Cada vez es mayor la preocupación
por mantener separado lo limpio de lo contaminante. De esta manera se conforman
cementerios nucleares, vertederos industriales, plantas de reciclado…, lugares
de depósito de los residuos inservibles que se generan al abrigo y como
consecuencia de una actividad que, a la par que necesitamos para sostener
nuestra forma de vida, produce elementos perniciosos de difícil eliminación.
Los caciques acaban encontrado “por
casualidad” el lugar en el que depositar sus escombros habitualmente lejos, muy
lejos de sus aposentos, en países y lugares que necesitan vender su espacio a cambio de
arriesgar su pervivencia. Alejan el hedor de sus nobles narices. Los chalés y
mansiones permanecen a salvo de cualquier contingencia. Desde la altura de
privilegiadas urbanizaciones observan cómo va incrementándose el sumidero de inmundicia.
Los muros de contención separan
la suciedad inherente a los desperdicios de la inmaculada limpieza de sus
atendidos jardines. El peligro de
desborde lo soslayan teniendo previsto brigadas de trabajo para seguir levantado
la pared de limitación.
El tabique de separación es el quid de la
cuestión, es el elemento “cómplice necesario” que necesitan como dispositivo de
seguridad. Bien construido puede resistir durante siglos el embate de la
porquería que se almacena en su interior. En tanto en cuanto el muro resista,
la colina, los jardines, las avenidas y su espectacular modo de vida estarán a
salvo del desastre y su placida existencia continuará libre de sobresaltos.
Es tan simple como eficaz. Buenos
ladrillos impermeabilizados, una consistente argamasa de unión, el diseño
correcto y la previsión de recrecimiento, en caso de necesidad, modelan el
aislamiento que separa lo puro de lo fétido.
Llevamos tanto tiempo haciendo
esa labor de contención que se ha grabado a fuego en nuestro procesador de
comportamiento. Estamos tan adoctrinados que ni siquiera reparamos en nuestra
condición de adoquines de muro de contención.
Dentro del estanque que ayudamos
a custodiar descargan camiones de porquería: corrupciones, pisoteos de
derechos, situaciones inverosímiles de desprecio a la igualdad, privilegios
espurios de noblezas de sangre. Ya no nos alteramos ni sentimos asombro ¡es tan
natural el proceso! Cada poco tiempo nos dan un poquito de argamasa para
solucionar un resquebrajamiento. Un parche en forma de proceso electoral para
que los votos hagan más sólido el muro en el que guardar sus vergüenzas.
Ni las trompetas que anuncian
nuevos detritus son capaces de derribar la fuerte muralla que formamos entre
todos. Permanecemos anclados al muro a
través de nuestros votos soportando la porquería que nos vierten.
Impasibles, igual que carneros, acudimos
a la fila con la escudilla en la mano para recibir nuestra ración de cemento
con el que apuntalar la pared que les resguarda ¡a ellos!. Sufrimos la peste con la esperanza de subir
algún día por la ladera de la colina y contemplar en la lejanía la charca de porquería. Aguantamos que nos
inunden con sus cubos de heces sin dar unos pasos atrás, siempre dispuestos a
doblar la cerviz, sumisos, voluntariosos, convencidos de nuestra transcendental
labor de sostén ¿Hasta cuándo? De seguir todo igual, hasta siempre. Eternamente
resignados toleraremos que decidan acerca de nuestras vidas sin exigir ningún
tipo de reconocimiento ¿Para qué vamos a exigir lo que no estamos dispuestos a
defender?
Cuando se construye una balsa de
detritus los estudios iniciales evalúan y proyectan con sumo cuidado las
dimensiones de los llamados muros de contención. Los materiales a utilizar, las
impermeabilizaciones para impedir fugas liquidas, la carga que han de soportar,
en fin, una serie de parámetros que los técnicos en la materia seguro que
pueden enumerar con mayor precisión que este inexperto en la materia. La finalidad de este tipo de construcciones es la
de acondicionar un espacio que permita deshacerse de los desperdicios
producidos para preservar el ecosistema de la malsana influencia de la basura.
En el momento actual “El muro de
contención” lo componen los votantes dóciles que sistemáticamente dejan su
voluntad en manos de los culpables de la situación. Confían la solución del
desastre a los mismos ineptos que nos han conducido a él.
Escuchando a nuestros políticos
nos damos cuenta que nada les preocupa, nada les inquieta, mantenerse subidos
en la ola es su única finalidad. Mientras tanto el muro de contención realiza
estoicamente su labor. Una y otra vez los ladrillos votan a los mismos con la esperanza de poder
abandonar un día la nauseabunda frontera del estercolero.
Pobres ilusos. A los amos les
resulta mucho más sencillo cambiar un adoquín que vaciar el basurero. Y, hasta
ahora, siempre han encontrado adoquines de repuesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario