sábado, 17 de junio de 2017

Poco que celebrar

Después de 40 años de travesía por uno de los periodos más amargos de historia de España, el día 15 de Junio de 1977 los españoles tuvieron una cita con las urnas para elegir a los miembros de las cámaras legislativas.
La situación tras la muerte del usurpador rebelde no era nada halagüeña, el dictador dejaba como herencia un país atrasado, empobrecido, inculto y anacrónico en el contexto europeo.
Sin tener cifras oficiales - porque eran convenientemente opacas - se calcula que la tasa de paro sobrepasaba holgadamente el 30%, el índice de inflación superaba el 20%, la exclusión social y la pobreza se intentaban paliar con una fuerte emigración a Francia y Alemania. Todavía podemos recordar las campañas de la vendimia francesa en las que la mano de obra barata eran campesinos españoles hacinados en barracones a pie de viña.
Con ese panorama concurrieron a las elecciones más de 500 formaciones políticas. La realidad era que se presentaban unas pocas con opciones, media docena de ámbito estatal y algunas nacionalistas con posibilidades. El panorama quedaba considerablemente reducido.
Entre los concurrentes se encontraban los jerarcas oficiales del Régimen que se inclinaban a permanecer fieles al “atado y bien atado” que había dejado el dictador. También se presentaban aquellos que durante 40 años habían querido mantener viva la llama de la democracia desde la clandestinidad.
Entre los primeros, las corrientes también estaban claramente establecidas: continuistas y aperturistas.
Por otra parte los opositores clandestinos a los designios del General comenzaban a percibir que las condiciones socio-políticas  y el panorama europeo podían empezar a cambiar el paisaje.
Los continuistas abogaban por un franquismo sin Franco,  un nacionalcatolicismo a ultranza que defendieran los valores de Una España Grande, Libre y católica ¡Por supuesto! Así se presentó Blas Piñar diciendo que la democracia no se come ni llena la cesta de la compra.
En idéntico ámbito y con marcada coincidencia de pensamiento,  los siete magníficos - ex ministros de gobiernos de la dictadura - se disfrazaron de demócratas de toda la vida bajo el liderazgo de Manuel Fraga y crearon Alianza Popular.
Fraga era partidario de hacer una apertura controlada, no abrir las puertas a todas las iniciativas y no a cualquier precio. La calle no iba a dejar de ser suya o eso intentaba.
En el mismo espectro ideológico se encontraban los últimos cachorros del Régimen bajo la tutela de Adolfo Suarez,  curiosamente postrero Secretario General del Movimiento.
Este grupo articulado en UCD diseñó una operación para “transitar” desde el franquismo a una parodia de libertades sin rupturas. Para ello lograron convencer al Jefe del Estado designado por Franco - El rey Juan Carlos - de la necesidad  de transformar el franquismo si quería mantener pacíficamente la corona y de paso acercar España a Europa.
A partir de esa cita electoral del 15 de junio de 1977 los hechos se han encargado de escribir los renglones de la historia.
La victoria de Adolfo Suarez tuvo como colofón la Carta Magna de diciembre de 1978, “la modélica Transición española” comenzaba su andadura con el beneplácito mayoritario de los partidos de la oposición al franquismo que fueron  admitidos al banquete siempre que consintieran en pasar página  sin grandes escándalos.
Y consintieron, probablemente bajo amenazas de involución. El caso es que la izquierda expulsada violentamente del poder y de España cuarenta años antes, volvió a sentarse en las instituciones firmando condiciones de rendición que hoy perduran.
Las componendas del 78 dieron legitimidad a los deseos de Franco y así consagró la Monarquía como forma de Jefatura de Estado, se blindaron los privilegios de la Iglesia Católica y la Ley de Amnistía (mejor llamarla de punto final) dejó en el limbo los crímenes del franquismo.   
Podíamos seguir enumerando las numerosas vergüenzas que fueron enterradas con paladas de infamia. Fortunas amasadas con el trabajo de presos políticos esclavizados y ¿Hoy?
Lamentablemente seguimos igual, el día 13 de junio, durante su intervención en la moción de censura al Presidente Rajoy, la portavoz de Podemos hizo una extensa exposición de casos y motivos por los que el Partido Popular, la continuación de Alianza Popular de Fraga, el de la apertura pero no mucha, debería dejar el Gobierno y disolverse, o bien ser judicialmente disuelto en su condición de Organización para delinquir.  
El resultado de la moción ha estado muy lejos de esta posibilidad, los portavoces de los diferentes partidos han argumentado que el candidato no tenía programa de gobierno y que las mociones en España son constructivas. Por ese motivo votan a favor de Rajoy, o sea de un estado de corrupción sistémica, o votan en contra de la moción absteniéndose, o sea a favor de un estado de corrupción sistémica.  
No importa que los representantes de la soberanía nacional reprueben  al Ministro de Justicia y al Fiscal General del Estado. Siguen en sus puestos, o sea un estado de corrupción sistémica.  Tampoco le perturba al Ministro de Hacienda que el Tribunal Constitucional tumbe el Decreto Ley de Amnistía Fiscal tachándole de improcedente, arbitrario e injusto. O sea corrupción sistémica.
Para contrarrestar la repercusión que pudiera tener sobre la opinión pública ver al Presidente del Gobierno ante los casos de saqueo protagonizados por destacados dirigentes de su partido, se acuñó la frase “prefiero un corrupto que un comunista en el Gobierno”.

De esta forma, a través de miedos atávicos,  consiguen la fidelidad de unos millones de votos que les permiten seguir a lo suyo, o sea mantener un Estado de  corrupción sistémica.

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