En una ocasión una buena amiga me
contó una anécdota que había vivido en primera persona. Los acontecimientos del
relato tienen lugar en el verano de 1973, con el dictador dando sus últimos
coletazos desde el Pardo y el Régimen preparándose para resistir las olas de
libertad que comenzaban a expresarse.
A través de una organización
religiosa se estaban llevando a cabo unos intercambios estudiantiles con
colegios de otros países, en este caso el destino de niños de varios países de
Europa era Estados Unidos. Es fácil deducir que el espectro socio económico de
las familias de los niños y niñas participantes en el intercambio era medio alto, en realidad era más alto que
medio.
Llegados los estudiantes al
aeropuerto de Nueva York el responsable de la expedición tenía que repartir a
los alumnos en grupos según su procedencia, con la finalidad de establecer los
lugares y familias de destino. Para ello necesitaba agruparlos por idioma
materno y países de procedencia. Así que fue pidiendo en voz alta… Los franceses
aquí, los alemanes a mi izquierda, los españoles a mi derecha. Cuando hubo
acabado vio un grupo que no estaba unido a ninguna de las opciones.
El tutor se dirigió a ellos y les
dijo, “vosotros os he dicho que los españoles a mi derecha” ellos contestaron
“no somos españoles, somos catalanes”.
El hombre se quedó un tanto
perplejo ante la respuesta, no olvidemos que era la época en la que se gritaba ¡España!
¡UNA! ¡España! ¡GRANDE! ¡España! ¡LIBRE! Acabando con un ¡VIVA FRANCO! y
¡ARRIBA ESPAÑA! Decidió buscar una salida airosa y dijo “está bien, entonces
los que viajan con pasaporte de España a mi derecha” el grupo se encaminó a
unirse con el resto de españoles.
En su comparecencia ante el
Congreso de Cataluña, Carles Puigdemont intentó revestir de solemnidad el acto
que iba a llevar a cabo. El comienzo fue
retrasado por necesidad de consensuar la declaración del President. La CUP se
resistía a aceptar que no se produjera la tan esperada declaración de
independencia de la República Catalana. Mientras tanto los socios del Govern
buscaban una salida elegante al embrollo en el que se encontraban.
La expectación en la calle era
máxima, se pasaba de la euforia a la decepción. En los primeros instantes; en
los momentos en los que Puigdemont se refirió a los resultados de la votación
del 1 de Octubre y a las consecuencias que de ella se derivaban según la ley de
referéndum aprobada por la Cámara de Diputados
Catalana, se descorchó cava y la estelada ondeaba orgullosa. Al
suspender la entrada en vigor vuelta a colocar los corchos y a enrollar las banderas.
A todo esto se llega haciendo
equilibrios legales para incumplir unas disposiciones legales emanadas del
mismo Parlamento Catalán. Entre las transgresiones está la ausencia de organismo validador que
certifique y haga públicos los resultados. La inexistencia de la Sindicatura
(Junta Electoral) validadora y anunciadora de los resultados hace imposible un requisito
indispensable y la validación deciden
hacerla los propios convocantes. Esto en términos democráticos es cuando menos
anacrónico.
La respuesta
del Gobierno del PP al ofrecimiento de dialogo de la Generalitat ha sido en
clave gallega, contestando con una
pregunta para conseguir obtener varias cosas:
En primer lugar
el Gobierno de Rajoy pretende recuperar la imagen internacional como gobierno
dispuesto a utilizar recursos democráticos para solucionar un conflicto.
A continuación
quiere obligar al Govern a dilucidar la licitud de sus actos. Explicitar si son legales, NO declaración de independencia con la
humillación consiguiente, o bien que se manifieste abiertamente fuera de la ley
y por lo tanto susceptible de ser represaliado.
La pregunta
también va dirigida a la línea de flotación del frente independentista. El
único nexo de unión entre ellos es el proceso soberanista, fuera de ese término
nada une a la CUP con ERC o PDeCAt. La desafección de la CUP con sus eventuales
compañeros de viaje llevará a elecciones
en Cataluña sin necesidad de aplicar el artículo 155 de la Constitución.
Por último pero
no menos relevante de la intencionalidad de Rajoy es comprobar las reacciones
de los núcleos duros de su partido y de determinados poderes en la sombra que abiertamente
empiezan a asomar la patita por debajo de la puerta ¡la ultraderecha española
reaparece cara al sol!
Entre los de la
patita por debajo de la puerta encontramos a Pablo Casado personaje del PP al
que nadie ha rectificado ni rebatido.
Sus
declaraciones sobre el destino del President Puigdemont comparándolo con el de
Lluis Companys hablan por sí solas acerca de su ideología. Sus posteriores melifluas
explicaciones no aclaran si prefiere para el actual President la prisión en
campo de concentración o el fusilamiento.
Pero es que los
Gobernadores Civiles en los que han derivado los Delegados de Gobierno se rigen
por los mismos parámetros. Miran con descaro hacia otra parte (Normalmente a la
parte más derecha de la calle) cuando sus amiguetes de toda la vida envueltos
en trapos adornados con pajarracos apalean a participantes en expresiones de
disidencia democrática o a políticos que estos cafres consideran impuros.
Son muchos los
ejemplos; Barcelona, Valencia, Zaragoza. Ni una intervención policial tras los
incidentes ni una detención tras las agresiones, ni una identificación tras los
disturbios. Solo la presión mediática ha impulsado alguna leve reacción.
Ese y no otro
es el escenario que nos ofrece el partido auto denominado defensor del
paradigma de la democracia, el PP convida a violencia ultra en las calles y
para los disidentes represión institucional.
El presidente
de un partido imputado por fraude financiero para alcanzar la victoria
electoral pretende darnos lecciones de comportamiento democrático dentro de la legalidad
cuando su organización está judicialmente imputada por haber hecho trampas para
saltarse la ley. Lo triste es que sigue siendo el Presidente del Gobierno de
una España que por mor de su ineptitud cada vez está más rota y deviene en menos solidaria.
En este
escenario necesitaríamos tener a alguien que propiciara un clima de respeto
entre nosotros para no tener que exhibir
continuamente el pasaporte. Mucho nos tememos que ese alguien - en esta ocasión
- tampoco va a ser la Corona.
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