El
pasado 8 de marzo se celebró el día internacional de la mujer y, francamente,
no sé muy bien por qué demonios se celebra un asesinato en masa. Lo que se debe hacer es recordar la lucha iniciada en
un día tan luctuoso. Para celebrar hay pocos, muy pocos motivos, un porrón de
años después de las primeras reivindicaciones femeninas la situación ha
cambiado tan nimiamente que dudo mucho que las mujeres se sientan satisfechas
como para lanzar gritos de júbilo y celebrar nada.
Su
condición continua siendo de florero, los órganos de decisión están
mayoritariamente en manos de hombres, ahora bien, el peso de lo cotidiano sigue
siendo soportado por ellas. Sus trabajos y opiniones están infravalorados, se
las juzga por reclamar ser visibles, por demandar la propiedad de sus cuerpos y
además, incluso se pretende obligarlas a ser sumisas e intrascendentes.
En
gran parte del planeta la mujer sigue siendo un objeto de trueque e intercambio
o es usada tal que un animal de trabajo. En innumerables casos resulta ser una forma
de pago, de tratos y alianzas entre los dueños. Su valor no reside en ellas
sino en su amo varón que negocia con sus vidas como podría hacerlo con la carne
de una vaca.
Visto
lo visto existen escasas razones para celebrar, entonces ¿Conmemoramos? La
pregunta es ¿Qué? ¿La constatación de un fracaso?
Porque
eso supone para las mujeres los logros alcanzados, migajas de miseria en una
vida diseñada para los hombres. Desde los organismos de poder (manipulados por
los hombres) se ha parido el Día Internacional de la Mujer para felicitarla y
agasajarla. La hipocresía no tiene límites: Felicidades en tu día mujer,
recuerda que ocupas un escalón a años luz de la dignidad masculina y tu lucha
es cada vez más dura y difícil, ya nos encargamos nosotros de ello. A partir de
este momento un día que nació como una reivindicación necesaria hemos
conseguido convertirlo en una verbena.
Con
este panorama encontramos mujeres “amachizadas” por el sistema que tratan a sus compañeras de viaje peor que
los hombres, las llamo “amachizadas” porque me produce un enorme desprecio las
actitudes de féminas acomodadas en su papel de triunfadora social y el desdén
que muestran hacia el resto de mujeres.
En
este contexto hallamos comportamientos como el de la Presidenta del Círculo de
Empresarios que se descuelga diciendo “prefiero contratar a una mujer de más de
45 años o menos de 25 para evitar el problema de que se quede embarazada” Mónica
Oriol dixit. Esto en el mundo laboral, en el jurídico los ejemplos son más
sangrantes si cabe.
Hemos
tenido noticias de la pregunta que una jueza espeta a una mujer denunciante de
una violación, la magistrada en su papel de comisario de la Inquisición le
pregunta a la victima si opuso resistencia, si cerró las piernas con fuerza
suficiente, si mantuvo los muslos apretados para que el asaltante no pudiera
acceder a su jardín.
A su
señoría femenina no le bastaba con juzgar una violación, quería juzgar un
martirologio: Querida niña ¿has luchado para preservar tu virtud?
La
respuesta es un leve balbuceo imagino que producto de la consternación. Un sí
temeroso, incrédulo, lleno de estupor. Es fácil entender el trago de la
violada, el suceso no había acabado con el asalto del atacante, continuaba en
el tribunal con la humillación a la que era sometida por parte de la jueza.
Siento
escalofríos al pensar la lista de posibilidades si la respuesta de la mujer
hubiera sido NO; no señoría, no opuse resistencia física, tenía miedo, estaba
paralizada, aterrada, no me atrevía a llevar la contraria al cafre que me
estaba separando los muslos y baboseaba en mi cara únicamente lloraba y decía: No por favor ¡NO!
Espero
que la sentencia no hubiera sido exculpatoria para el violador por escasez de
oposición aunque de alguien capaz de articular semejante pregunta en un caso de
violencia tan grave se puede esperar cualquier cosa.
Este
suceso viene a corroborar el funcionamiento de la justicia en este miserable
país, recuerda mucho al juez que impone pena de prisión a un chorizo de poca
monta por el hurto de un coche, al acercarse el abogado de oficio que defendía
al delincuente para mostrar su disconformidad con la severidad de la sentencia
- en comparación con otras dictadas por el mismo juez - el magistrado le
argumenta: Es que esta vez el coche era el mío.
¿Hubiera
hecho la jueza la misma pregunta si la atacada hubiera sido su hija?
No
hay más preguntas señoría.
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