El año se ha despedido después de
las “entrañables” fiestas, la felicitación real, los sorteos de lotería y los
atracones de comida acompañados de los chistes del cuñado, los consejos del
suegro y los lloros de los sobrinos gritones.
El año que entra lo hace en clave
festiva, uvas, cava, besos y buenos deseos. Se espera de la nueva temporada que
traiga mejores condiciones que las que proporcionó su predecesor.
La miopía popular y sus
supersticiones hacen el resto. Para alimentar estas últimas nunca faltan
trovadores camuflados de periodistas que cantan las virtudes de los mandamases.
Entre los pudientes destaca una
familia que ha padecido durante los últimos años pesadillas inimaginables en
sus regios sueños.
Los Borbones han tenido que
reciclarse a toda prisa. Corrían el riesgo cierto de que desapareciera de súbito la estulticia endémica de sus súbditos. Entonces el
país que antaño gritó con orgullo “vivan las caenas” podría despertar de su letargo para pedir
cuentas a la corporación monárquica. Es decir, hacer lo mismo que hicieron
nuestros vecinos al otro lado de los Pirineos allá por 1789.
Aunque parece que por ahora pueden respirar
tranquilos los amantes del régimen instaurado por el general Franco.
Para adoctrinar a la plebe las
televisiones públicas estatales obsequian a la paciente audiencia con un infame panegírico publicitario de la
realeza, un panfleto ensalzador de sus
encomiables logros.
Detrás de las alabanzas al
“Emérito” por su 80 cumpleaños, se esconde la necesidad de ocultar los infortunios
acaecidos durante la última fase de su reinado.
El comienzo del periodo
juancarlista ya resultó anacrónico, nombrado por el dictador como sucesor a título
de rey nunca se sometió a un verdadero plebiscito sobre la forma de Jefatura
del Estado.
La Constitución se acomodó a la
ley de sucesión franquista que le otorgaba la Jefatura al Borbón. Dicen que se
hizo para no molestar a otros poderes que pudieran estropear la “Modélica Transacción”. Eso sí, el rey se reservó
el Mando Supremo de las Fuerzas Armadas y seamos realistas, eso es mucho
mandar.
Como lo que mal empieza mal
acaba, su periodo terminó entre escándalos de caza de elefantes, de princesas
Corinas, de yernos condenados por delitos varios, de hija procesada y
curiosamente exculpada por su condición de mujer florero, finalmente abdicó en alguien
muy “Preparado” para preservar a la institución.
Antes se protegió el monarca saliente manteniendo el
mismo estatus de inviolabilidad, inimputabilidad y falta de responsabilidad que
disfrutaba en activo. No fuera a ser que
cualquier fisgón desaprensivo – deseoso por conocer la procedencia de su extraordinaria
fortuna - decidiera investigar la relación de la augusta persona emérita con amigos extraños y al tiempo llegara
a conocer su estrecha relación con dictadores portadores de turbantes.
El advenimiento del segundo
Borbón - tras la reposición monárquica post franquista - estuvo plagada de
episodios con nubarrones. Decidió casar con una periodista y de esta forma tener
un matrimonio morganático. Esa es la calificación que las casas reales otorgan
a la unión realizada entre desiguales.
De hecho Juan Carlos debe a la
regla de no casar con la plebe, que Juan de Borbón (su padre) fuera reconocido legítimo
heredero al trono y que el dictador Franco respetara (con su peculiar manera) la
legitimidad sucesoria para inclinar su elección a favor de “Juanito” y
nombrarle heredero de su despreciable régimen fascista.
No olvidar que el primer heredero
de Alfonso XIII, su hijo Alfonso - Príncipe de Asturias - había renunciado a
sus derechos dinásticos para casar con una plebeya. Felipe no se planteó esta
cuestión ni otras muchas. Si hubiera sido coherente con la institución y
hubiera renunciado (igual que su tío-abuelo) a la corona por amor, la reina
hubiera sido Elena y el próximo monarca se llamaría Felipe Juan Froilán de
Marichalar y Borbón.
El Preparado rozó la oportunidad
de darle un aire de moderna legitimidad a un reinado nacido de la sucesión por
un nombramiento dictatorial pero no pudo, no quiso o no se atrevió.
Pudo someterse a la voluntad de
los ciudadanos y buscar desautorizar las voces que proclamaban y pregonan la falsedad de su ascensión a la Jefatura
Estatal pero no lo hizo. En su lugar, el día de su coronación, la delegada del
Gobierno en Madrid - Cristina Cifuentes - articuló un despliegue policial en el
recorrido de la comitiva real que bien
podría haber sido la envidia de los estados absolutistas del siglo XIX.
Pasado el tiempo Cifuentes se disculpó
un poco por los excesos cometidos, pero los detenidos y represaliados ya habían
sufrido su exceso de celo monárquico.
Para Felipe VI todo resultó
normal, al fin y al cabo no es asunto de reyes dar la sensación de respetar los
derechos de quienes les mantienen. Para semejantes menesteres están los medios
informativos leales y afines. Ellos son quienes tienen la obligación de vender esa fantasía.
En los demás casos los jueces y
fiscales procurarán poner adecuado remedio a los excesos de los díscolos. En
estos supuestos resultan muy eficaces las multas y penas de privación de
libertad.
No hace mucho, a un contribuyente
al sostenimiento de la familia real, le ha sido impuesta una multa de 7200
euros por silbar al himno “chuntaaa – chuntaaa…” durante un partido de futbol presidido por su augusta majestad. Los delicados
oídos reales pueden sufrir ante la música de viento provocada por los
revoltosos.
En Cádiz se ha presentado una
chirigota que hace partícipe al público con una inocente interrogación. Son los
asistentes quienes deciden si se condena a la guillotina a Puigdemont. Los junta-letras oficiales encuadran
el espectáculo dentro de la libertad de
expresión.
¿Alguien es capaz de imaginar la
condena que recibirían los miembros de la chirigota si la protagonista de la
pregunta fuera una regia figura? y ¿la consiguiente reacción de la prensa apesebrada?
Da dolor sólo imaginarlo.
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