Desde hace unos meses se vienen
utilizando los números de turistas que nos visitan para reforzar la teoría de
la mejoría económica. El contrapunto a tanto optimismo lo materializan los
precios alcanzados por los pisos de alquiler en las zonas turísticas. De esta
forma tan sencilla nos damos de bruces con la cruda realidad: el incremento de
precios de las viviendas es soportado por aquellos que necesitan residencia y
no pueden pagarla con sus bajos salarios.
En Ibiza las negativas de
personal laboral de las administraciones públicas a desplazarse a la isla ya
están alcanzando niveles preocupantes.
Para paliar estas secuelas al
personal sanitario se le ha procurado
habitación acondicionando un ala en un centro hospitalario. Naturalmente no
deja de ser una medida provisional, las medidas definitivas están por llegar.
Si llegan.
Cuando la improvisación es la
regla general uno de los inconvenientes que acarrea es la falta de normativa
organizadora. El sector turístico no iba
a ser una excepción.
Prácticamente a diario tenemos
noticias de las quejas que presentan los habitantes de Barcelona y otras
ciudades ante la ocupación indiscriminada de pisos catalogados como turísticos.
La falta de regulación hace que los
vecinos que tienen la fatalidad de vivir en las cercanías de estos lugares padezcan molestias sin límite en su devenir
diario.
Espectáculos denigrantes llevados
a cabo en la vía pública a cualquier hora del día o noche, suciedad por doquier,
orines, defecaciones y basura ilimitada invaden las zonas de algarada turística
con el beneplácito silente de nuestras augustas autoridades: Central,
Autonómica y Municipal ¡Al turista ni tocarlo!
Estos responsables ni siquiera habían reparado en
las molestias, el ruido nocturno no se oye desde las mansiones en las que suelen veranear, la
suciedad no mancha sus calles y al día
siguiente la ciudad está casi limpia con cargo a las arcas comunales. Todo va
bien mientras vengan turistas que
aporten - eso dicen - el 11% del
PIB.
Las quejas presentadas por los afectados han
sido sistemáticamente ignoradas. Visto así se puede deducir que se han hecho
oídos sordos a las aspiraciones del restante 89 % del PIB sufridor del vandalismo de los visitantes.
Pero ¡hete aquí! que todo tiene un límite y allí donde no hay
orden él sólo se pone. Desde que se ha hecho notorio el descontento de una
parte de la población con la situación que se vive no han dejado de aparecer
voces que deploran el comportamiento de los disconformes. Turismo fobia llaman
a los actos de protesta.
Estas voces criticonas no dijeron
ni palabra durante mucho tiempo, es más, antes ni siquiera reconocían que había
un problema. Ahora sí, ahora las reivindicaciones, pintadas de autobuses,
colocación de pegatinas y actos similares las califican como actos cercanos al
terrorismo por el impacto negativo que pueden causar entre nuestros masificados
visitantes.
La sobresaturación de calles y
plazas NO afecta a estos defensores del turismo a mansalva pues ellos viven en
urbanizaciones privadas. Los yates les acercan a calitas donde disfrutan de
aguas cristalinas sin agobios ni multitudes. No poder dormir no lo padecen
porque en las inmediaciones de sus chalés no se celebran verbenas nocturnas ni tienen
lugar peleas ni borracheras. Eso lo padece la gente de a pie que al día
siguiente tienen que madrugar para ir a la fábrica o al hospital a atender los comas
etílicos de los mismos que les impiden dormir.
Los detractores de las acciones
llevadas a cabo por los asaltantes refuerzan su argumentación penalizadora en la
ocupación laboral que proporciona el turismo. Sería deseable que también resaltaran
la temporalidad pero sería aún más reseñable que se destacara la inaudita
explotación a la que se ven sometidos los trabajadores del sector denominado
motor de la paupérrima economía española.
Jornadas interminables, salarios
de miseria, tratos denigrantes a trabajadoras cuando no acoso en sus múltiples
versiones. Sin contar la ristra de
ilegalidades que cometen afamados empresarios en la realización de la reverenciada
actividad. Frecuentemente se descubre cómo se vulneran la legislación
medioambiental, la fiscal, la laboral, la sanitaria, la de costas… las sucesivas
denuncias pasan a ser tratadas como anécdotas de descontentos y peligrosos
disidentes. Ese es el lamentable panorama turístico español que tan
ardorosamente defiende el presidente Rajoy durante sus idílicas caminatas por
el campo.
La verdad es que la vida de los
afectados por la desmedida ocupación turística de las ciudades le aburre. El
sobrecoste económico y en salud que se
tiene que soportar debido al turismo sin regulación, al señor registrador le
importa un higo. Las condiciones laborales de las kellys, los camareros, los
recepcionistas y demás trabajadores del sector le traen sin cuidado.
Rajoy en estado puro: todo lo que
su mente no alcanza a entender es un “sin sentido”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario