¿Somos
todos iguales? Es una pregunta que nos repetimos con harta frecuencia y que es
contestada con dificultad. Por más que desde los variopintos estamentos
estatales intenten vendernos la burra de la igualdad de derechos de los
españoles, se producen tantos casos de discriminación y desde tantos sectores discriminatorios, que
cuesta trabajo creer que sea verdad la cacareada igualdad.
Los
desgraciados sucesos del pederasta de Madrid, de Ciudad Lineal, parece que llegan
a su final con la detención de un sospechoso que reúne indicios suficientes
para su procesamiento, o eso parece. El presunto autor de los desmanes
pedófilos ha sido identificado y prácticamente juzgado y condenado desde las
tertulias y programas de cotilleos que asolan las televisiones. Los
informativos nos han ofrecido escenas de su detención, sus datos, su rostro, su
vida y milagros. Su imagen ha sido difundida con profusión en los canales
televisivos.
Aun
cuando la presunción de inocencia queda un tanto mal parada con tanto juzgado
mediático, puede resultar conveniente que la sociedad identifique a los autores
de delitos tan deleznables. Sería un tema interesante para debatir ¿Se puede
fulminar la intimidad de un delincuente? Lo dejamos para otro día.
Ahora
bien ¿Ha visto alguien la detención de un cura? ¿Se ha informado de los
nombres, actuaciones y correrías de los curas de Granada? ¿Hacia dónde miraba
la Conferencia Episcopal? ¿Qué pasará con los encubridores? ¿Porqué los medios
de comunicación son tan reacios a identificarlos? ¿Hay que proteger la intimidad
estos pederastas?
Hemos
asistido al esperpento del arzobispo de Granada balbuceando una sarta de
incongruencias para evitar reconocer que miró para otro lado.
Un
señor, por llamarle de alguna forma, que patrocinó la edición del panfleto “Cásate
y se sumisa”, que justificó los malos tratos a las mujeres que abortaran, que
fletó autobuses para asistir a la marcha contra la ley que permite el
matrimonio entre personas del mismo sexo, se muestra compungido cuando le
preguntan sobre las denuncias que se han interpuesto contra religiosos de su Archidiócesis
por presuntos delitos de abusos reiterados a menores. El fingido dolor por los
pecados ajenos no consigue camuflar su desidia para investigar las denuncias
que recibía en el Palacio Episcopal.
No
debemos olvidar que la mayor parte de los casos se produjeron bajo el reinado
de Monseñor Rouco Varela valedor del Arzobispo de Granada y que, al igual que él, atacaba con inusitada dureza
la unión matrimonial entre personas homosexuales y agitaba a las masas afines
para laminar los derechos de las mujeres. Rouco, ese prócer tan preocupado por
los que iban a nacer, miraba a las avutardas cuando sucedía un abuso sobre los
que ya habían nacido.
El
papa Francisco debe estar que trina, su granero de financiación corre serio
riesgo de derrumbarse por los comportamientos de unos degenerados. Es
gratificante ver que se muestra inflexible para atajar esa lacra dentro de su
grey, pero ¿será capaz?
A
los que tenemos pocas esperanzas de asistir al banquete reconciliador en el
cuerpo místico (porque
pensamos que la creencia en vidas imaginarias del más allá solo aporta miedo y sumisión) no nos consuela que
el comportamiento de estos piadosos abusadores lo califiquen como pecado, no es
suficiente. Nos gustaría que la justicia tuviera con los pederastas
eclesiásticos la misma dureza que tiene con los pederastas civiles. Quizás la
culpa de la discriminación de trato, policial, judicial e informativo tengamos
que achacarla al nefasto Concordato que hace de nuestra nación una franquicia
del Estado Vaticano
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