Las
cadenas de televisión, las emisoras de radio, los rotativos, en definitiva, la
práctica totalidad de los medios de comunicación, oficiales y subvencionados,
se harán eco del mensaje navideño del ocupante de la Jefatura del Estado.
Al
igual que sucedía con su augusto padre, “El Campechano”, los paniaguados se
estrujaran la sesera para contarnos y convencernos de las innatas virtudes que
adornan al monarca y la excelsa preparación que muestra en sus discursos.
Nos
hablaran de la normalidad democrática que emana de sus palabras, su carisma
incuestionable y la profundidad de su
mensaje anclado en las hondas raíces constitucionales que hacen de la
institución monárquica el baluarte en el que se sustenta la profunda solidez
que adorna nuestro sistema. Hasta aquí nada nuevo, las mismas palabras y
epítetos lisonjeros que recibía su predecesor.
En
cuanto al mensaje, si hubiéramos escuchado alguno de los precedentes no
hubiéramos notado la diferencia: La innegociable unidad de la patria respetando
las diferencias enriquecedoras de los pueblos y regiones que conforman nuestra
génesis y razón de existir, el valeroso esfuerzo del pueblo español que nos
hace una gran nación dentro de un mundo global y competitivo, la granítica
conformación de nuestras instituciones que garantizan la convivencia en paz
dentro del marco constitucional, bla bla bla bla…
Aparte de la cara del locutor es difícil
encontrar un pasaje diferenciador con anteriores intervenciones reales.
El
representante de esa moderna corporación, se dirige a todos los ciudadanos
intentando ubicar en el siglo XXI a una institución anclada en el pleistoceno y con comportamientos medievales, con una
forma de renovación que desconoce la igualdad entre sexos dando preponderancia
al macho sobre la mujer. Desde su torre de marfil vuelve a instarnos a
permanecer unidos en el esfuerzo común en aras de alcanzar las metas trazadas
para mayor gloria borbónica.
El individuo
que ahora ocupa el lugar de la jefatura del estado viene acompañado con un
catalogo de una excelsa preparación. La cacareada preparación le fue proporcionada al ser designado como heredero
por encima de su hermana mayor sin más atributos diferenciadores que la pilila
que le cuelga. El valor de las pililas ha sido siempre incuestionable.
Debe
ser que, ante la dificultad para medir la capacidad cerebral de los componentes
de la familia, se dejaron de zarandajas y decidieron medir lo que se veía a
simple vista. Es mucho más sencillo evaluar los adornos externos que la
inteligencia. Por otra parte es harto complicado encontrar inteligencia en la
estirpe.
Para
el macho alfa de la familia el momento culmen de normalidad democrática de
nuestro país se produjo con la abdicación de su padre y su advenimiento al
trono. Su coronación representa para él la prueba irrefutable de madurez del
sistema ¿No recuerda “El regio” las
trabas impuestas a los disconformes con su coronación? ¿Tan pronto se le ha
olvidado la actuación desproporcionada de la Delegada Cifuentes? ¿Ha propuesto
someter al dictamen de las urnas su elección como heredero? ¿Se ajusta a
derecho discriminar a su hermana mayor por razón de sexo?¿Es democrático que
una familia tenga privilegios?
No
esperamos ninguna respuesta, como reza un refrán español a la tercera va la
vencida y cuando llegue esa ocasión podemos esperar que el Presidente de la
República de España sea más realista que el Borbón que nos ha hablado.
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