El pasado día 19 de junio tuvo lugar en Andalucía una nueva jornada electoral.
Lo que pomposamente conocemos como fiesta de la democracia nos dejó una serie de datos que los expertos se están encargando de escudriñar. Naturalmente lo hacen arrimando tanto el ascua a su sardina que el pobre pez se está chamuscando.
El primer dato a analizar es el de la participación el 58,36% del censo electoral con derecho a voto acudieron a las urnas. Quiere esto decir que el 41,64% de esos votantes no estaban para fiestas.
Por alguna razón un porcentaje superior al 40% de las personas inscritas en el registro de votantes no acudieron a disfrutar de la verbena que tan amablemente les habían organizado. Profundizando en este dato resulta revelador que la abstención más acusada se da en los barrios más desfavorecidos.
En Andalucía se encuentran 11 de los 15 barrios más pobres de España, en ellos se alcanza con soltura el 90% de abstención. Por el contrario en las zonas con nivel de renta alta, o sea, para entendernos, en los barrios ricos la participación es mayoritaria.
Es muy importante este dato, con la misma invitación unos se sienten participes y otros declinan acudir.
En las fases de análisis se hace hincapié en el apabullante resultado conseguido por la derecha, el Partido Popular y la subida contenida de la extrema derecha. Con la misma profusión de comentarios se habla de la pobreza de los resultados de PSOE y del desplome de las formaciones de izquierda.
Desde las diferentes posiciones político-mediáticas se argumentan los resultados bien desde la autocomplacencia por la victoria o la mejoría, bien desde las coartadas por el descalabro.
En una de las múltiples tertulias que nos ilustran han esgrimido un argumento que por su trascendencia es necesario examinar.
Decía el analista que Juanma Moreno Bonilla había arrasado el 19J porque los andaluces habían perdido el miedo al PP. Argumentaba el politólogo que una vez que el PP había ocupado el palacio de San Telmo con el apoyo de Ciudadanos, sus acciones de Gobierno no se han diferenciado mucho de las llevadas a cabo por Manuel Chaves o Griñan.
Si esta premisa es cierta y todo indica que lo es, nos damos de bruces con la verdadera dimensión del problema: la desafección que las clases más desfavorecidas sienten por el sistema. Al mismo tiempo que se constata la falta de formación e información que se proporciona a los votantes.
Entre las teorías para explicar la falta de participación en los barrios humildes casi siempre se esgrime la falta de responsabilidad social.
Con total desparpajo se excluye de la ecuación el maltrato que a las personas más vulnerables les infringe un sistema concebido para ignorarles.
De esta forma es fácil que se sientan excluidos de la fiesta de la democracia al igual que son expulsados del sistema educativo, sanitario, de protección social, o de un trabajo y vivienda digna,… en definitiva de los derechos elementales contemplados en una Constitución que ni les ampara ni les protege ¿Por qué van a asistir a una feria que les es ajena?
Una vez expuesto el dato de baja participación, emiten los analistas unos suaves lamentos en pos de tenues búsquedas de soluciones que incrementen la adhesión al evento. Dura poco, rápidamente pasan a centrarse en lo que les importa: los resultados cosechados por los partidos de sus preferencias. De nuevo aparecen los vítores y alabanzas de los ganadores acompañados de las evasivas y pretextos de los perdedores.
Los partidos de la alternancia han decidido que les trae al pairo el porcentaje de votantes que acuden a las urnas. Es más, casi desean una baja afluencia. De esa manera están a salvo de incómodos imprevistos que puedan alterar el orden natural de las cosas.
Si los barrios marginales se decidieran a votar en los porcentajes que lo hacen los barrios ricos quizás se trastocaría el orden y la alternancia pactada PP/PSOE, se vería amenazada por novedosas opciones que además de acompañar en el Gobierno podría imponer su programa de justicia social y proteger a los trabajadores, aumentar los salarios, mejorar las condiciones de trabajo, defender los servicios sociales públicos, en definitiva defender lo común ante la voracidad de lo privativo.
La realidad es que tanto PP como PSOE se sienten henchidos de satisfacción por los resultados cosechados en las sucesivas fiestas de la democracia salvo alguna puntual excepción que ha puesto en entredicho su hegemonía. Ganen o pierdan compiten entre ellos y comprueban que todo está en el sitio correcto. Alternan los sillones, se distribuyen los coches oficiales, cambian de restaurante pero no de menú.
Todo fluye “como dios manda”, las derechas extremas y la extrema derecha caminan de la mano hacia la confluencia “aznariana”. Y ¡Por fin! Las izquierdas bolivarianas-separatistas-rompe Españas-filoetarras-comunistas aparecen empequeñecidas por el empuje de la necesaria alternancia que tanto anhelan los “españoles de bien”.
Esos españoles de bien que necesitan ir al terapeuta para que les trate su afición a apoyar al explotador que les escatima las horas extras, o que les ayude cuando votan a un Gobierno que les cierra el centro de atención primaria. Un profesional que les trate su adicción a jalear al obispo que las quiere casadas y sumisas. Esos españoles que dócilmente ven desparecer la educación pública de sus hijos porque se subvencionan los centros concertados en los que no tienen sitio los hijos de los parias.
Las carencias de esos españoles van mucho más allá de las materiales, durante cuarenta años de democracia les han escamoteado la imprescindible educación ciudadana para distinguir entre lo correcto y lo incorrecto.
Un partido (PP) condenado en sentencia judicial como organización para delinquir no es recomendable.
Un partido (PSOE) de vocación dícese que laicista, amparando el expolio inmobiliario que ha llevado a cabo la Iglesia Católica española no es recomendable. La ex vicepresidenta Carmen Calvo tendría mucho que explicar sobre las prebendas inmobiliarias que disfrutan los obispos.
Un ministro del interior (Jorge Fernández) que miente en comisión de investigación parlamentaria no es recomendable. A ver si la presidenta Batet se da la misma prisa en denunciar al ex ministro que en retirar el acta al diputado Alberto Rodríguez.
Un ex presidente de Gobierno (Rajoy) que miente en sede judicial cuando declara como testigo no es recomendable. Pensar que el tribunal al que mintió tome alguna medida casi da la risa.
Una ministra de defensa (Robles) que no se entera de los ruidos de sables que resuenan en las salas de banderas de las bases militares no es recomendable.
Unos medios de comunicación que sistemáticamente se dedican a blanquear los comportamientos ilícitos del partido de sus amores olvidándose de su función social de información al contribuyente no son recomendables.
Un sistema judicial gobernado por un estamento (CGPJ) que si fuera un yogur estaría en el cubo de la basura por caducidad de fecha no es recomendable. Que sean incapaces de dimitir para forzar la renovación da una idea clara de su compromiso con la Constitución y en que cajón guardan sus valores.
Un servicio de inteligencia (Espionaje) que se dedica a espiar a su propio Gobierno no es recomendable.
Un jefe de estado (Rey) elevado a la categoría de Emérito des-imputado por prescripción fiscal, entre otras cosas por haber prescrito los delitos imputados no es recomendable.
Soportar una jefatura de estado impuesta por un tirano (Franco) y avalada como solución impuesta en una Constitución vigilada por el régimen saliente y sus “muchachotes” no es recomendable.
Todos estos son motivos suficientes para que ¡más que hartos! el 40% de los invitados no disfruten de la fiesta de la democracia.