De
aquellos barros vienen estos lodos. La modélica transición no parece que fuera
tan modélica. Juan Carlos I “El Campechano” desplazó de la Jefatura del
Gobierno a Carlos Arias, para encomendar la misión de pilotar el obligado
cambio político a un desconocido Adolfo Suarez.
Las
actuaciones posteriores de ambos actores de la tragedia nacional se ajustaron
milimétricamente al papel que les habían encomendado. Ambos provenían del más
rancio franquismo. Uno, El Monarca, debía su corona al dedo benefactor del
sátrapa. El otro, el Duque, llegaba avalado por su experiencia como factótum de
la ideología opresora habiendo desempeñado el papel de Torquemada en la
Secretaría General del Movimiento. El cargo de Adolfo Suarez implicaba defender,
mantener y fomentar los principios por los que el régimen pretendía regirse
para alcanzar un ápice de legitimidad.
La
propaganda oficial de los medios de comunicación ha concedido a estos dos
“prohombres” la condición de valientes demócratas. Valiente ironía. Ninguno de
los dos, si hubiera tenido la mínima posibilidad, habría derogado los
Principios del Glorioso Movimiento Nacional y buscado una apertura
Constitucional. Todo estaba atado y bien atado dijo el Opresor.
“El
Campechano” atisbó en el horizonte, probablemente forzado por sus sponsors, la
solución a los peligros que acechaban a la inminente restauración monárquica.
Rodeado de países con sistemas democráticos de gobierno y aspirando a la
longevidad de la dinastía era arriesgado no dar pasos en la dirección marcada por
los amos. Sí, Él también tiene amos. Los mismos que han hecho de su persona una
de las fortunas del planeta.
En
cuanto a Suarez, cumplió con exactitud los mandatos que le transmitieron. Una
Constitución flácida, farragosa, difícil de modificar si lo que queremos es no modificarla,
fácil de prostituir si queremos saltarla y en la que parezca que caben todos,
aunque la mayoría quede fuera. La ignorancia, el miedo y el chantaje, cuando no
el soborno, harán el resto.
Con
estos antecedentes lo normal, lo absolutamente normal, es que tengan lugar
sucesos como el público y oficial homenaje a los voluntarios de la División
Azul.
Si
los familiares desean homenajear y recordar a sus muertos, están en su perfecto
derecho. Incluso en reunirse para realizarlo de forma y manera comunitaria. Por
supuesto que entre los actos caben los religiosos, los íntimos, los públicos,
los sinceros o los impostados. Lo que no tiene cabida es la participación de
representantes institucionales en actos de reconocimiento a un simulacro de
unidad del ejército español compuesta por una amalgama de fascistas,
desesperados, proscritos por el franquismo, buscadores de fortuna, o
simplemente personas que en 1941 sólo podían esperar una muerte lenta en
España, hambre para su familia y en el mejor de los casos cárcel o
fusilamiento.
La
ley de la Memoria Histórica del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, nació
con todas las taras de un nonato deforme.
La reacción de la derechona españolista fue desproporcionada e injusta.
Desde
el final de la Contienda Civil el usurpador rebelde al poder legítimo
constituido repartió prebendas y honores
entre sus seguidores. Los muertos descansan en cementerios, los mutilados
obtuvieron ayudas y reconocimiento y los descendientes de los vencedores
contemplaron la vida desde atalayas en las que se vivían tiempos de extraordinaria
placidez.
Como
decía, el gobierno de Zapatero hizo un melifluo intento de cerrar una de las
muchas heridas que dejó abierta la “Modélica Transición”. ¿Cómo lo hizo? Pues
conociendo al personaje nos lo podemos imaginar: Igual que hizo todo; a medias.
Reconoció
la necesidad pero no la dotó de medios. Dejó a expensas de los descendientes de
los represaliados la tarea de búsqueda y exhumación de los restos de sus seres
perdidos. Mientras tanto la bancada del PP gritaba y gritaba hablando de
guerracivilismo y de la apertura de viejas heridas.
Ya
sabíamos cual era su postura, quedó confirmada cuando alcanzaron el gobierno.
Si con el PSOE en el poder las cosas no habían avanzado, con los herederos de
Fraga y los familiares de Utrera Molina las cosas han empeorado. Ni los
tribunales internacionales, proclives a un explicito reconocimiento de condena
del franquismo, han conseguido tocar la fibra sensible de los patriotas de
pulsera rojigualda y cuentas en Suiza. En cambio vemos como el cónsul español
en SanPetersburgo (Leningrado) homenajea a los soldados del ejército alemán
caídos en la batalla de Krasny Bor y al
tiempo reconoce los méritos de unos españoles que cayeron en el frente ruso
defendiendo al III Reich después de jurar lealtad y obediencia a Adolf Hitler. Muy
instructivo, cada cual se plasma como mejor cree, el cónsul ha quedado
nítidamente retratado.
Como
decía al principio “De aquellos barros vienen estos lodos”, si la Transición hubiese
sido menos modélica y más justa, se habrían reparado las maldades cometidas por
el rebelde y con ello no existiría una Fundación Francisco Franco, ni se
cantarían las gestas de un genocida, ni tendríamos que soportar que
públicamente se ensalcen comportamientos de personas con un extenso currículo
de crímenes contra la humanidad.
¿Existe
algún responsable, miembro, afiliado, votante o simplemente simpatizante del PP
que se imagine una Fundación Adolf Hitler en Alemania y a Ángela Merkel participando y promoviendo homenajes a un
alemán de pro como Adolf? Pues eso.
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