Con
una solida formación Académica, carrera de Graduado Social ampliada con dos másteres, José Ignacio Senao lleva desde
su más tierna juventud saltando de puestecito político en puestecito político,
eso sí, defendiendo la iniciativa
privada e intentado desmantelar las instituciones públicas. Excepto las que le
acogen a él y le otorgan una vida
cojonuda.
Por
obra y gracia de estar en un partido de amiguitos del alma ha sido diputado en cortes, concejal, presidente
de la diputación provincial, senador, diputado autonómico… Para un
neoliberal todas estas actividades deben
estar inmersas en la más estricta actividad privada, generadoras de riqueza, y
motor de empleo. Adalid de la empresa
privada, no quiere pecar de egoísta, y deja esa parcela para que la exploren los
demás. Él sin embargo, se dedica a vivir de lo público. Católico practicante y convencido,
primero va a misa y después te amenaza con presentar denuncias, eso sí, desde
la más profunda caridad cristiana que con tanto ardor practica.
Estos
personajes de pensamiento incorrupto, como el brazo de Santa Teresa, todavía no
se han enterado que por ser servidores públicos su comportamiento está expuesto
a las críticas de los ciudadanos, con la edad que tiene ya no le veo capacidad
para evolucionar y abrir la puerta que le permita abandonar la cueva de Atapuerca en la que
habita.
Algo
muy malo hemos tenido que hacer para merecer este castigo. Está claro que no es
culpa nuestra que estos individuos sean así, lo que sí es achacable a nuestra
responsabilidad es que, en uno u otro puesto, siempre estén ahí.
Para
explicar y de paso afear la equivocación que cometen quienes utilizan la
tricolor republicana, alardea J.I Senao de erudito y nos argumenta que la bicolor es la bandera de
¡España!
Para afianzar esta revelación hace referencia a un escrito del
general Vicente Rojo.
No
voy a ser tan atrevido de enmendarle la plana al General, pero digo yo que no
será obligatorio estar de acuerdo con Vicente Rojo en materia de vexilología.
¨Las banderas deben ser claras, sencillas y
distintivas. Son un elemento de comunicación, de identificación de un grupo. El
factor más importante para que perduren es que sean aceptadas por las personas
a las que representan; si no hay identificación, es absurdo que existan”. Esto lo dice Tomás Rodríguez Peñas, secretario de la Sociedad
Española de Vexilología (SEV).
La de Tomas Rodríguez es otra opinión
con la que, por supuesto, también se puede discrepar ¡Faltaría más!
El
general Rojo, habla desde la conveniencia de no cambiar una enseña por otra, el
vexilólogo, Tomas Rodríguez, nos ilustra
acerca del significado, aceptación y utilidad de una bandera.
Pues bien, con la llegada de la II
Republica se adoptó la tricolor como símbolo de ruptura con el estado
monárquico absolutista que la anterior enseña roja y gualda representaba.
¿Qué no era la bandera de los borbones?
Hombre si leemos el edicto por el cual Carlos III decide qué; SU armada, SUS
regimientos, SUS barcos, Y SUS acuartelamientos exhiban la enseña que el adopta
como distintiva, caben interpretaciones, pero el posesivo MIO no deja lugar a
dudas sobre quien pensaba el Borbón que era el dueño de vidas y haciendas. La
monarquía absolutista tenía esas cosas.
Tampoco España era su finca, y otro
Borbón, Alfonso XIII en concreto, la ordeñaba como si fuera su vaca. Cuando le
venía bien encargaba al general de turno – por ejemplo a Primo de Rivera – que
diera a la población una buena dosis de directorio militar.
La legalidad constitucional de la II
Republica estableció unos símbolos que querían representar mayoritariamente a
los españoles. ¿A todos? Pues hombre no creo que a todos, al cardenal primado y
Arzobispo de Toledo Pedro Segura, es más que probable que no. Para este jerarca
de la iglesia católica Alfonso XIII representaba la defensa de la tradición en
la fe de sus antepasados. El pueblo le importaba un comino. Las declaraciones,
directrices, y homilías del prelado Segura están en las bibliotecas por si
quiere José Ignacio ilustrarse.
De igual manera no tenía muy en cuenta
sus votos de obediencia, pues las pautas del Vaticano en cuanto a respeto por
la Republica Española se las pasó por el forro de sus caprichos. Si exceptuamos
a los representantes de la Iglesia católica española, a los monárquicos
enfermizos, a los caciques de la nación
y por supuesto a los rebeldes, el resto
de la población adoptó la tricolor como propia.
Cuando se produjo la sedición, el
triunfo del golpe de estado sangriento doblegó la voluntad popular y decidió la
recuperación de los colores borbónicos con incrustaciones medievales en forma
de pájaro.
A día de hoy, lo estamos viendo en las
calles de todo el país, la bandera tricolor ha resurgido como símbolo de
reivindicación de una forma de Jefatura de Estado que de forma violenta fue
hurtada durante 40 años y que, a la muerte del dictador, fue sustituida por una
fórmula impuesta por el tirano.
El infausto personaje pretendió dejar
todo atado y bien atado dejando nombrado sucesor a Juan Carlos con el título de
Rey. No desatarlo no hace más que sembrar de dudas innecesarias acerca del
talante democrático del titular de la
Jefatura del Estado, mal que le pese a la nobleza política adocenada.
Aunque políticos como J.I. Senao den la espalda a la realidad e intenten dogmatizar
sobre una enseña en contra de la voluntad legitima de unos ciudadanos, por
cierto tan españoles como él, por muchas soflamas patrioteras que inventen en
alabanzas de una determinada simbología, no conseguirán que esos ciudadanos
renuncien a sus aspiraciones de dignidad. Dignidad como la representaba otro
Senao, de nombre Carlos.
Entierran la cabeza como el avestruz. Si
una parte importante de la población identifica como su bandera la tricolor, lo
que tienen que empezar a pensar estos patriarcas, son los motivos que impulsan a esos españoles a identificar la
roja y gualda como bandera de una facción de la sociedad que les ha oprimido
hasta las trancas.
Con lo fácil que es hacer las cosas
bien, es difícil entender el empeño que algunos políticos ponen en hacerlas con
el culo. Salvo que su culo sea lo único que les importe y disfracen así sus
intereses de patriotismo.
Con más frecuencia de lo deseable hemos
visto como lameculos patrioteros envueltos en la bandera abren cuentas en
Suiza, naturalmente desde su más intenso amor a España.
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