Si algún incauto pensaba que las aguas retornarían a mansas
tras las bazofias vertidas en sede parlamentaria, ya puede ir desechando la
idea.
Las intervenciones de los portavoces y líderes políticos de
la actual oposición dejaron al descubierto que profesan nulo respeto a los
resultados electorales, a la decisión de los electores y a las normas legales;
en definitiva al cacareado sistema democrático que tan vehementemente dicen
acatar.
Es de suponer que los impulsores del Gobierno de coalición eran perfectos conocedores del marrón que se
les venía encima.
En marzo del 2004 Rodríguez Zapatero ganó unas elecciones
generales cuando las encuestas
aseguraban la victoria de Mariano
Rajoy, o para ser más precisos: de su mentor José María Aznar. A partir de
hacerse públicos los resultados oficiales tuvo lugar una despiadada campaña
contra el sorprendente ganador.
La falsaria gestión que realizaron los ministros del Gobierno
saliente - unido al brutal atentado del día 11 - persuadió a los electores para
ir a las urnas con la firme convicción de que
era necesario de forma urgente un cambio de rumbo para reconducir el país.
Los españoles eligieron libremente pero ahí no acabó la cosa.
La rancia derecha española parece que está genéticamente
incapacitada para aceptar que la finca no les pertenece y acostumbran a
menoscabar la victoria de los rivales políticos sembrando de dudas el proceso,
esparciendo incertidumbre sobre la limpieza de los mismos o, como hicieron en
la cita del 14 de marzo de 2004, gestando una teoría de la conspiración mediante
la cual los españoles - según los panfletos de la época – unos seres absolutamente
idiotizados, asustados y pusilánimes otorgaron su voto a un ”cretino” como
Zapatero, cuando tenían que haberse quedado en casa contemplando como ganaban
ellos las elecciones; el partido que se
lo merecía por encarnar y representar los auténticos valores del españolismo
puro, o sea el de los que piensan, se
comportan y hacen lo que dios manda.
Los folletines mediáticos se ocuparon de propagar a los
cuatro vientos la teoría de la conspiración “zapateril” urdida por el
“canallesco” Rubalcaba.
Intentaron meter a ETA con calzador para obtener réditos
políticos de igual manera que pasearon por el fango a los estamentos judiciales
que desmontaron sus teorías “conspiranoicas”.
Si para esta derecha tan patriótica todo vale con tal de
seguir en el poder ¿Qué no ha de hacer para recuperarlo?
En esas están actualmente, con notables y peligrosas
diferencias. Ahora, desde las profundidades de la caverna ha salido a la luz la
bestia que tienen dentro.
La rama dura de la ultramontana derecha hispánica ha decidido
que es la hora de abandonar los complejos y escrúpulos. Piensan que ha pasado
el tiempo suficiente desde su sesión de maquillaje democrático y que ahora
nadie les va a reprochar sus orígenes.
Las notables carencias de la “modélica transacción” a la
democracia desde el franquismo, se ponen de manifiesto con la esperada
virulencia. Ya no se esconden, ya no creen necesario proclamarse demócratas de
toda la vida, ahora abiertamente abogan por una vuelta atrás para recuperar el
estatus que les pertenece. Aunque no tienen nada que recuperar porque nada
perdieron, únicamente hubieron de ser discretos y no alardear mucho de su
condición de privilegiados hijos del Régimen.
Ya no se conforman con eso. Quieren su lugar y lo quieren con
fanfarrias y reconocimientos. Se acabó el negar su ideología. Son
fascio-franquistas, sí y ¿Qué?
Ahí es donde reside el peligro. Las proclamas del ex general
Coll - casualmente hijo y nieto de alcaldes franquistas – son un llamamiento a
lo que en términos golpistas se denomina “reconducir la situación”.
No le gusta como se ha conformado el Gobierno, no le concede
legitimidad democrática, no concede legitimidad democrática al sistema de
partidos actual, no admite la participación de formaciones con idearios
diferentes al suyo, considera inadecuado permitir que los ciudadanos voten
libremente porque no saben elegir adecuadamente, aboga por blindar la
Constitución del 78 haciendo hincapié en dos aspectos: la jefatura del Estado
en la figura del Rey y el Ejército garante de la unidad de España. El resto del
articulado constitucional le trae al pairo.
Haría bien el ejecutivo de coalición en comprometerse
seriamente para vigilar los movimientos que se puedan gestar en las salas de
oficiales de las diferentes unidades.
De pensadores peligrosos como Fulgencio están a rebosar los
acuartelamientos. Sería una pena desandar el camino hacia la modernidad por no
haber resuelto de una vez las miserias del pasado.
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