La
semana que finaliza nos ha deparado sucesos que, sin pretender-relacionarlos,
nos obligan a reflexionar acerca de la deriva que está marcando el devenir
inmediato de la sociedad española.
Por
un lado tenemos el fallecimiento del señor Emilio Botín. Después de las loas
desaforadas con las que nos han obsequiado los medios de comunicación, queda
una extraña sensación de vacío ante tan extraordinaria pérdida.
Leyendo
y oyendo a los hagiógrafos asalta la duda de si podremos seguir adelante sin la
presencia terrenal del extinto, o si el
finado tendrá que hacer horas extras desde el mas allá para mantener el camino
de salvación y progreso que nos trazo en su exitosa vida.
Hombre
de negocios ejemplares, empresario virtuoso, amigo de reyes y acondicionador de
gobiernos sin importar el signo político, lo mismo cenaba con González que
viajaba con Aznar. Una charla con Zapatero significaba un indulto, una
comparecencia con Rajoy era, casualmente, acompañada de un sobreseimiento.
La
sociedad mediática, a menudo tan olvidadiza, no recuerda los depósitos de
cuentas en Suiza, las imputaciones des-imputadas, los valores del Santander que
arruinan como las preferentes, los indultos a sus amiguitos (Zapatero mediante
con Sáenz de beneficiario).
La
lista de méritos se haría interminable, alguien con tanto poder y tantas ganas
de utilizarlo, por fuerza tiene que tener un extenso currículo de actuaciones.
Por desgracia la mayor parte de esas acciones sonrojarían a cualquier bien
nacido.
¿Si
el comportamiento de don Emilio fue tan oscuro por qué tanto adulador?
Pues
hombre, porque su hija ya preside el banco, que entre otras cosas es parte
mayoritaria de los consejos de administración de los medios de comunicación,
directa o indirectamente. Y a ver quién es el guapo que afea la conducta del
papa de la dueña, o sea, la conducta del anterior amo.
Es
como si, salvando las distancias de poder y categoría, alguien en Castellón se
hubiera atrevido a afear la conducta de
Carlos Fabra antes de su condena. Hasta su hijita Andrea se consideraba a salvo
de su propia estupidez y podía vociferar sandeces sin que nadie la recondujera.
Si
Carlos Fabra, -elevado por Mariano Rajoy a la categoría de ciudadano ejemplar- consiguió,
mediante el desfile de magistrados y fiscales, que los juzgados que entendían
sus causas parecieran la pasarela Cibeles ¿qué no iba a conseguir el amo del
país?
Resulta
que una vez condenado en firme, la Audiencia suspende el ingreso en prisión del ex-presidente de la Diputación
Provincial de Castellón hasta que no se dictamine sobre la petición de indulto
que ha presentado el delincuente. ¡Qué curioso! ¡Cuántas atenciones con un
condenado!
Suspenden
el cumplimiento de la condena impuesta esperando que el indulto del gobierno la
deje sin efecto. Mientras tanto que espere en su casa ¡Qué detallazo! A
cualquier otro chorizo le harían esperar entre rejas, Carlos Fabra que espere
sentado en el salón de su casa que en la celda se le puede arrugar el traje.
O, lo
que es peor, tendrá que esperar en chándal como Bárcenas. Ahora que recuerdo,
¡Bárcenas está en prisión sin sentencia firme!
A
ver si lo entiendo:
Uno
está en prisión sin haber sido condenado y el otro, que ha sido condenado, ¿no
entra en prisión porque ha pedido un indulto?
La
explicación no la vamos a encontrar en la apertura del curso del año judicial
que por primera vez abrió el nuevo monarca. Nuevo monarca, viejos vicios.
Palabritas
bonitas, regeneración por aquí, modernización por allá, la justicia en
democracia, bla, bla, bla.
El
caso es que casi 39 años después de la muerte de Paca la culona, el estamento
judicial sigue adoleciendo de los mismos tics y defectos: Lentitud, opacidad,
falta de independencia, falta de medios, escasa formación, politización
excesiva y lo peor de todo: Órganos de Gobierno caducos, trasnochados y
contaminados por la omnipresente organización
del Beato Jose María Ecrivá de Balaguer, que acaban siendo nombrados por los
poderes políticos de turno para su conveniencia.
Y
eso es lo que hay amigos, un país de plumillas aduladoras, un país de mediocres
en la poltrona, un país de apesebrados en el poder. En fin, un país donde el engaño, la
corrupción y demás elegantes delitos
campan a sus anchas, mientras se juzga con la mayor de las durezas a pobres y
desfavorecidos.
Y
Felipe VI da por inaugurado el año
judicial.
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