Cuando la noche del 23 de Julio se hicieron oficiales los resultados de las elecciones generales, los españoles asistimos atónitos a un infausto espectáculo. Por varias razones; la primera fue la puesta en escena de un resultado que certificaba la inoperancia de un candidato.
Alberto Núñez Feijoo había desembarcado en Madrid - tras la defenestración de Pablo Casado – como mesías salvador de las esencias del partido popular. Obviamente para devolver a su formación al desempeño que por naturaleza creen que les corresponde: El Gobierno de la nación.
En el balcón de Génova todos vestidos de blanco en pureza y castidad excepto la dama de rojo, tecla disonante de un partido en crisis perenne. Crisis que se alargará hasta que la desaparición de VOX vuelva a permitirle alianzas con las derechas ideológicas del país.
Las caras del balcón la noche de las elecciones clarificaban el panorama de forma meridiana.
La sonrisa exultante de Isabel Díaz Ayuso al verse aclamada por su grey. El intento de sonrisa de Alberto Núñez al sentirse ninguneado por una pirómana. La inmensa preocupación de Cuca presintiendo lo que se avecinaba.
Al acabar el acto todos conocíamos el argumento, desarrollo y desenlace de la historia que se avecinaba. Todos; hasta Alberto Núñez Feijoo.
Bueno todos no, hay un ciudadano español, por encima del bien y del mal, inviolable e inimputable que se prestó con gusto a la representación burda de una parodia de investidura.
Es cierto que los asesores que rodean a Felipe VI deberían estar preparados y ser diligentes para advertir al “Preparao” sobre las consecuencias que conllevan sus decisiones.
La investidura encargada a Feijoo no ha sido una buena decisión. Es más, ha sido un lamentable espectáculo con el final previsto.
Por si los asesores reales y la propia persona real lo desconocen es urgente avisar a tan ilustres señores que los encargos de formación de gobierno son contemplados en positivo en la Constitución española.
Es por esa finalidad que se realizan las rondas consultivas con los partidos políticos. Con los datos que recibe, el Jefe del Estado constata que un candidato puede ser investido.
Si los números parece que no salen, como así estaba cantado, el monarca puede hacer una segunda ronda para recapacitar sobre su elección. Nada le obliga a decidir con prisas, ¿Nada?
No hace falta ser malpensados para sospechar de determinados poderes - unos abiertamente y otros ocultos - que han llevado a Felipe VI a una precipitada decisión.
La presión inicial que sufrió el monarca le llegó del propio candidato propuesto. Feijoo por desconocimiento, o maldad, intentó ignorar al sistema parlamentario de España. Repitiendo hasta el cansancio que él había ganado las elecciones se olvidaba de decir que en España forma Gobierno quién reúne más apoyos parlamentarios.
El siguiente nivel de presión llegó a través de los medios de comunicación que se habían volcado para conseguir la victoria de las derechas. Siendo los resultados insuficientes concentraron todas sus fuerzas en tratar de torcer la voluntad de los representantes electos.
Para tal fin, no tuvieron ningún empacho en armar tretas de todo tipo. Llegaron al despropósito de pasear por los platós y emisoras a personajes caducos tipo Leguina (estómago agradecido de Esperanza Aguirre), Corcuera, Ministro de Interior corregido en su ley de Seguridad ciudadana por el Tribunal Constitucional, o Redondo Terreros aún doliente por ser apartado de la ejecutiva socialista.
Como quiera que los espectáculos ofrecidos por actores secundarios no daban los resultados apetecidos, llamaron a las vedetes: Felipe González y Alfonso Guerra. Dos enemigos íntimos, desde el caso de corrupción “Juan Guerra”, se volvían a unir en su batalla contra Pedro Sánchez ¿Los motivos? Pues los mismos que tuvieron contra José Luis Rodríguez Zapatero. Ambos Secretarios Generales se han permitido la desfachatez de ganar en unas primarias a los candidatos designados por los “popes” del socialismo.
Desde Aragón un siempre patético Javier Lambán definía a Susana Díaz, candidata oficial de partido, como “bendecida por los dioses socialistas”. Así es como un mediocre se arrastra para alcanzar su nivel máximo de incompetencia.
La postura de Alfonsito y Felipón es difícil de calificar, es complicado opinar sobre dinosaurios. Hace mucho tiempo que viven en la memoria y estos dos individuos están dejando la suya al nivel que se merecen. Fueron el Presidente y Vicepresidente de los Gobiernos responsables del GAL, del escándalo del cuartel de Intxaurrondo, del uso de la cal viva, del escándalo Roldan, del Ministro de Interior condenado, del Secretario de Estado condenado…
Sin careta es cuando la historia socialista colocará a ambos en el lugar que les corresponde.
De las sesiones de investidura hay poco que decir. Del candidato cabría esperar que, en un elegante acto, explicara a su país la amenazadora frase vertida por su socio - Santiago Abascal - en sede parlamentaria: “El pueblo español tiene el deber y el derecho de defenderse, luego no vengan lloriqueando”.
¿Qué quiso decir Abascal? ¿Sabe Feijoo a qué se refería el ultra? ¿La defensa de los españoles será tan poco democrática qué provocará lloriqueos?
En el gobierno de Pedro Sánchez sería deseable un/a titular de defensa menos comprensiva con los militares reaccionarios, que los hay. Dando por supuesto que el titular de interior limpiará las cloacas de un ministerio vital para la supervivencia del Estado democrático.
Si los responsables democráticos de la seguridad del Estado, no toman en consideración las amenazas vertidas por tipos de la catadura moral de Abascal, podemos ir diciendo que este cuento se acabó.
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