Estoy
tecleando las letras del ordenador solo para tratar de sacar la rabia que tengo
dentro. Si, rabia; rabia y asco.
Rabia
por impotencia, y asco por la situación.
Asco
por la situación de tancredismo asfixiante que vivimos. Asco por los esfuerzos
que hacen los paniaguados para mantenernos en la inopia, en aras de un extraño
bien común, de una defensa de intereses patrios, que no son tan patrios, de
mantenimiento de un sistema que nos maltrata para beneficio de unos pocos. Repiten
como una letanía machacona aprendida en colegio de pago, religioso por
supuesto, de ahí la técnica, que tenemos que apretarnos el cinturón y
esforzarnos para sacar esto adelante.
Nos
quieren inocular el virus de los meritos, cuando a ellos no les adorna ninguno.
Todos sus meritos son heredados, o adquiridos con el oportuno arrastramiento
ante sus amos. Dicen que a una vida digna hay que llegar a través del éxito,
cuando su único éxito es su apellido o el apellido de los que les mandan y
utilizan. Verles en los programas de televisión defender con fiereza los
derechos de sus dueños, produce tanta repulsa como los propios dueños.
Plantean
la competitividad como la panacea de la economía, pero esa competitividad
siempre la basan en usarnos como maquinas de producción. En China han
encontrado el ejemplo perfecto a seguir. Jornadas interminables con sueldos
miserables, con retribuciones de subsistencia, ¿para alcanzar el desarrollo del
país? No, para alcanzar el bienestar de un puñado de sinvergüenzas a costa del
esfuerzo de los demás. Nos han vendido la globalización únicamente para deslocalizar
las empresas, y producir por uno lo que antes les costaba 10, pero que siguen
vendiendo por 30 cueste lo que cueste.
Y
este modelo de crecimiento chino, nos lo presentan como la meta a alcanzar. Es
su sueño, es su oferta, es su solución. Naturalmente oculta tras una nube de
patriotismo ñoño.
Y si
no nos han convencido, por lo menos nos han asustado. Vivimos en un miedo
continuo a perder lo poco que nos queda. Admitimos condiciones laborales
infames, porque por lo menos tenemos trabajo. Renunciamos a derechos para que
los ´´empresarios´´ creen trabajo.
Vendemos nuestras almas por un plato de lentejas. Renunciamos a la dignidad por
cómodos y cobardes.
Mientras
tanto, los apellidos de siempre se repiten en los ministerios, en el congreso,
en los consejos de administración, y de vez en cuando incorporan a algún tira
levitas nuevo para que haga el trabajo sucio. Suelen ser baratos, con las migas
del festín pagan a estos rufianes.
El
resto pasamos a ser un número de producción, tenemos que producir sin coste,
tener hijos que nos sustituyan, y empujar para que su máquina funcione. Y lo
hacemos, más o menos en silencio, pero lo hacemos, con algún brote de
disconformidad, pero lo hacemos, son siglos de docilidad. Nos han educado en la
mansedumbre. Cuando Europa se rebelaba contra los tiranos, nosotros íbamos a
misa en procesión. Dejamos de ser valientes en el jardín de infancia, cuando
nos enseñaron…. ´´Bienaventurados los
mansos porque ellos poseerán la tierra .´´ y el miedo nos dejó quietos.
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