Desde el momento en el que las
tribus y familias decidieron dejar de ser nómadas empezó a implantarse un nuevo orden social. Mejoraron
las posibilidades de subsistencia cuando
los cazadores y recolectores fueron sustituidos por agricultores y ganaderos.
Las nuevas fórmulas económicas comenzaron a producir excedentes de bienes que
eran intercambiados por servicios y trabajos reclamados por la colectividad.
Eso significaba dotar al grupo de
unos mecanismos que se encargaran de la custodia, cuidado y reparto de la
abundancia producida.
Se nombraron contables,
recaudadores, responsables del reparto. Para defender todo esto era
indispensable un grupo de guardianes protectores. Se estaba a un paso del
nacimiento de los ejércitos.
Fijándonos bien podemos darnos
cuenta que el origen de las instituciones armadas se enraíza en la autentica
necesidad que tenían algunos individuos de proteger sus enseres. Ahora bien
¿Quiénes eran los demandantes de esa protección?
Siglos después continuamos padeciendo
el egoísmo de los que se enriquecen con el trabajo de todos.
Existe un acuerdo no escrito que
ambas partes cumplen escrupulosamente: la fuerza armada blinda los privilegios
de los poderosos y estos recompensan el
servilismo de los mercenarios con prebendas económicas que salen de los
excedentes producidos por la comunidad.
Con esta simple explicación se
pueden comprender los motivos que históricamente impulsan a la milicia a
alinearse con los terratenientes.
En nuestro país el comportamiento
castrense tiene especial significación; cuando ha habido la mínima posibilidad
de apertura democrática, ésta ha sido sesgada por una asonada militar que
castraba las ansias de libertad.
Dictadura tras dictadura hemos
caminado por nuestro devenir político y social.
En alguna ocasión la opresión era
por voluntad del reyecito tirano. El soberano nombraba jefe de gobierno a un
militar que despreciaba a los súbditos con
tanto desdén como el mismo monarca.
Esa fue la razón por la que
Alfonso XIII - abuelo del “Emérito” y
bisabuelo del “Preparado” – encomendó gobernar como dictador al general Primo
de Rivera.
A continuación, con el
advenimiento de la II República los españoles le enseñaron la puerta de salida
al Borbón y desde el rencor los monárquicos alimentaron un levantamiento para
recuperar el trono.
La jugada no fructificó porque encargó la misión a un personaje sin
escrúpulos que se apropió de la Jefatura del Estado tras someter a la nación a
una masacre sin precedentes. El rey exiliado se quedó compuesto y sin corona.
Con el paso del tiempo el sátrapa
intentó saldar la deuda en su testamento y nombró sucesor de la dictadura al
nieto del rey que la población del país había depuesto legalmente.
La “modélica Transacción” casi
llegó a ocultar la tendencia insana de policías y militares patrios por imponer
su idea de nación. Si no logró disimularlo es porque ha habido casos que han
señalado las deficiencias de nuestra democracia.
El hecho más famoso es el 23 F -
una chapucera actuación para gloria del “Campechano” - pero no ha sido el único peligro
involucionista. Los nostálgicos han usado las cloacas del Estado a través de la policía
“patriótica” para impedir la entrada en el gobierno de partidos que los “salvapatrias”
consideran inadecuados. A los patriotas
de pacotilla no les importa el mandato de la población.
Los golpistas modernos han dejado
de utilizar los métodos tradicionales. En la actualidad los medios de
desinformación, el estrangulamiento económico y el bloqueo comercial son
instrumentos que pueden provocar la caída de gobiernos con igual rapidez que
las bombas.
Para aprovechar el desmoronamiento
del Estado siempre aparece la opción carroñera que se beneficia de la ruina
provocada. La ultraderecha española ha reaparecido preñada de una caterva de militares
melancólicos de las miserias pasadas.
No podía ser de otra manera,
nunca se esterilizó el régimen del dictador y tampoco al ejército. En defensa
de los amos los vasallos tradicionales quieren actuar. Cuidado porque la
infección latente puede volver a brotar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario