El
pasado 20 de Diciembre el pueblo español fue llamado a las urnas para decidir
la nueva conformación del Parlamento. Tras los resultados se dieron los pasos
protocolarios legalmente establecidos y con ellos tuvo lugar el pistoletazo de
apertura de la nueva andadura legislativa. Se recogieron las actas de diputado
y senador, se configuraron las mesas, se nombraron presidentes y vocales y se
puso en marcha la representación democrática de los ciudadanos.
Nada
anómalo hasta este punto. Establecida la composición del Poder Legislativo,
este va a tener que convivir durante un tiempo con un Poder Ejecutivo en
funciones.
Los periodos de los Gobiernos en funciones arrancan desde la
disolución de la Cámara hasta la formación de un nuevo Gabinete. Durante esta
fase, como no puede ser de otra forma, el Gobierno tiene sus capacidades
restringidas, hay determinadas iniciativas que no es lícito que lleve a cabo pues podría con ellas lastrar la
actuación del Ejecutivo que dimane de la nueva configuración del Parlamento.
Por
otra parte, para que la normalidad institucional no se vea alterada y siga existiendo un control del Poder Legislativo sobre el Ejecutivo en
funciones, desde la disolución de las Cámaras se nombran las Comisiones
Permanentes cuya exclusiva finalidad es velar por la armonización
Constitucional. Al contrario de lo que algunos creen, no se articulan para servir
de refugio de aforamiento mediante el cual eludir y dificultar la actuación de
los tribunales (Gómez de la Serna o Rita Barberá, son algunos ejemplos de este
perverso uso).
Estos
Órganos se configuran en base a la proporcionalidad de las cámaras disueltas.
Como decíamos nada fuera de lo normal.
El
dilema nace cuando - una vez formada la nueva Cámara - desaparece la
operatividad de las Permanentes siendo el nuevo Congreso el encargado de ejercer
las labores que le son atribuidas en nuestro sistema parlamentario. Entre ellas
las de ejercer como Órgano supervisor de
las decisiones del Gobierno.
Este
Gobierno no parece tener mucha apetencia
de ser controlado acostumbrado a ejercer un poder omnímodo. Apoyado en su mayoría absoluta, encontrarse
de repente con una representación que le impide campar a sus anchas le resulta
inaceptable. No tiene ninguna gana de rendir cuentas ni de pasar por el
engorroso trámite de responder a las preguntas que pudieran hacer los
representantes de la soberanía popular.
Los
miembros del Gabinete se escudan en su propia situación de interinidad con el
fin de justificar su negativa a acudir
al Congreso para dar las preceptivas explicaciones acerca de las actuaciones,
compromisos, negociaciones o meteduras
de pata que van jalonando el devenir de los componentes del Gobierno.
Es
decir, coloca al Congreso de los Diputados en situación de insolvencia
funcional. Para el Gobierno de Rajoy el Parlamento no tiene cometido en la
actualidad, o por lo menos le niega una de sus principales labores: la de
controlar al Poder Ejecutivo. Rajoy está jugando una prorroga con las
atribuciones presidenciales limitadas, por ello pretende extender esta
situación de restricción a un Parlamento
que está obligado a ejercer la labor de vigilancia sobre sus acciones.
Los
partidos políticos que ocupan en la actualidad los escaños entienden que el
Gobierno ha entrado en una peligrosa deriva al no acudir los Ministros cuando
son citados a comparecer. Los nuevos representantes de los españoles opinan que
su misión Constitucional de control sobre el Gobierno tiene en estos momentos
tanta o más vigencia que en cualquier otro. Para deshacer el entuerto tendrán
que pasar previamente por el Tribunal Constitucional.
El
Alto Tribunal dictará una resolución cuando le venga bien y para
entonces ya habrá pasado tiempo suficiente de anormalidad institucional.
La
sentencia del Constitucional no tiene muchas alternativas, o el Gobierno en
precario debe someterse a control parlamentario o no debe hacerlo.
Si
se debe someter y se niega a hacerlo durante un tiempo ¿Qué consecuencias
acarreará? ¿Será inhabilitado a perpetuidad un Gobierno en rebeldía?
La
otra opción posible sería la de otorgar al Gobierno manga ancha y exculparlo de
la obligatoriedad de dar explicaciones. En este caso la demora representaría
una nueva vergüenza (una más) para el sistema. Conocemos de sus imperfecciones
pero mantener unas cámaras durante varios meses sin cometido alguno es un lujo que este país no
se puede permitir. O sea, para entendernos: Si no sirve para nada y es
innecesario ¿Para qué lo mantenemos?
Y en
esas estamos. En la demostración palpable del nulo respeto que al Gobierno en
Disfunciones le merece la voluntad de
los españoles. No son muy diligentes y parece que demócratas tampoco.
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