Corría la primavera de 1976
cuando un escalofrío de libertad animaba
los ímpetus de los españoles tras la muerte del dictador. Por aquel entonces el
presidente del Gobierno era el lloricoso Arias Navarro.
Las reacciones ante las
peticiones de apertura democrática que se escuchaban por todos los rincones del
país eran acalladas o bien la represión - dirigida por el “aperturista” Fraga
desde su posición al frente del Ministerio de Gobernación - se encargaba de
disolverlas en un recipiente de falsas expectativas. La fórmula que encontró D.
Manuel fue la de ofrecer participación política en recompensa a la docilidad y apertura
a cambio de estabilidad.
Los primeros pasos corroboraron
el alto grado de incompetencia que adornaba a Carlos Arias Navarro, con este
panorama Adolfo Suarez fue nombrado primer tenor para la ejecución de la obra.
La opereta dio como resultado la
“Modélica Transición” de la cual surgieron los pactos y componendas del 78 que
devienen en el actual Estado y “estado” de las cosas.
Aquello que para los guardianes
del franquismo era legalmente imposible por no tener cabida en los Principios
Fundamentales del Movimiento acabó encajándose jurídicamente forjando las
posibles soluciones que llevaran a destrabar una situación que amenazaba con enquistarse
sin solución.
El 4 de Enero de 1977 se publicó La Ley para
la Reforma política.
La ley tuvo detractores desde la
filas del purismo ideológico del franquismo, pero se siguió avanzando en un
intento de aislar a los reaccionarios cerriles, asimilar a los reaccionarios
cerriles y manipular a los reaccionarios cerriles. La oposición de izquierdas y
nacionalistas fue convenientemente amedrentada con el taconeo de las botas de los
cuarteles.
Ni siquiera hizo falta el ruido
de sables. Esa opción la dejaron para más adelante por si la necesitaban, no
tardaron mucho en utilizar la amenaza golpista y de ahí surgió el capitulo 23
F, pero ese es otro cantar.
El Emérito y Suarez han sido sobradamente adulados como impulsores
de la Constitución y donantes de democracia. Sin entrar a valorar sus méritos o
errores hay una cosa que debemos de otorgar a Suarez: su capacidad para urdir
el enjuague legal que permitiera desarrollar el proyecto político con el
objetivo de desmontar los argumentos
discordes de los recalcitrantes nostálgicos.
A día de hoy encontramos un
presidente de gobierno incompetente que es incapaz de buscar fórmulas políticas
que permitan deshacer un nudo ejecutado con milimétrica precisión por
aspiraciones más o menos legítimas.
A la teoría “rajoniana” de
esperar a que escampe le ha brotado un chaparrón de problemas que difícilmente
va a poder resolver sin hacer nada.
Lamentablemente cuando Mariano
comience a moverse el grano será tan grande, tan purulento, que las soluciones
tendrán que ser quirúrgicas, nada de pañitos calientes ni de medias tintas,
para cuando el “registrador“ pretenda reaccionar únicamente le quedará aplicar
las medias coercitivas que le permite “su cacareada” legalidad.
Ahora bien, hay que ser muy
ingenuo para creer que el problema es producto de la vagancia bonachona del
“Señor de los Hilillos”, o tal vez del desconcierto provocado por el asalto de
los malvados catalanistas ¡No! Radicalmente ¡No!
Todo es producto de un perverso
plan bien preparado y primorosamente ejecutado por los palmeros del poder, de
ese poder en las sombras que estaba sintiendo como perdía espacio y peso con el
avance de los derechos civiles, con la redistribución de la riqueza, con los servicios sociales justos, con la
población desfavorecida sin necesidad de tener que arrodillarse ante el amo
para vivir con dignidad.
No se podía consentir semejante desfachatez
de “querer vivir como personas” y primero se urdió la crisis. Esta trajo paro,
inquietud económica, desigualdad y para
solucionar el problema Rajoy acudió a la ley laboral, al empleo basura, a los
embargos y por último a la pobreza.
Con este panorama era necesario
gestar un monstruo para despertar los bajos instintos de la población
carpetovetónica empobrecida y maltratada, un monstruo que desviara la atención,
que distrajera de tanto desmán delictivo.
Entre partidos de derechas
alimentaron un espectáculo maquinado para desviar la atención. Lamentablemente
a esas intrigas de la derecha catalana y española se unieron formaciones que teóricamente
defienden los derechos universales de los trabajadores.
Los gritos en el resto de la
nación no se han hecho esperar ¡Qué se
han creído esos catalanes! ¡Si no les gusta España que se vayan!
Y aparece la “Brunete mediática”
para hacer de vocero de las medidas que piensan en la entrada de la Legión por
la Ramblas arrasando con cualquiera que diga “escolta noi”.
La cobardía de los infames
sostenedores de un sistema corrompido en sus raíces nos ha traído a esta
situación sin retorno.
Ni Puigdemont va a rectificar ni
Rajoy tiene capacidad para modificar su postura, ninguno de los dos es dueño de
sus decisiones.
Tan solo nos queda asistir a las
detenciones, condenas, cárceles y represión.
Después llegaran los desfiles de glorificación y los lamentos de
capitulación. Se habrá perdido otra oportunidad para articular un país basando
la convivencia en el respeto hacia la
diversidad y no en la imposición de la fuerza.
Seguimos usando la cruz y la espada.
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