Nuestra
falta de criterio es legendaria, nos catalogamos como imperio aunque vivamos en
una cloaca, criticamos con dureza los comportamientos ajenos y suplicamos que
generosamente nos condonen los fallos
propios. Vivimos a medio camino entre una nube y un descarrío: O levitamos o
nos arrastramos.
¿Quién
se atreve a poner en solfa la sentencia que dicta un juez exculpando a un
individuo que profesa la “sanísima costumbre” de llamar chochitos a unas empleadas? Pocas
voces se levantan, alguna asociación de mujeres, movimientos feministas activos, algún que
otro articulista disidente y pare usted de contar. En definitiva: dos titulares
de queja, medio minuto en los noticieros y ¡ya! Se acabó la noticia.
¿Alguien
se ha parado a pensar en ellas, en las menospreciadas?
Hay
que imaginarse la cara que se les quedó cuando acudieron al despacho de su
abogado a conocer el contenido de la sentencia. Salen del edificio y caminan
zombis por las calles, ¡No dan crédito! Años de acoso y de soportar vejaciones
para que un togado dictamine que el cabestro que ejercía de jefe no había
cometido delito alguno cada vez que se dirigía a ellas llamándolas “Chochito”.
Tienen
que dar gracias si al llegar a casa no se encuentran con otro cafre tumbado en
el sofá que a bocajarro les puede gritar: ¡Ya era hora! ¿De dónde coño vienes?
Anda haz la cena y déjate de lloriqueos, ¿Qué esperabas? ¡Si no fueras vestida
como una putilla! Y más agradecida quedarán si la retahíla anterior no va
acompañada de un par de guantazos.
Al
mismo tiempo que soportan la borrasca del compadre en la tele sale un anuncio
que dice:
“No estás
sola”, “Denuncia”, “Te ayudaremos”...
¿Esos
anuncios no los ven los hombres y mujeres de negro apodados Jueces/as?
Va a
ser que no, su vida social está llena y no necesitan de entretenimientos
baratos como la televisión en abierto. Recuerdo a una togada beoda, hoy miembro del
Consejo Superior de Justicia, que alardeaba una noche de 31 de Diciembre como,
entre campanada y campanada, dictaba sentencias. Gracias a esa práctica siguió
ascendiendo profesionalmente de manera meteórica.
Lo
verdaderamente lamentable es que la sentencia de marras no es una excepción,
son ya muchos los dictámenes y comportamientos de los magistrados que inciden
en esa vertiente.
Actitudes
que tienden a culpabilizar a la víctima de modos varios: o con disposiciones
absurdas y carentes del menor rigor jurídico basadas en que - la denunciante de
haber sido abusada - vestía unos vaqueros ajustados y era una irresistible tentación
para el acosador o bien sometiéndolas a
interrogatorios tan deleznables como preguntar si cerró bien las piernas antes
de ser violada.
No,
no son casos aislados, son la constatación de la podredumbre que asola el
sistema judicial español. Todos estos comportamientos tienen una componente
común, todos están dirigidos contra mujeres. El motivo debe ser que, en lugar
de los códigos penales y reglamentos legislativos, se utiliza La Biblia como
libro de consulta para juzgar la conducta de la mujer, el libro que - en el Génesis
- comienza haciendo a la hembra culpable de todos los males que asolan al
género humano.
Ser
mujer en un país de las características del nuestro es una profesión de riesgo,
no habrá leyes que cambien la situación en tanto no se articulen los medios
necesarios para que estas leyes se cumplan.
¿De
qué servirá una orden de alejamiento si no se utilizan medios adecuados para
que el alejamiento sea efectivo? Hoy día es muy sencillo, tecnológicamente muy
fácil y económicamente muy barato, únicamente hay que tener voluntad
político-social para llevarlas a cabo.
Dolorosamente
se ha comprobado que ni la judicatura ni los estamentos del Estado han movido
un dedo para procurar la protección de las amenazadas. Es más, han tenido la
desvergüenza de cargar sobre los hombros de las asesinadas la responsabilidad
de las muertes.
Sobran
muchas sentencias carentes de justicia, casualmente casi todas están siendo
dictadas por magistrados con ideologías religiosas cercanísimas a la Edad Media
y afiliados a grupos de presión existentes en la rama más integrista de la
iglesia dominante en el ruedo ibérico, la católica.
Con
estos antecedentes patrios ¿Cómo va a
ser capaz de impartir justicia un simple juez?
Queremos creer que los jueces intentan aplicar
las leyes; ahora bien, como sufridores
de su incompetencia les deberíamos decir:
Señorías
las leyes son normas que nos auto-otorgamos para estructurar la armonía social,
aplicar la literalidad de las mismas lo podría hacer un mandril con el adecuado
entrenamiento, para cumplir con decoro la
misión de impartir Justicia se necesita
otra sensibilidad.
La Justicia es otra cosa.
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