Unos
inmundos salvajes, atribuyéndose la representación de un ser que solo existe en
su abyecta imaginación, han perpetrado una asquerosa masacre en Paris sobre
unos periodistas a los que atribuían el terrible delito de ridiculizar su
comportamiento terrorista. Para ello habían
utilizado la imaginación y la sátira caricaturizando cómicamente a su adorado profeta. ¡Terrible ofensa para estos infra-seres!
Para
complacer a Alá asesinaron a los de acá. ¡Estará contenta la divinidad!
Como
era de esperar, no han tardado las voces de los energúmenos en saltar a la
palestra y a los medios de comunicación clamando venganza contra esos
yihadistas del ultramundo que perturban la paz occidental de su armónico y bien
organizado habitat.
Las
medidas que proponen adoptar, para eliminar la lacra que amenaza su bienestar,
son las de siempre: modificar la legislación, endurecimiento de las penas,
medidas de control más exhaustivas, en definitiva, recorte de derechos y
libertades individuales en aras de una seguridad que rara vez aparece.
Se
rasgan las vestiduras atribuyendo al atentado la finalidad de cercenar la
libertad de expresión, como si para castrar la libertad de expresión
necesitaran que hubiera un acto terrorista. Estamos hartos de comprobar cómo se
censuran publicaciones que perturban la paz Real, o la paz de los jueces, o la
de la iglesia, o la de los partidos políticos. Y si la censura no es suficiente
provocan el cierre del medio por asfixia económica, le retiran la publicidad
institucional, o lo que es más sencillo para quien posee el poder económico: Lo
compran y sibilinamente van adulterando su línea editorial.
¡Qué
no nos vengan con monsergas! La libertad de expresión les importa un bledo, al
igual que les importa un pepino la situación de la humanidad. ¿Por qué les iba
a importar a los musulmanes de Irak, Afganistán, Siria, Yemen…, los muertos de aquí, cuando a nosotros nos
importan un carajo las muertes que hay allí?
Al
igual que las plañideras contratadas sus lágrimas son falsas, son una pose para
la galería. Los asesinos portaban armas bélicas de última generación ¿Donde las
adquirieron? ¿Quién se las proporcionó? ¿Quién las fabrica?
El
inmenso mercadillo en el que han convertido el mundo permite eso y mucho más en
favor de una intocable economía de mercado; si no hay clientes hay que
crearlos, hay que inocular la necesidad, las ventas y los beneficios mueven
todo este andamiaje que nos ha construido la que es probablemente la generación
de políticos más mediocre de la historia contemporánea.
Vendidos
a las multinacionales de la energía destruyen países para gestionar su
petróleo, comprados por multinacionales bancarias esquilman países para laminar
derechos, no tienen reparo alguno en robar las materias primas de países
africanos pobres para satisfacer sus ansias de poder y dinero ¿Qué nombre le
ponemos a la actuación de las farmacéuticas dueñas de tratamientos cuyo coste de producción es de
100 dólares y los venden por 25000 euros? Eso sí, en nombre de no sé qué
derecho de patente que sitúan por encima del derecho a la salud.
La
actuación de estos laboratorios ¿cómo lo llamamos? ¿Indispensable economía de mercado
o terrorismo empresarial? Elijan.
En
esta gran bolsa de porquería no pueden faltar las fábricas de armamento y estas
viven, no nos olvidemos, de las guerras, de la violencia, del terror. Si no
encuentran compradores tienen que buscarlos o producirlos. Allá donde hay
guerra y violencia hay armas, y donde hay armas hay destrucción, inseguridad y
muerte. En definitiva diferentes oportunidades de negocio.
Con
toda su carga de oscurantismo, de sumisión, de incultura, de papanatismo y de
superstición no son las religiones las que disparan. Las religiones sirven para
dominar a los pueblos con la finalidad de manejarlos al capricho de los sátrapas que los
dirigen. No son los enfrentamientos de diferentes culturas los que alimentan
esta espiral de sinsentidos.
Abrid de una vez los ojos
Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado,
Anda continuo
amarillo,
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero
Poderoso caballero
Es Don dinero. (Francisco de Quevedo)
¡Es
el dinero! Los jeques de los países que nos parecen tan peligrosos como deleznables
se sientan a la mesa con nuestros dirigentes, comen y engordan mientras sus
súbditos empobrecen y muere. En esas mesas de banquete no hay diferencias
religiosas ni culturales.
Esas
las dejan para los millones de esclavos que están fabricando expoliando al
mundo en su beneficio. ¡Es el dinero!
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