mínima vital considerándola una paguita para
vagos.
¡Ojo que entre los que se
posicionan en contra de las ayudas se halla un colectivo tan “productivo” como el
de los Obispos! Una tropa históricamente acostumbrada a esquilmar las arcas
públicas, niega la ayuda a los desfavorecidos y dañados por esta catástrofe
¿Necesita la Iglesia que los desgraciados sigan desprotegidos?
Resulta una demostración más de
la calidad que adorna a la Conferencia Episcopal. La curia defiende la opción
de que los recursos sean derivados a la caridad - vía cruz en la declaración de
la renta - para ser gestionados alegremente
por los Arzobispados. No les gusta que las instituciones gubernativas dicten medidas
de JUSTICIA social.
No es de extrañar, ponderada por
los meapilas, la caridad tiene en los derechos sociales a su mayor enemigo. La justicia equitativa y la redistribución de
la riqueza dejan sin sentido la caridad.
Queda clara la oposición eclesiástica
a la renta básica: están defendiendo su puesto de trabajo, la caridad es el
disfraz con el que enmascaran su falta de función. Sin necesitados no tienen a
quién auxiliar y los psicólogos son una dura competencia como consuelo al
atormentado.
Los empresarios y por ende el
capital, también se oponen a la renta vital. Con una simple reflexión
deberíamos preguntarnos ¿Por qué tanta beligerancia?
La respuesta la dio, aunque fuera
de manera involuntaria, la comunity manager de un chucho: Isabel Díaz Ayuso. La
becaria de “Pecas” defendió el “trabajo basura” diciendo que muchas personas
querrían un trabajo de esas características.
Naturalmente que sí, pero se le
olvidó decir - o quizás no está capacitada para reparar en ello - que los
trabajos con condiciones laborales por debajo del umbral de la dignidad, no son
ocupaciones deseables, son esclavitud encubierta bajo el paraguas de una falsa competitividad
empresarial que en realidad esconde explotación.
Curas y patronal siempre han
caminado unidos en la consecución de sus objetivos, falta que se adhieran otras
piezas para acabar el puzle. Avanza a la carrera una detestable rama política, la
extrema derecha se ha desenmascarado y cada vez ocultan menos la finalidad que
persiguen. Cuando alcancen la meta lloraremos la estupidez de nuestro
comportamiento.
Si todavía no han dado el paso
definitivo no es por falta de ganas, es porque desconfían del seguimiento que suscitaría entre los
uniformados un proceso desestabilizador a gran escala.
Afortunadamente, todavía es un
escenario que le plantea muchas dudas a esa “derechita valiente” emergida de la
neblina democrática con la que se envuelve la derecha pos franquista.
Nos queda esperar que el mando
supremo de los ejércitos no sucumba a la tentación de montar un brioso corcel
para arengar a las tropas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario