El triunfo de la moción de
censura ha configurado un nuevo escenario en el panorama político. Las
consecuencias que acarreará la nueva situación están por ver, pero lo que
podemos ir constatando es la encarnizada lucha desatada por hacerse con la
herencia del “indolente” que habitaba la Moncloa.
Mariano ha dejado la actividad
política tal y como llegó: por imposición de agentes ajenos a su voluntad y
siendo sobrevalorado en sus capacidades.
La tónica habitual de su
comportamiento fue la holganza disimulada bajo un mantra de reflexiva
prudencia. Así sobrevivió a memorables meteduras de pata, a ataques justificados
por sus torpezas, e incluso a descalabros electorales de proporciones
insólitas.
Nada de eso logró hacer mella en
su acomodado espíritu de niño-bien destinado a vivir entre las élites sociales.
La sorpresa que le produjo tener
que dejar la Presidencia le llevó a esconderse
durante la sesión vespertina que acabaría con su Gobierno, en el transcurso de los debates
fue sustituido por un bolso.
Rajoy tenía que haber realizado
dos postreras misiones una vez consumada su destitución como Presidente: la
primera era suturar las heridas provocadas por la pérdida del poder.
La segunda consistía en organizar
al Partido Popular con el propósito de evitar
una cruenta lucha interna que despellejara a los populares.
La batalla que finalmente se ha
producido solo beneficiará a Ciudadanos que a la sazón es la opción ultra
liberal auspiciada por las estirpes de rancio abolengo con José María Aznar a
la cabeza.
Tanto Aznar como Rajoy nos han mostrado
con diáfana exactitud la complejidad de sus personalidades: uno, José María,
sufrió un arrebato de celos cuando se dio cuenta de que el pelele que había
designado como sucesor se convirtió en un ser independiente de su dedo
señalador.
El otro, Mariano, escaló al nivel
máximo de ineptitud después de haber demostrado con creces haber alcanzado las
más altas cotas de incompetencia.
Su desfilar por múltiples cargos
y ministerios avala la teoría del empujón hacia arriba; la fórmula mágica
utilizada por las administraciones para librarse del pontevedrés cuando era
impuesto por alguno de sus múltiples mecenas.
El primer Presidente del
Ejecutivo desalojado de la Moncloa mediante una moción de censura no dejó
nombrado sucesor.
Se intenta vender como un merito
democrático de Mariano Rajoy. Cuántas dudas nos asaltan al respecto, más bien
parece que no tenía ninguna intención de dejar la poltrona a pesar de tener
bastante agotado el discurso. “Me veo con fuerzas” decía el ex presidente
desalojado.
Esa intención de aguantar fue la
que le equivocó y le dejó sin hacer testamento político. En la personalidad
política de un ser tan simple como Rajoy no tiene cabida la improvisación ni la
realización de un proceso con resultados imprevisibles.
Finalmente eso es lo que está
resultando ser la convocatoria de primarias para elegir a la nueva cúpula del
Partido Popular: una pugna de personalidades y enfrentamientos fraternales
entre entrañables enemigos irreconciliables dispuestos a morir matando.
La opción Pablo Casado ha venido
a mostrar las miserias de un partido corrompido por la ausencia de democracia
interna desde sus orígenes como Alianza Popular, su refundación en el Partido
Popular, su regeneración pos Aznar y sus sucesivos pasos por el taller para
arreglillos de chapa oxidada por los mangoneos y pintura podrida por la
corrupción.
En el ADN del PP no figura el gen
de la democracia al igual que está ausente en el espectro de la derecha
política española.
Es el precio que tienen que pagar por ser los
herederos naturales de un genocida sin ser capaces de renunciar, denunciar y
procesar al régimen del que emanaron.
La procedencia de su ideario les
empuja a justificar la inacción para resarcir a las victimas aludiendo a la
distancia temporal que nos separa del franquismo.
En un Estado que no fuera de
broma - como lo es el que nos ampara - y que fuera democrático de verdad las
familias de los represaliados ya tendrían a sus familiares con ellos para darles
digna sepultura lejos de su torturador.
La perversa ignorancia de un personaje
como Pablo Casado ha empezado a
quedar de manifiesto cuando las hordas
franquistas encabezadas por Luis Alfonso de Borbón - envueltas en banderas pre
constitucionales - acuden al Valle de los Caídos a lanzar loas a un asesino
reclamando la corona de España para el bisnieto de un genocida.
La “modélica” Transición nació
tarada con un tremendo defecto: El manto de impunidad con el que se cubrió los
crímenes del franquismo para proteger los privilegios y canonjías de sus
herederos.
Es completamente imposible que
los descendientes del partido de los “7 Magníficos” - con Manuel Fraga de faro
y guía - tengan un gesto de honradez
apoyando la restitución de los daños ocasionados con el levantamiento armado
y la represión posterior.
Si algún día se aplicara la
justicia en este país, los grandes y pequeños caciques verían desmoronarse sus
infamantes imperios surgidos de la sangre, del dolor y del expolio de las
víctimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario