Recordamos cuando era
imprescindible que pidieran perdón a las víctimas y que mostraran
arrepentimiento ¡Qué tiempos aquellos en los que lo importante eran los gestos
y no los resultados! El 27 de Junio de 1960 ETA colocaba una bomba y fallecía abrasada la
bebé de 22 meses Begoña Urroz Ibarrola.
En la actualidad se considera que
esa fue la primera víctima mortal de la banda terrorista. Comenzaba un periodo
sangriento en el cual el Estado de Derecho no siempre ha actuado respetando la
legalidad, basta con recordar episodios tan vergonzosos como los protagonizados
por los asesinos del Batallón Vasco Español o los GAL.
El ex – Secretario de Interior Rafael
Vera, en su última entrevista concedida a una cadena de Tv, intentó presentarse
como un hombre sobrepasado por las circunstancias ¿Qué circunstancias? Pues
aquellas que – según él – le obligaron a convivir en el Ministerio del Interior
con actuaciones al margen de la ley. Pretendió justificar las cloacas del
Estado utilizando el argumento de la suciedad de otros Estados (Reino Unido,
Alemania...) La justicia ya le ha juzgado y condenado. La historia no le va a
absolver a pesar del indulto del Gobierno de Aznar y por mucha dosis de
patrioterismo barato que intenten
inculcarnos.
Ha habido que recorrer un largo
sendero jalonado de muertes y sufrimiento para llegar al final. Un final que el
día 4 de mayo de 2018 interpretaba la banda terrorista en el palacete de Villa Arnaga, localizado en Cambó
les Baines.
La escenificación estuvo
acompañada de observadores internacionales y por los Partidos Vascos (PNV
EH-Bildu y Podemos) que enviaron representación al evento.
Después del comunicado de
disolución de la banda terrorista y la siguiente oficialización, las respuestas
obtenidas por dejar de matar han sido más que tibias. En realidad las posturas
ante la desarticulación han sido bastante frías y muy críticas por eso la
pregunta: ¿No era eso lo que se quería?
Es cierto que el perdón
solicitado ha distinguido entre diferentes categorías de víctimas, tampoco los
arrepentimientos han parecido sinceros ni inequívocos.
Con estas premisas, las
declaraciones de destacados miembros del Gobierno no han ayudado gran cosa a
apaciguar los ánimos ni a serenar los espíritus.
Las diferentes asociaciones de
víctimas han mostrado su descontento con
el “casi perdón” y con la dosis homeopática de arrepentimiento.
Las razones de su insatisfacción serían
muy discutibles, pero no se van a cuestionar salvo que se quiera correr el riesgo
de caer en manos de algún fiscal con medio microgramo de cerebro y exceso de
dosis de poder. Se le puede ocurrir presentar una imputación por ofensa a las víctimas, así que para ahuyentar problemas
con la ley mordaza ahí lo dejamos.
El presidente Rajoy no encuentra
motivos de celebración al hecho de que desaparezca una banda de asesinos. En
cambio ha dado un giro sustancial en cuanto a su opinión sobre los otrora malvados
Rodríguez Zapatero y Pérez Rubalcaba.
Parece que ya no son rompe
patrias, ni traidores al sufrimiento de las víctimas, ni falsos españoles que
se venden al terrorismo.
Ahora son personas con un
indiscutible valor por su participación gubernativa en la lucha
contraterrorista. Uno como Presidente del Gobierno, el otro como Ministro del
Interior. Ambos denostados en sede parlamentaria en una de las
intervenciones más soezmente perversa del
Rajoy oposición utilizando el terrorismo
como ariete político.
Una de dos: o Rajoy era antes un
inconsciente que utilizaba el sufrimiento como arma política o en la actualidad
es un hipócrita. O ambas cosas y al mismo tiempo. Nada descartable esta última
opción atendiendo a la personalidad del individuo.
El cese de la violencia es una
buena noticia y el abandono de las armas una imperiosa necesidad que debe ser
valorada en su justa medida. Sí era algo que se buscaba y deseaba ¿Por qué esa
actitud de menosprecio actual?
Ni la falta de un arrepentimiento
adecuado ni la ausencia de la petición de perdón son argumentos para menospreciar
el cese de la actividad armada. Los arrepentimientos y los perdones mejor los
dejamos para las confesiones de quienes utilicen ese servicio de los curas. En
la vida social y jurídica lo adecuado es utilizar las sentencias, las leyes y los tribunales.
Las palabras no resultan del todo
inocentes cuando quieren decir exactamente lo que se piensa. En ese contexto es
complicado entender la falta de entusiasmo de personas concernidas en la lucha
contra el terror y al mismo tiempo la ligereza
de algunos fiscales al calificar como delitos de terrorismo peleas de
bar. Estos comportamientos como mucho tendrían la calificación de delitos de
agresión, aunque en condiciones normales ni siquiera pasarían de meras faltas
de lesiones.
Para conseguir sus propósitos
retuercen la ley.
Lo hacen de forma tan sectaria
que el uso institucional de recursos para mantener viva la llama del terror a
cualquier precio provoca nauseas.
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