Las
conocidas declaraciones de David Pérez, alcalde de Alcorcón, han provocado un
torrente de reacciones de repulsa hacia una postura anacrónica y fuera de lugar
en la aspiración legítima de armonizar los derechos de TODOS los seres humanos
con independencia de cualquier condición que les acompañe.
Atribuir
a día de hoy un papel preconcebido a una parte de la humanidad es, además de un
tópico inaceptable, una muestra de arrogancia de clase que se auto otorga un
predominio en función de unas características anatómicas que le han venido
instaladas de serie.
Ser
blanco o negro, mujer u hombre, alto o bajo, rubio o moreno es una condición en
la que no tiene intervención la voluntad ni las cualidades del individuo. Sus
virtudes o defectos se encuentran al margen del grupo al que ha sido asignado
en origen. Por eso resulta llamativo que un responsable político dogmatice
sobre el comportamiento femenino atacando a las corrientes que buscan el
reconocimiento de derechos que deberían estar fuera de toda duda.
Teniendo
en cuenta que los derechos no se otorgan, resulta paradójico que todavía
estemos instalados en la diatriba de tener que explicar algo tan evidente como
que los derechos son una condición innata del individuo al margen de que estén más
o menos protegidos.
Una
cosa es tener los derechos reconocidos y otra muy diferente es que, sin haber
sido legislados, no existan. Se confunde con extrema facilidad la reglamentación
acerca de su protección con la concesión
de los mismos.
Repito:
Los derechos no se conceden, existen. Lo verdaderamente necesario es garantizar
y preservar el acceso a su adecuado ejercicio.
Las corrientes
que defienden el reconocimiento de igualdad de la mujer (movimientos
feministas) tienen aún muchísimo trabajo que hacer. A diario encontramos
comportamientos de hombres y bastantes mujeres que confirman este hecho. Por
desgracia el alcalde de Alcorcón no es una excepción. Sin grandes esfuerzos encontramos
en la hemeroteca muestras suficientes que corroboran tal afirmación:
Obispos
y clérigos que pretenden asignar a la mujer un papel secundario en la vida, les
otorgan la condición de probetas de fecundación y posterior cuidado del
producto. Las condenan a un papel marginal en el devenir social.
Eso
sí, para que se sometan a las estulticias, los clérigos ensalzan la labor
domestica femenina. “Cásate y se sumisa” es el lema que emplean como titular de
cabecera. A los prelados la sumisión no les parece suficiente y por ello son
capaces de justificar el maltrato a las mujeres para acabar culpando a las
víctimas por no someterse a la voluntad del cabestro que les ha caído en
suerte.
Jueces
y fiscales pasean sus patologías por los tribunales sometiendo a las mujeres
maltratadas a interrogatorios en los que - con más frecuencia de lo admisible -
las culpan de las atrocidades que ellas denuncian ¿Cerraste las piernas con
fuerza? ¿Te resististe a la penetración? ¿Dijo usted ¡NO!? ¿Cuántas veces? En
ocasiones van más allá y aseveran, con rictus condenatorio, que con esos pantalones
tan apretados, esa falda tan corta o esa sonrisa tan pícara, las mujeres están pidiendo
ser usadas sexualmente. Esta forma de
pensamiento les lleva a dictaminar desde su posición justiciera:
¡Que no se quejen o que se conduzcan con mayor
recato!
Si
reparamos en la conducta de los políticos vemos que pretenden e incluso
consiguen decretar cuándo deben ser madres y cómo deben ser las condiciones de
su maternidad. Se confieren la posesión del cuerpo femenino y así deciden si
deben o no parir. Ocasionalmente dan un pasito adelante para legislar en pro de
la igualdad.
Con
prontitud, salen a la palestra las asociaciones integristas para contrarrestar
el avance. En el mejor de los casos, pretenden devolver a la mujer a la Edad
Media. La otra alternativa es la cocina rodeada de churumbeles.
El
resto de los actores sociales, económicos, culturales, empresariales… se tapan
la nariz, ojos y oídos para no oler, ver
ni oír el estado en el que se encuentra el 50% de la población. Aunque quizás se den cuenta de la situación y se
encuentren tan a gusto.
Con
este panorama aparece un individuo hablando en un foro católico llamando
frustradas, amargadas, resentidas, rabiosas y varias lindezas más a las mujeres
que se rebelan contra tamaña injusticia. Tras las críticas que recibió al
hacerse público, el ínclito se recompone, carraspea, balbucea una disculpa y
alega que se han malinterpretado sus palabras.
Para
buena interpretación la que hace la Fiscalía Provincial de Orense que no ve
indicios de delito en el aparente ofrecimiento de un puesto de trabajo.
Supuestamente a cambio de mantener relaciones sexuales. Seguramente el fiscal
orensano estará en consonancia con el alcalde Pérez y gritará aquello de… “Al
cacique de Orense ni tocarlo que las
mujeres son unas denunciantes rabiosas”.
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