La
historia conocida de la humanidad está llena de sucesos tan lamentables que
resulta complicado atribuir al género humano un ápice de compasión. Desde los
albores de nuestra miserable presencia en el planeta la vileza de proceder ha marcado
nuestras relaciones con la naturaleza, incluidos el resto de los congéneres.
El
hombre, como gran depredador, mata para subsistir. Eso en sí no sería más
reprobable que las múltiples muertes que provoca la propia vida.
El
vector diferenciador con el resto de los depredadores radica en el hecho de que
mientras para los demás la necesidad marca el comportamiento violento - no
puede un león abstenerse de cazar ya que su existencia depende de ello, para continuar con su vida necesita cobrarse
otra - para el cazador humano no.
El
hombre usa la violencia para poseer. Es el ansia de posesión lo que mueve la
actuación de este gran devastador de su entorno. Ambición por el ansia de
acaparar, no tiene ninguna importancia que al lado alguien necesite parte de lo
que nosotros guardamos y escasamente utilizamos. Aun cuando se dilapide y
estropee preferimos el amontonamiento que tener que proceder al reparto
equitativo.
Los
más fuertes han ido modificando sus estrategias para mantener su status quo,
comenzaron obligando a los débiles a trabajar para ellos y lo hicieron a base
de palos. Cuando encontraron resistencia a sus aspiraciones inventaron las
masas armadas a su servicio, se inventaron los ejércitos, no para la defensa
del peligro exterior, en primer lugar protegían a los dueños del territorio de
la presión de los parias que aspiraban a entrar en la despensa.
Naturalmente
también defendían la propiedad de sus amos de la codicia de los amos
colindantes, sin embargo esto último era secundario. Si había paridad de
fuerzas el respeto a los límites estaba fuertemente asumido y cuando el
desequilibrio era notable el débil ofrecía vasallaje al fuerte con tal de
conservar su predio. Tan solo tenía que ahogar un poco más a sus propios subyugados.
La
muerte, el sufrimiento, la esclavitud, la tortura en cualquiera de sus formas
fueron, son y serán la fórmula habitual con una salvedad, en el momento en el
que la muerte se convirtió en una liberación quedó desarticulada la mayor de
las amenazas, dejó de tener poder de control sobre las voluntades y se necesitó
dotar a la vida de una trascendencia superior que estuviera fuera de los
márgenes marcados por la muerte. Las religiones cumplieron a la perfección ese
papel. Si eras díscolo te esperaba una eternidad de sufrimientos.
Eso
sí que era definitivo, la ignorancia del ser humano, sus temores a lo
incomprendido y su aspiración de trascender más allá de su propia existencia
otorgó a los poderosos un arma de largo alcance. La sumisión estaba asegurada:
en la vida terrenal los palos, en el mundo imaginado los fuegos eternos.
Y
así vamos escribiendo la historia a base de violencia aderezada con ignorante superstición
obtenemos la sumisión precisa para continuar una mísera existencia con la que
glorificar a reyes, papas, nobles y obispos.
Tras
un genocidio masivo de inmediato nos obsequiamos con otro para que continúe
girando la rueda. Sin guerras las fábricas de armas entrarían en pérdidas
insalvables, sin vidas de miseria no
tendrían sentido las ONG eclesiásticas, sin fronteras para las personas los
sátrapas serían disueltos como azucarillos porque sus fechorías serían vacuas y
no pondrían en peligro la estabilidad de
sus vecinos.
En
estos tiempos los amos siguen acumulando posesiones en tanto el resto luchan
por los despojos. El mundo afortunado (Europa) aleja el mal olor que llega a
sus fronteras a lomos de los cientos de miles de desgraciados huidos de sus hogares.
A
esos territorios hemos llevado la desoladora civilización moderna para
sometimiento de los habitantes al poder del dinero. Los patrones son
insaciables y acercan sus codiciosas manos allí donde pueden sacar tajada sin
otro objetivo que tener y tener sin importar para nada a costa de qué ni de
quién.
Inoculan
el miedo al diferente para conservar la sumisión a través del pánico. Se producen
actos de guerra terrorista en las calles del llamado mundo civilizado, las
reacciones de repulsa ante estos casos son directamente proporcionales a la
indiferencia que se muestra ante las desgracias en los lejanos países que
sustentan a los asesinos. No se quiere acoger a desgraciados que huyen aunque
se sea cómplice indirecto de los que
provocan su huida.
Se
mantienen y financian regímenes de hijos de puta porque comen, cenan y bailan
con nuestros propios hijos de puta. Convertimos en amigos a reyezuelos de
Arabia Saudí porque con una mano mantienen el bastión de las multinacionales y
con la otra financian y entrenan a los
que a su vez nos golpean. Mantienen su condición de necesario aliado utilizando
como táctica auspiciar los actos que nos
atormentan y paralizan.
Mientras
tanto todos nosotros cerramos los ojos y nos tapamos la nariz para no ver ni
oler a los muertos que se amontonan en nuestra puerta y seguimos manteniendo a
nuestros amos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario