domingo, 31 de mayo de 2015

Fuera máscaras

Seguramente son cosas de la edad, pero después de una cita electoral me queda una extraña sensación de vacío, como si de repente acabara una tormenta y los ríos desbordados buscaran retornar a su cauce. La tragedia es que el cauce sigue siendo la misma charca inmunda en la que nos habían arrojado antes de la consulta.
Los llantos o festejos que promueven los resultados van por barrios: los barrios en los que habitan quienes pretenden seguir aposentados en sus confortables sillones de lujo y derroche, o las barriadas de los aspirantes a provocar el desalojo de los ganapanes.
Los analistas de las post elecciones han vertido más que suficientes argumentos sobre los resultados de las mismas, me produce demasiada pereza confirmar, rebatir o analizar a los analistas. Únicamente se me ocurre un frio comentario: las cosas han cambiado, pero poco.  
PP y PSOE siguen siendo, salvo raras excepciones, las fuerzas más votadas. Las Comunidades Autónomas seguirán gobernadas por uno u otro sólo a expensas de pactos.   Imaginar que los pactos vayan a ser públicos y transparentes es de una inocencia casi infantil. Los pactos, como es habitual, serán tras las cortinas, a oscuras y de espalda a los votantes. Para justificarlos se aducirán poderosas razones de estabilidad institucional.  
Lo que está alimentando el debate es el pobre reduccionismo de mirar tan sólo las capitales guías; en el Ayuntamiento de Barcelona se han despeñado las dos y en el de Madrid Esperanza Aguirre ha quedado a merced de los acuerdos. Ella, que es incapaz de acordar nada con nadie, ofrece su generosa renuncia en aras de construir una barricada que proteja su feudo del avance inexorable de los que ella denomina “peligrosos extremistas”. Todo indica que en esta ocasión no va a poder “Tamayear” como le gustaría.
Los tiempos venideros pueden ser apasionantes con Carmena como alcaldesa, todo indica que va a ser así pero yo no me fiaría. Una jueza con su experiencia husmeando en las cloacas del Gobierno de la Villa puede provocar espasmos a más de uno y una, sobre todo a los dos últimos ediles. Las trituradoras de papel tiene que estar sometidas a tal rendimiento que es probable que hayan organizado un reten del Cuerpo de Bomberos por si alguna de las maquinas no soporta la carga de trabajo y se incendia de forma incontrolada.
Por lo demás nada nuevo. La constatación, una vez más, de que la crisis no es económica sino social. La economía es el pretexto para el laminado de derechos, la excusa perfecta para devolvernos al lugar que nos corresponde y del que nunca deberíamos haber salido. Una maniobra orquestada por los que de verdad nos gobiernan desde las sombras con la exclusiva finalidad de mantenernos dóciles y mortecinos. Lamentablemente lo han conseguido, necesitamos otra vuelta de tuerca para gritar ¡Basta!
Los votantes de los dos partidos marionetas son la prueba de nuestro pueril servilismo. Nada nos hace reaccionar, ni los escándalos, ni los robos. Ni las pruebas concluyentes de desfalco, ni las componendas posteriores para taparlos. Seguimos en nuestra burbuja esperando que alguien nos solucione las cosas mientras a nuestros hijos los despedimos en los aeropuertos.
Carentes de dignidad seguimos optando por lo malo conocido no vaya a ser que lo que venga  nos dé de bruces con la realidad.
Hablamos del PIB y de la deuda como si entendiéramos algo. La productividad económica y la competitividad nos la han marcado a fuego aquellos que ni son competentes ni producen nada más que miseria y desasosiego. Hablamos del Estado como hablaríamos de una empresa de fabricación de muebles de cocina. Lo importante es la solvencia.
Olvidamos con demasiada frecuencia la labor primigenia por la que nacieron los estados: Articular las normas de convivencia para que el poderoso no abuse del indefenso. Dotar a la sociedad de instrumentos de coordinación para redistribuir en justicia los bienes comunales. Impedir el maltrato de los débiles por parte de los fuertes.

Todo eso ha pasado a un segundo plano en aras de un supuesto crecimiento continuo. La economía lo domina todo y las personas pasan a ser meros instrumentos de producción. Hemos dejado de ser un Estado social de derecho para convertirnos en un Estado de manada en el que el macho alfa impone sus reglas y el resto le sigue con la esperanza de que después del banquete sobren unas migajas que llevarse a la boca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario