¡A quien le extrañe la situación
que levante la mano!
Tras ímprobos esfuerzos, ¡por
fin! Los ganapanes de la intolerancia han conseguido hacer el caldo gordo a los
secuaces de las oligarquías dominantes.
Nunca han estado contentos, por
más que se fabricaron una democracia a su gusto y conveniencia, algo no les
cuadraba.
Eso de que las personas
corrientes y vulgares del populacho tuvieran derechos sociales amparados por las leyes les traía a mal traer, ¡Hasta
donde vamos a llegar!
Las élites ya sabemos como son,
viven en una realidad paralela y no les afectan los problemas de la gente.
Tampoco les preocupan las soluciones. A ellos únicamente les perturba que no se
les distinga, el dejar de ser diferentes, únicos y distanciados.
Por ese motivo defienden la monarquía
con uñas y dientes. Mientras haya rey habrá clases y estratos sociales. El rey
está allí y allá abajo todos los demás.
Las élites dominantes aplican la misma
regla que usa la praxis monárquica: aquí estoy yo y en los sótanos pululáis todos los que no pertenecéis a mi familia, mi
círculo o mi condición social.
Hasta aquí nada nuevo bajo la luz
del sol, ni nada que no sepamos todos. Para alcanzar estados de justicia social
es imprescindible empezar haciendo sociedades
igualitarias. Si no es así mal vamos.
Y en este punto comienza el
problema. El rey se enfurruña porque ve peligrar su chollo a la par que las
nuevas y antiguas noblezas se enfurecen
por el mismo motivo.
Pero claro, rozaría el ridículo
una protesta de la familia real y sus acólitos para reclamar la defensa de sus
privilegios. Es difícil imaginar a las altas cunas manifestándose por el paseo
de la Castellana al grito de: !...ía, ía, ía, queremos monarquía!
Los “insignes” no están por la labor de exhibir su palmito en
semejantes menesteres ¡Para eso aprovechan a los lacayos!
Una inmensa tropa de aspirantes a
recoger los restos que desperdician los amos son los que hacen el juego sucio. Este
batallón lo forman los políticos infames que soportamos, los medios de
comunicación que desinforman y los empresarios explotadores que amenazan. Como guinda del pastel son acompañados por eclesiásticos
que interfieren en la vida social a través de la educación y la sanidad, dificultando
– de esta forma - el desarrollo de leyes sociales.
Esta recua de mantenidos son los
que bastardean con los derechos de la ciudadanía, los que atropellan a los
trabajadores, los que recortan servicios sociales, los que manipulan la
información para vender humo o catástrofes según les convenga.
Y aupando a esta verdadera lacra
social están los bobos útiles, los aspirantes de los aspirantes, aquellos que
se compraron una vivienda y un apartamento en la playa y se creen invitados a
la mesa de los dueños.
Esos lerdos que son jefes de
sección de unos grandes almacenes, o técnicos de laboratorio u oficinistas
bancarios o médicos, abogadas, ingenieras, arquitectos, funcionarios, policías,
bomberos profesores,…etc.
Esas lumbreras que tienen una
vida acomodada con televisión en color y coche 4x4 reniegan de su condición de
clase trabajadora para agarrarse a la categoría de clase media alta.
Piensan que los problemas de la
gente corriente no les afectan. Miran por encima del hombro a los
desfavorecidos, y en un estúpido
mimetismo con sus dueños desprecian a los que tienen menos y a los diferentes.
Y ¡cómo no! no podían faltar en
este coctel los exacerbados, los nostálgicos de épocas que nunca deberíamos
haber padecido ¡Los muy españoles y mucho españoles!
Esos que no perdonan que se
piense fuera de los límites de su ideología han encontrado otros cabestros de
la misma derecha aunque con distinta bandera. Unos pasean un pajarraco, los
otros una estrella. En medio la gente corriente pillada entre dos fuegos.
Nada casual, este momento es el
idóneo para que las fuerzas vivas ¡De toda la vida! aprovechen para recuperar
el control y desguazar el estado del bienestar. Naturalmente apoyándose en la
defensa de la ¡Indisoluble unidad de la Patria!
Ahora está más cerca que nunca el
acuerdo de Gobierno de Salvación nacional. PP y PSOE, o PSOE y PP, confluirán en
aras de la indisoluble Unidad de ¡España!
No sabían cómo hacerlo, pero han
dado con la fórmula para devolvernos a la cruda realidad.
¡No, no somos una democracia! Tenemos el resultado de la voluntad de unos caciques
que han decidido cuándo y cómo tenemos que nacer, pensar, vivir y morir.
Todo lo que estamos viviendo
tenía que pasar.
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