Después de 40 años de travesía
por uno de los periodos más amargos de historia de España, el día 15 de Junio
de 1977 los españoles tuvieron una cita con las urnas para elegir a los
miembros de las cámaras legislativas.
La situación tras la muerte del
usurpador rebelde no era nada halagüeña, el dictador dejaba como herencia un
país atrasado, empobrecido, inculto y anacrónico en el contexto europeo.
Sin tener cifras oficiales - porque
eran convenientemente opacas - se calcula que la tasa de paro sobrepasaba
holgadamente el 30%, el índice de inflación superaba el 20%, la exclusión
social y la pobreza se intentaban paliar con una fuerte emigración a Francia y
Alemania. Todavía podemos recordar las campañas de la vendimia francesa en las
que la mano de obra barata eran campesinos españoles hacinados en barracones a
pie de viña.
Con ese panorama concurrieron a
las elecciones más de 500 formaciones políticas. La realidad era que se presentaban
unas pocas con opciones, media docena de ámbito estatal y algunas nacionalistas
con posibilidades. El panorama quedaba considerablemente reducido.
Entre los concurrentes se encontraban
los jerarcas oficiales del Régimen que se inclinaban a permanecer fieles al
“atado y bien atado” que había dejado el dictador. También se presentaban aquellos
que durante 40 años habían querido mantener viva la llama de la democracia
desde la clandestinidad.
Entre los primeros, las
corrientes también estaban claramente establecidas: continuistas y
aperturistas.
Por otra parte los opositores clandestinos
a los designios del General comenzaban a percibir que las condiciones
socio-políticas y el panorama europeo
podían empezar a cambiar el paisaje.
Los continuistas abogaban por un
franquismo sin Franco, un
nacionalcatolicismo a ultranza que defendieran los valores de Una España
Grande, Libre y católica ¡Por supuesto! Así se presentó Blas Piñar diciendo que
la democracia no se come ni llena la cesta de la compra.
En idéntico ámbito y con marcada coincidencia
de pensamiento, los siete magníficos - ex
ministros de gobiernos de la dictadura - se disfrazaron de demócratas de toda
la vida bajo el liderazgo de Manuel Fraga y crearon Alianza Popular.
Fraga era partidario de hacer una
apertura controlada, no abrir las puertas a todas las iniciativas y no a
cualquier precio. La calle no iba a dejar de ser suya o eso intentaba.
En el mismo espectro ideológico
se encontraban los últimos cachorros del Régimen bajo la tutela de Adolfo
Suarez, curiosamente postrero Secretario
General del Movimiento.
Este grupo articulado en UCD
diseñó una operación para “transitar” desde el franquismo a una parodia de
libertades sin rupturas. Para ello lograron convencer al Jefe del Estado
designado por Franco - El rey Juan Carlos - de la necesidad de transformar el franquismo si quería
mantener pacíficamente la corona y de paso acercar España a Europa.
A partir de esa cita electoral
del 15 de junio de 1977 los hechos se han encargado de escribir los renglones
de la historia.
La victoria de Adolfo Suarez tuvo
como colofón la Carta Magna de diciembre de 1978, “la modélica Transición española”
comenzaba su andadura con el beneplácito mayoritario de los partidos de la
oposición al franquismo que fueron admitidos al banquete siempre que consintieran
en pasar página sin grandes escándalos.
Y consintieron, probablemente
bajo amenazas de involución. El caso es que la izquierda expulsada
violentamente del poder y de España cuarenta años antes, volvió a sentarse en
las instituciones firmando condiciones de rendición que hoy perduran.
Las componendas del 78 dieron
legitimidad a los deseos de Franco y así consagró la Monarquía como forma de Jefatura
de Estado, se blindaron los privilegios de la Iglesia Católica y la Ley de Amnistía
(mejor llamarla de punto final) dejó en el limbo los crímenes del
franquismo.
Podíamos seguir enumerando las
numerosas vergüenzas que fueron enterradas con paladas de infamia. Fortunas
amasadas con el trabajo de presos políticos esclavizados y ¿Hoy?
Lamentablemente seguimos igual,
el día 13 de junio, durante su intervención en la moción de censura al Presidente
Rajoy, la portavoz de Podemos hizo una extensa exposición de casos y motivos
por los que el Partido Popular, la continuación de Alianza Popular de Fraga, el
de la apertura pero no mucha, debería dejar el Gobierno y disolverse, o bien
ser judicialmente disuelto en su condición de Organización para delinquir.
El resultado de la moción ha
estado muy lejos de esta posibilidad, los portavoces de los diferentes partidos
han argumentado que el candidato no tenía programa de gobierno y que las
mociones en España son constructivas. Por ese motivo votan a favor de Rajoy, o
sea de un estado de corrupción sistémica, o votan en contra de la moción
absteniéndose, o sea a favor de un estado de corrupción sistémica.
No importa que los representantes
de la soberanía nacional reprueben al
Ministro de Justicia y al Fiscal General del Estado. Siguen en sus puestos, o
sea un estado de corrupción sistémica.
Tampoco le perturba al Ministro de Hacienda que el Tribunal Constitucional tumbe el Decreto Ley de Amnistía Fiscal tachándole de improcedente,
arbitrario e injusto. O sea corrupción sistémica.
Para contrarrestar la repercusión
que pudiera tener sobre la opinión pública ver al Presidente del Gobierno ante
los casos de saqueo protagonizados por destacados dirigentes de su partido, se
acuñó la frase “prefiero un corrupto que un comunista en el Gobierno”.
De esta forma, a través de miedos
atávicos, consiguen la fidelidad de unos
millones de votos que les permiten seguir a lo suyo, o sea mantener un Estado
de corrupción sistémica.
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