domingo, 24 de agosto de 2014

Carencias de la adolescencia

Con el síndrome incurable de incontinencia verbal, acrecentado de misoginia galopante y una gran dosis de manifiesta estupidez Francisco Javier León de la Riva repite una y otra vez los mismos comportamientos pueriles a pesar de estar ya crecidito.
No es, desgraciadamente, la primera ocasión en la que tenemos que soportar sus gansadas. Una vez ha salido de su boquita la impertinencia, siempre acude al mismo protocolo de comportamiento.
En primer lugar insinúa una errónea interpretación de sus palabras, todo aquel que las  critica es por falta de formación para alcanzar a entender el elevado nivel de oratoria del alcalde.
Dado que esta explicación rara vez le da resultado, continua sin el menor pudor con el guión que él solito ha establecido y alude a la perversidad de las personas que han sacado de contexto sus palabras.
En este punto es necesario introducir una nueva variable, este país no sería lo mismo sin el coro mediático que apoya a la formación política que sustenta al alcalde. Los coros y danzas de la sección ultramontana no pueden permitir que una estupidez sea catalogada como estupidez si el que la suelta es uno de los suyos.
Esos simpáticos chavalotes que pertenecen a grupos editoriales que controlan el 80% de los medios de comunicación articulan la defensa del alcalde recurriendo al antiguo método de… ¨y tu mas¨ y acuden a casos similares de miembros de la oposición para ocultar sus vergüenzas. Pretenden que el consabido empate a bobos equilibre de nuevo la contienda.
Como la sociedad española con los años ha crecido y algunas explicaciones son descartadas por infantiles, al amigo León de la Riva solo le queda un último recurso, el infalible: pedir perdón. Camino que, recordemos asfaltó ¨El Campechano¨ con su ¨Lo siento mucho no volverá a suceder¨.
El alcalde deslenguado se retracta y ahora sí es perdonado ¿Cómo negar el perdón al arrepentido en nuestra cristiana sociedad?
No es la primera vez que el regidor del ayuntamiento de Valladolid hace una demostración de machismo medieval. Si mereciera la pena se podría estudiar qué carencia psicológica fue la que provocó este trastorno en el comportamiento del muchacho ¿Carencias afectivas en la juventud? ¿No alcanzar a llamar la atención de las chicas? ¿Ligar menos que los gases nobles?
El alcalde debe estar convencido de la deuda que con él tienen las mujeres, sino no se entiende su fijación por despreciar al género femenino.
De un hombre al que no se le puede negar su formación - aunque él se empeñe en parecer un homínido a medio evolucionar - extraña su comportamiento. La única explicación posible es una carencia de desarrollo personal que le haya marcado negativamente.
Si nada lo remedia parece que será suficiente con su simulacro de arrepentimiento para volver a ser el candidato del PP a la alcaldía de Valladolid. Esperemos que en esta ocasión se imponga la cordura entre sus vecinos y la petición de perdón no sea mérito asaz para ser nuevamente alcalde de la ciudad y resulte, por fin, liberado del cargo.
Para que las mujeres de Valladolid y de cualquier ciudad de España puedan ir adonde le apetezca, sean las seis de la mañana o las tres de la tarde, únicamente necesitan que los poderes públicos cumplan con parte de su obligación y les proporcione la seguridad adecuada.
Si el señor León de la Riva, como él mismo reconoce, no es capaz de articular los servicios de seguridad pública que dependen del Ayuntamiento, de forma que los espacios potencialmente peligrosos estén más vigilados, debe dejar el cargo. Si se ve superado por la obligación de procurar la seguridad de sus conciudadanas  debe dejar el cargo. Si pretende sustituir el cumplimiento de sus obligaciones por la paternal advertencia sobre las horas de llegada a casa, debe dejar el cargo.
En cuanto a los peligros de la oscuridad para las mujeres y el riesgo de uso de ascensores para él. Tranquilicémosle.
Cuando no sea alcalde y sin la erótica del poder, volverá a ser el personaje anodino y falto de atractivo de siempre y podrá entrar en los ascensores sin miedo a que las mujeres se arranquen el sujetador o lo que a su calenturienta imaginación le gustaría que se arrancaran. Vivir en una permanente represión sexual marca mucho, sobre todo a los castos por imposición.

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