La clase política, financiera, eclesiástica, es decir la mandona en general,
se encuentra en estado de alerta, han identificado a un enemigo y corren
presurosas a organizar la defensa de sus baluartes.
Hemos asistido a declaraciones altisonantes de personajes públicos de más o
menos relevancia mostrándose extraordinariamente beligerantes con aspectos
reivindicativos de colectivos a los que llevan décadas, si no siglos,
menospreciándolos de manera absoluta.
Mientras en la calle se continúan reivindicando y reclamando el
reconocimiento de derechos que tendrían que estar sobradamente protegidos, en
su asiento del Congreso de Diputadas localizamos especímenes de la actual clase
política bostezando lánguidamente. No saben muy bien el motivo por el que se
encuentran ocupando un escaño.
Con harto dolor de nuestras aspiraciones democráticas descubrimos que no han sido los partidos,
sino los movimientos sociales, quienes
han forzado a avanzar en el reconocimiento de los derechos de las maltratadas.
Fundamentalmente activos son el
colectivo LGTBI y las mujeres.
Estos colectivos se están topando con grupos de reaccionarios integristas
que quieren seguir negándoles el pan y la sal.
A base de esfuerzos, sufrimientos y perseverancia en la lucha por el
reconocimiento legal de sus derechos, ambos grupos (mujeres y LGTBI) han conseguido alcanzar
algunos logros. No debemos olvidar que antes hubieron de soportar y aún
soportan insultos, vejaciones y
violencia de todo tipo.
Alcanzadas algunas de las metas, las mismas ratas que impedían avanzar en las mejoras, pretenden colocarse en las primeras filas acompañando
a los artífices de lo conseguido.
Son tantos los ejemplos de próceres reaccionarios colocándose medallas por
conquistas ajenas, que sonroja asistir a sus balbuceantes discursos para justificarse del aprovechamiento que hacen de lo luchado por otros.
Eso sí, siempre permanecen prestos a desmarcarse por si cambia la dirección
del viento no vaya a ser que les pille desprevenidos. Nadar y guardar la ropa
se llama la figura.
Arte este que dominan a la perfección los componentes de la curia
eclesiástica.
A pesar de las directrices públicas que emanan de boca del Papa Francisco, desde
los arzobispados se siguen apoyando panfletos
y proclamas que otorgan a la mujer el papel de comparsa-adorno. Continúan
apoyando la circulación de autobuses de
“Hazte Oír” con lemas exaltando la homofobia. Apuntalan asociaciones que
rebosan sectarismo religioso alentando la existencia de colectivos integristas
del tipo de abogados cristianos.
Forman estos abogados un grupo cuya finalidad parece ser la de rebuscar en
los recovecos de una legislación heredera del franquismo para continuar
imponiendo dogmas de comportamiento.
Allí donde no cabe más que lamentar la existencia de supersticiones, estos
mamarrachos intentan utilizar la penosa
legislación que padecemos en materia de libertad de conciencia para martirizar
judicialmente a los discrepantes con sus teorías. Nunca les faltan jueces
afines a la causa que les hacen el juego legal.
Otro condimento utilizado en el despropósito son las homilías obispales.
Los prelados se empeñan en demostrar que
permanecen anclados en una arcaica idea del hombre que afortunadamente ha sido
superada por los acontecimientos.
Las entidades cercanas al más duro integrismo cristiano redoblan el adoctrinamiento
contrario al progreso y articulan campañas insultantes para colectivos obligados
a sufrir la estulticia de los intransigentes.
Donde deberían ver seres humanos continúan viendo grupos distanciados por
los genitales. Así acostumbrados a denostar a la ciencia, en esta ocasión la ignoran y mantienen la
tradición. Persisten en la supremacía de las gónadas y en la servidumbre de la
mujer. Naturalmente - para esos iluminados – fuera de la clasificación hombre /
mujer, nada existe.
En sus ataques usan a modo de diana al feminismo que, despectivamente tildan
de radical, y a lo que denominan adoctrinamiento de género.
Adoradores del becerro de oro, no es casualidad que centren sus acometidas en las exigencias de igualdad sostenidas por
feministas y asociaciones defensoras de la diversidad.
Una vez desprestigiados los sindicatos y neutralizadas las principales
organizaciones sindicales por su conformidad y seguidismo con políticas cercanas
al neoliberalismo; resultan ser los movimientos feministas y LGTBI las únicas
voces discrepantes con la corriente liberal dominante. Ese es el motivo por el
cual son acosadas y denigradas sus legítimas aspiraciones.
Ambas corrientes se han convertido en el enemigo a destruir por los amos
del sistema.
Eso las convierte en la esperanza
que queda para detener la fiebre involucionista que nos acosa.
En ellas reside la oportunidad de acabar con los estertores de un sistema patriarcal
“machirulo” que boquea falto de aire
pero se resiste a desaparecer.
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