Tuvo que ser
una mujer la que pusiera en su sitio a un cafre estructural.
Nadia Otmani, víctima doble de la violencia machista,
intentó sin éxito alguno que un descerebrado con aroma a naftalina reconsiderara
su postura. Naturalmente no lo consiguió, lo único que logró fue la atención y
comprensión de una gran mayoría social. No es poco.
Cuando la humanidad no era más que un
grupo de animalitos reunidos para sobrevivir, la tierra era una gran
desconocida. Por supuesto, no faltaron los que se dieron cuenta de que el
desconocimiento del entorno en que vivían les proporcionaba una excelente oportunidad
para someter a los humanos a los caprichos de algunos avispados.
Hoy muchos idiotas dirían que eran
los más preparados. Se estaban dando los primeros pasos para que hubiera reyes
y nobles, también era el germen para que nacieran opresores y oprimidos.
Capitalismo en estado puro.
Hubo muchos antepasados nuestros que
soportaban mal una vida de sometimiento. Antes que aguantar los caprichos de
otro, por muy rey o faraón que fuera, preferían la muerte. Para cerrar esa
puerta apareció un nuevo actor en escena: los enlaces con el más allá, es decir
los sacerdotes.
La ausencia de respuestas ante lo
desconocido hizo que la religión sobrepasara a la filosofía antes de que la
ciencia pusiera algo de orden. Al no encontrar explicación para fenómenos
cotidianos, resultó más fácil atribuir a fuerzas sobrenaturales la procedencia
de los hechos desconocidos que explicar los acontecimientos.
A los negadores les resultaba más
sencillo oponerse a los avances que acomodar sus dogmas a los nuevos hallazgos.
Así mantenían sus privilegios apoyados por las armas y la fuerza de los
poderosos. La resistencia que han encontrado los avances científicos es por
todos conocida, en la actualidad siguen poniendo trabas a diversas áreas de
investigación en nombre de una moral única. Paradójicamente las pruebas con
productos no contrastados que realizan las farmacéuticas no merecen tipo alguno
de reprobación. El dinero de la industria del medicamento es muy goloso.
La investigación y el desarrollo científico
fueron los motivos por los que quemaron, torturaron, lapidaron, ahorcaron y sacrificaron
a cientos de miles de seres humanos. Unos anónimos y otros relevantes pero
todos ellos víctimas de la insaciable codicia de los prelados y de sus
protectores.
Lamentablemente nada ha cambiado.
Desde la fétida ignorancia de perversos alucinados se siguen negando hechos
reales o sucesos científicos de sobra probados. Los caciques de la humanidad
temen que sea cuestionada su forma de vida por las corrientes defensoras de la
vida. Ya sea la vida de la tierra o la de las mujeres.
Los cavernícolas de hoy siguen
defendiendo sus guaridas al igual que lo hicieron en el principio de los
tiempos. Todo sigue igual, los mismos reyes, similares caciques, brujos,
chamanes y sacerdotes. Dioses de verdad (el dinero y el poder) y de mentira
(los instalados en el más allá) siguen condicionando la vida de las personas,
sobre todo de las femeninas que continúan siendo escandalosamente maltratadas
por su condición de mujeres.
En la sociedad actual encontramos a
los mismos personajes y con idénticos comportamientos. Niegan la violencia del
hombre sobre la mujer aun cuando las mujeres - por el hecho de ser mujer- sean
las que sufren la violencia de forma inaceptable.
Para defender el “maltrato” judicial
que dicen que padecen los varones, se agarran a un ridículo 0.18% de denuncias
falsas.
En estos días se está llevando a cabo
la conferencia sobre el cambio climático y los reaccionarios atribuyen a
influencias de una izquierda radical la puesta en escena del problema que
afecta a la propia subsistencia de la humanidad.
La caterva de bestias sigue negando
la violencia machista y la emergencia climática. Les importa un bledo la vida,
solo están interesados en su propio interés. Son negadores de cualquier asunto
que les impida enriquecerse rápidamente y de la forma más obscena aunque sea a
costa de la vida de las mujeres y del futuro.
Sudan copiosamente cuando una mujer
en silla de ruedas les pide que la miren a los ojos. No pueden hacerlo, su
cobarde comportamiento les delata.
Valientes de pandereta y banderita,
machotes impostados que se han acercado al abrevadero del Estado escondiendo
con grandilocuentes palabras una escalofriante y malvada ignorancia aderezada
de peligroso e irracional fanatismo.
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