El
año 1982 el PSOE alcanzó el gobierno de la nación y se abrió una época de
esperanza. La llegada de los cachorros de Suresnes provocó unas expectativas de
cambio social tras el descalabro del conglomerado político que se articuló
alrededor de Adolfo Suarez. La sopa de letras que alimentó la formación de UCD
no podía aguantar muchos envites y en la primera ocasión que tuvieron los
españoles, tras el cambio constitucional, decidieron que era el momento de
apartar a los sucesores del régimen franquista de las tareas de gobierno.
Las
expectativas eran grandes tras años de oscuridad política. Cuando Alfonso
Guerra declaró que con los cambios que iban a producirse a este país “no lo iba
a reconocer ni la madre que lo parió”, el pueblo, por fin, se sintió dueño de
su destino.
Los
comienzos, como casi todos los comienzos, fueros difíciles a la par que
esperanzadores. Cuando se está en el fondo del pozo las únicas opciones
posibles son: A). Seguir hundido. B). Comenzar a remontar hasta alcanzar la
superficie y flotar. La apertura y acercamiento a los vecinos europeos dio
resultados inmediatos. La posterior entrada en la recién nacida Unión Europea
fue el aldabonazo definitivo para dejar atrás años de retraso endémico.
Y el
PSOE cayó en la soberbia del triunfo. Felipe González se instaló en una extraña
burbuja de éxito e intentó capitalizar en su persona los logros atribuibles al
esfuerzo social y a las ayudas externas. Después de los primeros años
comenzaron periodos de desidia, de desgana, de corruptelas varias y se instaló
el felipismo en los mismos vicios que tenía el franquismo ¡Hasta las vacaciones
las pasaba en el Azor!
Catorce
años de mandato dan para pasar a la historia con el reconocimiento de líder
carismático o, como fue en este caso,
con la tara de haber sido el dilapidador del mayor capital político que
nunca nadie haya acumulado en este dolido país.
En
una Democracia las urnas se encargan de limpiar la suciedad acumulada. Debido a
una perversa ley electoral, en nuestro caso solo sirve para barrer y esconder
la basura debajo de las alfombras. Los poderes ocultos que gobiernan no pueden
tolerar que los cambios produzcan efectos contrarios a sus intereses. Así vemos
como desde los puestos de responsabilidad se dictan leyes con la finalidad de
perpetuar los privilegios en forma de consejerías en Consejos de administración
de empresas que previamente han sido hurtadas al Erario Público. Son las
famosas puertas giratorias.
Aquellos
jóvenes rebeldes e inconformistas hoy se han convertido en viejos sentados en
confortables sillones ganados desde su actuación en la gestión pública cuando
atesoraban cargos de responsabilidad y preparaban su retiro dorado en Compañías
eléctricas, energéticas, de comunicación, del sector financiero… todo al amparo
de legislar a favor de los mencionados poderes ocultos sin importar lo mas
mínimo la situación de los ciudadanos.
Así,
los últimos vestigios de esos dinosaurios de la política defienden
encarnizadamente sus canonjías y acaparan los órganos vitales del partido con
la exclusiva finalidad de defender sus prerrogativas presentes y futuras.
En
estas estamos cuando el cataclismo actual amenaza con llevarse por delante a
una de las formaciones políticas con más historia. Con idénticos argumentos se
alaba y critica la decisión de Pedro Sánchez de fulminar a Tomás Gómez. Los
barones del partido se posicionan a un lado u otro según lo que hayan
desayunado esa mañana.
Unos,
los más, reprochan el histrionismo de Tomás Gómez al dudar de la capacidad de
liderazgo de Pedro y achacan su expulsión a un alarde de autoridad de la que carece
Sánchez como líder. Otros, los menos, critican la sobreactuación del Secretario
General pues ni es el momento, ni son las formas adecuadas.
Los
carcamales se alinean en un grupo: El de sus intereses. Para ello utilizan el
disfraz del partido por encima de todo. Un partido al que han desprovisto de
ideología, un partido errante por la senda del liberalismo económico, un
partido instaurado en la indefinición institucional. En definitiva; un partido
roto en múltiples trozos de aspiraciones personales, nunca mejor dicho un Partido
“partido”.
Según
los indicios que se manejan, emulando a Alfonso estamos en condiciones de decir
que cuando pase la próxima cita electoral al PSOE “No lo querrá reconocer ni la madre que lo parió”.
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