La
pandemia nacional continúa ocupando las calles y plazas públicas armada de
cacerolas y cucharones, escudados por el manto protector que les proporciona la
sacrosanta enseña nacional bordada con hilos dorados perlados de virginales
gotas de sangre de los mártires de la patria.
Vivas
a España suenan atronadores rebotando con las paredes de sus mansiones. Los
gritos se difuminan entre los toques de claxon de los descapotables que conduce
el fiel Fermín. Valentina sacude el cazo con la cuchara al ritmo que marca la
señora con su delicado hablar mezcla de un español afrancesado y un inglés
caribeño: “Sánchez dimisión”, “Iglesias asesino”, “Una, Grande y Libre”,
“Libertad”.
En
el asiento trasero del descapotable, un palurdo con megáfono, vocea consignas
que el pobre Fermín tiene que soportar estoicamente, grita ¡Libertad! mientras
obliga a conducir a su empleado para más humillación de clase. El cabestro palurdo
no tiene vergüenza ni edad para alcanzar a tenerla.
La
momia vejestorio, a riesgo de contagiarse y participar en el colapso activo de
los servicios sanitarios, sale a la calle apoyada en el brazo de la fámula
obligada a aporrear una olla que más tarde tendrá que esmerarse en limpiar.
La
momia también grita ¡Libertad!
Nunca
antes había participado en algarada semejante ¡Claro que no estaban tan bien
organizadas! En alguna ocasión se había acercado a mirar cuando Zapatero aprobó
el matrimonio entre “maricones”, el divorcio exprés o aquel aborto asesino que
nos trajo “el Cejas”.
Su
confesor le había asegurado que monseñor Rouco estaba muy disgustado con la
perdida de fe que estaba recorriendo la Patria ¡Donde íbamos a llegar!
¡“Sánchez
dimisión”!, ¡“Iglesias asesino”!, ¡“Una, Grande y Libre”!, ¡“Libertad”!.
Al
tiempo que el palurdo y la momia hacen su trabajo, en el Congreso de los
Diputados tiene lugar una curiosa escena, esperpéntica y cómica si no fuera por
la trascendencia de las decisiones que allí se toman.
Dos
carneros barbados muestran sus cornamentas para erigirse en el macho alfa de la
ultramontana derecha hispánica. Berrean sin descanso hasta quedar afónicos.
Nunca habían imaginado llegar a estar en semejante tesitura.
Hace
poco sus pretensiones no pasaban de ser un… “Pablo ve y dile…” de Mariano Rajoy
o “Santi toma tu chiringuito…” de Esperanza Aguirre.
Ahora
los dos líderes se embelesan con la imagen que proyectan ¡Quién se lo iba a
decir! Dos mediocres - aupados a los altares por mor de la política más
indecente que ha soportado este miserable país
- se afanan en demostrar quién de
los dos es más retrógrado e infame.
Desde
la tribuna parlamentaria alientan la desobediencia civil, el incumplimiento de
la ley y la trasgresión de la norma, aunque todo ello lleve implícito poner a
la totalidad de la población en un inaceptable estado de riesgo ¡Les importa un
higo!
Unas
pocas muertes más les parecen daños colaterales, igual que la guerra de Irak,
los inmigrantes ahogados en el Mediterráneo o los refugiados sirios.
Se
decantan por levantar el estado de alarma sin saber muy bien que significa
permitir la movilidad nacional ni que leyes pueden ser usadas para limitarla ¡Para
esta gentuza, el bien general vuelve a estar en entredicho!
Ver
las imágenes de antidisturbios de Barcelona cargando contra manifestaciones de diferentes
colectivos, mientras amables funcionarios uniformados facilitan que los
palurdos de la banderita del barrio de Salamanca aporren las cacerolas produce un profundo
escozor.
La
pandemia peligrosa no es la COVID-19, el verdadero peligro son los millones de
descerebrados que siguen empeñados en imponernos sus ideas de sociedad, sus
dogmas religiosos y su “paletismo” endémico.
Ese es
el purulento virus que nos condena a todos a seguir anclados en una sociedad de
película de Berlanga, reviviendo escenas de “La escopeta nacional” y que
irremediablemente nos conducirá de nuevo a los tristes episodios de Puerto Hurraco.
Son unos cafres, flaco favor le están haciendo a España...
ResponderEliminar