Siete
años después de comenzar el juez Garzón la instrucción de un caso que acabaría
denominándose “Gürtel”, (Correa en alemán) estamos empezando a asistir al macro
juicio que buscará determinar las responsabilidades de los implicados. Para
analizar algo tan complejo vamos a ir por partes.
Los
“Delitos”.
Se llenarían
páginas para enumerar uno a uno los delitos que se imputan a los acusados.
Pongan ustedes la lista de delitos contra la propiedad del Código Penal, añadan
los delitos que el mismo Código contempla como cometidos por servidor público,
condimenten con los actos contra las administraciones, sazonen con una pizca
(más bien unas toneladas) de desfachatez y tendrán la ristra de tropelías que
los acusados tienen sobre sus cabezas.
Los
“Acusados”.
Sólo
hay que revisar la lista de invitados a la boda de “La tercera Infanta” y
encontraremos a todos. Eso sí, habrá que añadir a algún que otro tonto del haba que pasaba
cerca. Se me ha escapado lo de tonto del haba, quería decir listo que se hace
el tonto.
Los
“Tribunales de Justicia”.
Los aparatos
de la Justicia como siempre: ¡Bien
gracias!
La
Justicia es lenta, sectaria, discriminatoria, pusilánime e injusta, ¿Por qué todos estos adjetivos calificativos?
Pues
de atrás adelante diremos que es injusta en su génesis, desde el inicio,
simplemente por su lentitud. Una justicia tardía no es tal justicia, será otra
cosa, pero difícilmente alcanzará la primigenia función para la que ha sido
concebida: Restituir el mal ocasionado.
Es
pusilánime por no haberse atrevido durante el recorrido del caso a tomar
medidas contundentes que llevaran a los ciudadanos a pensar que efectivamente
vivían en un Estado de derecho con separación de poderes. Desde el inicio de la
causa hemos tenido la sensación de estar asistiendo a una parodia. Registros tardíos,
destrucción de pruebas, fiscales domesticados,… muchos factores que invitan a pensar que nada
garantiza que el desarrollo del proceso sea limpio y ejemplar.
Discriminatoria
es un adjetivo amable, caben algunos más duros y que definirían mejor la
calidad de la neutralidad de la justicia
en este doliente país. Podríamos haber dicho que es: Segregacionista, antojadiza, improcedente y arbitraria. El
juez Baltasar Garzón y su sucesor el juez Pedreira tienen adecuadas explicaciones
a todas y cada una de las calificaciones otorgadas. Uno – Garzón – por haberlas
sufrido en sus carnes, el otro – Pedreira – por haber tenido que salvar una
interminable carrera de obstáculos.
Y
por supuesto es extraordinariamente sectaria y cobarde, no se ha atrevido a
llegar hasta el final en lo que a medidas cautelares se refiere y tan solo las
ha adoptado con las partes más débiles del proceso. Es decir con las partes que
no representaban una carga de profundidad contra la línea de flotación del llamado
régimen del 78. Había que preservar a
determinadas personas e instituciones a salvo de toda sospecha, aunque los
indicios apuntaran directamente al corazón de un sistema corrupto “per se”.
Oyendo
a uno de los portavoces (Joaquim Bosch)
de Jueces para la Democracia el desánimo que nos puede invadir es proporcional
a la falta de valor de los magistrados. Decía su señoría que en
el caso hipotético de ser condenado el Partido Popular, la pena a imponer
deberá ser devolver la cantidad percibida de forma irregular: blandito,
blandito. La pena debería ser proporcional al daño ocasionado, es decir: al
igual que a un deportista dopado romper las reglas de la práctica deportiva le supone
ser incapacitado para competir; a un partido político dopado le debería inhabilitar como formación política. Tendría que acarrear la disolución del partido (expulsión de las citas electorales) y que
nazca de nuevo, con nuevos dirigentes, nuevas propuestas, nuevos estatutos y
entonces se podría creer mínimamente en el sistema.
Recordemos
que han sido expulsados de la carrera política (aplicando una ley de partidos más
que cuestionable) formaciones que tenían
como delito estar contaminadas por no declarar su repulsa expresa del
terrorismo (una mera formalidad) o por albergar entre sus miembros a personas
de marcada tendencia aberztale, personas sin delitos o amortizados con el
cumplimiento de la condena.
¿Qué
hacer con una formación embarrancada en el doping político? Fácil: expulsarla
del sistema democrático. No lo veremos, pero que no pase no quiere decir que no
sea lo justo y necesario tal y como
suelen orar la mayoría de ministros del OPUS DEI que casualmente representan a
una gran parte del Gobierno disfuncional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario