Algunos insignes desmemoriados han olvidado lo que es realmente un golpe de estado. “El levantamiento en armas de 1936, contra el Gobierno Legítimo y contra la Constitución Republicana fue un golpe de Estado”.
Poner urnas para hacer una consulta a la ciudadanía o llegar a acuerdos entre fuerzas políticas dispares puede ser una manera de hacer política que provoque urticaria entre los nacional católicos disidentes, pero catalogar esas acciones de “golpe de estado” es una obscenidad.
Cuestión esta que nos lleva a recordar – y no nos cansaremos de hacerlo - que el nominado para suceder al dictador fue aupado a la Jefatura del Estado por el designio de un rebelde y reconocido genocida. Sin olvidar que, en su faceta de colaboracionista con el régimen de Adolf Hitler, Franco resultó ser un feroz impulsor de las aberrantes practicas exterminadoras de discrepantes políticos, que continúan sin ser reparadas.
Esa criatura fue el padre político del primer rey de la reinstauración monárquica que devendría tras la asonada militar. Su dedo asesino fue el que señaló quién debería ser su sucesor en la Jefatura del Estado. Cuarenta años de terror represivo dan para mucho y permiten muchas licencias.
Entre otras cosas sirven para que un régimen despótico permanezca en el poder sin restituir la legalidad REPUBLICANA.
Es imprescindible recordar que el conductor del “fabuloso” viaje hacia la democracia, fue Adolfo Suarez. El elegido para tan “honrosa misión” había sido Ministro Secretario General del Movimiento es decir, responsable del sostenimiento ideológico del franquismo.
Al igual que Juan Carlos I, Adolfo Suarez se encontró atrapado en sus contradicciones: intentar sobrevivir políticamente en un franquismo sin Franco, o amoldarse a la idea de voladura muy controlada del Régimen.
El monarca se adaptó con prontitud a su nuevo papel. Sabía que el método a seguir era tratar de asimilarse a sus primos europeos, copiar sus comportamientos, imitar su legalidad y por encima de todo parecer una institución respetuosa con los deseos de la población. Y por supuesto tratar de acumular riqueza, mucha riqueza. De esto último ¡Prueba superada!
Han pasado ya cuarenta y cinco años desde la promulgación de aquella más o menos consensuada Constitución.
Cualquier observador, por desinformado que esté, entiende que un producto, nacido del miedo y bajo la mirada vigilante de un Régimen sin escrúpulos, necesariamente necesita ser adaptado a las nuevas situaciones para corregir los defectos asumidos en su casquivana concepción. Casi resulta imprescindible comenzar un proceso constituyente.
Pero desengañémonos, a casi nadie le interesa abrir un melón que temen o presienten que les saldrá pepino.
Están verdaderamente cómodos con la situación actual. Presienten que han superado el riesgo cierto que hace muy poco tiempo representó Podemos. Hoy las aguas bajan más mansas.
Podemos está obligado a reinventarse, la amalgama que quiere ser Sumar no acaba de convertirse en la opción sustitutoria de una izquierda nacional reivindicativa. Desafección entre los dirigentes, ninguneo y falta de tacto político han conducido a la izquierda a una situación semejante a la vivida desde el inicio de la restauración monárquica: la más absoluta irrelevancia es el destino previsto para los que abandonaron el barco cuando se amotinaron. Roma no paga traidores y el Ibex tampoco.
El sueño fue bonito mientras duró, ahora queda recomponer los rotos y heridos para retornar a las trincheras. Podemos resurgirá, quizás con otro nombre, otra estructura, nuevas caras y otra dirección, pero las ansias de justicia no se van a aplacar acumulando injusticias. Ni siquiera utilizando jueces que, abren causas y cuando ya han hecho el daño y conseguido los objetivos con la ayuda de los compinches mediáticos las cierran obligados por la ley.
Es probable que las Díaz, García, Rego, Colau o los Errejón, Bustinduy, Urtasun, encuentren acomodo en Ministerios, Direcciones Generales o Secretarias de Estado. Tal vez acaben como tertulianos de tele Madrid o de Tardear. No importa, su tiempo pasará y su legado no alcanzará transcendencia.
Otros activistas recogerán el testigo para volver a levantar la voz contra la corrupción judicial, policial, política y mediática.
Después de felicitar efusivamente a Javier Milei, un sonriente Felipe VI sin pashmina que le cubra, se dirigirá a los españoles para cumplir con su obligación anual de actuar en las fiestas navideñas.
Como cada año, en su tele-discurso de la noche del 24, el Jefe de Estado enumerará como propios los logros alcanzados por otros y exhortará a los demás a realizar solidarios ejercicios de ayuda - que la institución monárquica nunca hará - en aras de la convivencia y la paz mundial sin saber muy bien de qué está hablando.
También comentará algo sobre la necesidad de salvar al planeta de la crisis climática y acabará vendiendo el compromiso que su nena ha adquirido al jurar una Constitución inamovible que garantiza la unidad de su finca.
En realidad la Constitución no se mueve porque somos extraordinariamente conformistas con nuestro destino. Así nos va.
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