¡Cómo
pasa el tiempo! Parece que fue ayer y ya han pasado cinco años desde la
expresión de disconformidad con el estatus establecido que representó el 15M
tomando las plazas y las calles. El mundo se quedó sorprendido ante la
explosión de dignidad que atacó al pueblo español.
A lo
largo de nuestra doliente historia nunca hemos sido ejemplo de sociedad
beligerante con las injusticias, mansamente hemos asumido que el que manda,
manda, aunque lo haga mal. Durante siglos hemos asistido como espectadores a
los cambalaches que decidían nuestras vidas y siempre sin levantar la voz.
Cuando
España era un Imperio los españoles eran unos famélicos andrajosos, analfabetos
e incultos al servicio de los intereses de una familia de austriacos primero y
de gabachos después. Mientras los paletos hispánicos morían de hambre, los
acomplejados terratenientes ibéricos adulaban a sus dueños centroeuropeos y
franceses para comer del pesebre de la
gloria.
Nunca
hemos tenido dignidad, ni mucha ni poca, socialmente hemos sido irresponsables
e inadaptados, lo que le pasaba al vecino era un problema del vecino, nosotros
a lo nuestro…” dame pan y llámame tonto”. Nuestra resistencia solo se ha puesto
de manifiesto ante el cambio de amo; debíamos pensar que… “vale más látigo
conocido que látigo por conocer” y así nos ha ido. Somos capaces de tomar las
calles para mostrar nuestra repulsa ante el descenso de categoría del club de
futbol y nos quedamos inermes ante el cierre de una multinacional que provoca
miles de despidos. Debe de ser la genética. Dejamos que los dictadores mueran
en la cama y adoramos a su descendencia. Admitimos su testamento como mal menor
pues somos incapaces de buscar un bien mayor.
Soportamos
la ignominia de los poderosos porque carecemos de capacidad de repulsa.
Como
decía, el 15M sorprendió al mundo civilizado por ser una actuación inesperada,
el pensamiento generalizado era que exigir respeto estaba fuera de los
parámetros de comportamiento del español medio.
La
explosión pilló a todos tan desprevenidos que las reacciones fueron
sorprendentes por inesperadas. Después del choque emocional las oficinas de marketing encargadas de
ponderar la imagen de sus patrocinados políticos aconsejaron dar un paso
adelante, entonces empezaron a cuestionar el sistema político-económico que
había llevado al conjunto social hasta el caos que se vivía y aún se vive. El
15 de mayo la presión de la población, al límite del hartazgo, obligó a realizar afirmaciones apagafuegos:
-
Debemos refundar el capitalismo.
-
Los servicios sociales deben de ser protegidos.
-
Algo hemos hecho mal cuando hemos llegado a esta
situación.
Son una
muestra de algunas declaraciones de los Aguirre, Rajoy, Rato, Rubalcaba, Camps,
Zapatero,… y tantos y tantos otros.
Las
buenas intenciones acabaron pronto, rápidamente la culpa se repartió entre
todos, habíamos vivido por encima de nuestra posibilidades, éramos unos
derrochadores, vagos, improductivos e irresponsables que habíamos conducido al
conjunto social a una catastrófica situación.
Los
protestones eran unos perro flautas anti sistema que lo que deberían hacer era
someterse al dictamen de las urnas. Según los caciques los procedimientos
legales otorgaban cauces y caminos para reivindicar los cambios que propugnaban.
Todo desde la sacro santa Constitución.
Hoy,
cinco años después, los marginales se han organizado e intentan tomar el poder
para eliminar el hedor que de él emana, se han institucionalizado y admitido
las normas que les han dictado, han asumido la vía legal para dar un vuelco a
la situación.
En
los inicios fueron considerados una extravagante anécdota sin gran recorrido.
Las elecciones al Parlamento Europeo fueron la primera señal que debería haber
alertado a los instaurados. Las Autonómicas y la toma de municipios relevantes hicieron saltar las
alarmas. Los resultados de las Elecciones
Generales del 20 de diciembre plasmaron la cruda realidad: España está
harta.
La
prorroga que disfruta el “Señor de los Hilillos” además de injusta e
improductiva ha sido innecesaria. Estamos en el punto de salida. Se avecina una
cita electoral de vital importancia, capaz de producir un vuelco radical al
panorama político.
El
PSOE puede verse obligado a firmar el finiquito ante el ERE electoral al que va
a ser sometido, el PP va a ser empujado a convertirse en un partido moderno
alejado de la curia eclesiástica y la banca atosigadora y los emergentes están forzados
a dar respuesta a los problemas sociales más allá de una curiosa exposición de
intenciones.
El
26 de junio se debería llegar al final del partido, aunque si antes de
depositar el voto vuelve a haber millones de compatriotas que para disimular el
mal olor se ponen en la nariz gotitas de azahar, quizás continúe el empate y
prorroguemos la permanencia de un inútil al frente de un Gobierno disfuncional.
Mariano
Rajoy dice que el PP es la única opción seria, a millones de votantes cada vez
que le oyen decirlo les da un ataque de risa.
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